Rubén Cañizares e Ignacio Tylko
Dortmund | Leipzig
Domingo, 23 de junio 2024, 00:04
Una selección española de campanillas (con derecho a pensar en grande), fútbol atrevido y entretenido en la mayoría de partidos, estadios llenos (de aficionados de verdad, no como en Catar), buen rollo entre todos (con alguna pequeña excepción), solemne ceremonia de los himnos, retransmisiones de ... televisión modernas y a la vanguardia tecnológica y espectáculo un día tras otro. Esa es la Eurocopa que ustedes ven por televisión, escuchan en la radio y leen en los medios escritos y digitales, pero hay mucho más en Alemania.
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La Eurocopa que no se ve también existe, y no es de algodón de azúcar ni noria. Ahí están las famosas y ponderadas carreteras alemanas, envidia y modelo de toda Europa. Qué gran mentira. Es, de lejos, la mayor decepción de este país. Ni el inexistente límite de velocidad es tal como lo cuentan ni te desplazas de una ciudad a otra en un pestañeo. Aquí 'El coche fantástico' también las pasaría canutas. Las carreteras alemanas están llenas de obras, radares y camiones. No se piensen que se circula a 200 kilómetros por hora y, a la vez que se conduce a esa velocidad, se silba la sintonía de Heidi.
Cualquier trayecto en carretera suele durar el doble de lo que debería ser. Los 60 kilómetros de Dortmund a Dusseldorf no bajan de una hora, aunque la mayor parte del trayecto sea por autopista. Sí, autopista. Aquí está prohibido decir autovías. Se ofenden. Como debe estar prohibido tener un tramo de más de 25 kilómetros consecutivos sin obras ni radares. En Alemania se puede pasar de 130 a 60 en cuestión de segundos. Si estás un pelín despistado mirando el 'Waze' te llevas una receta o te comes el coche de delante. Susto o muerte.
Algo parecido ocurre cuando se para a repostar en una gasolinera. Aquí el precio ronda los 2,25 euros el litro. Llenar un coche con un depósito de capacidad media, unos 50 litros, puede salir a más de 110 euros. Sin pestañear. Eso siempre que se esté astuto y no se crea que cada cinco-diez kilómetros va a aparecer una gasolinera. Aquí son bienes de lujo y por eso avisan con muchos kilómetros de antelación respecto a la siguiente gasolinera. Más de uno, y de dos, se han quedado tirados. Seguro.
El tren de alta velocidad (ICE) es otra de las leyendas urbanas de este país. En otros tiempos considerada como un símbolo de eficacia y puntualidad alemana, la red ferroviaria del país es sinónimo de trenes anulados, correspondencias no respetadas, averías y hasta vagones cerrados. Sobre el papel, los famosos trenes alemanes iban a ser una maravilla, claves para satisfacer las necesidades de la marea de aficionados llegados de toda Europa para apoyar a sus selecciones. La UEFA y Deutsche Bahn (DB), el operador público de los ferrocarriles germanos, anunciaron precios reducidos para seguidores con entradas y periodistas acreditados para el torneo. Y un refuerzo de 10.000 plazas adicionales los días de partido.
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La cruda realidad colisiona con las expectativas generadas. Con una infraestructura envejecida, retrasos descomunales y una serie de huelgas en los últimos meses, los trenes alemanes no son acordes ni con la grandeza del país ni responden a las necesidades del momento. De hecho, los problemas de los trenes alemanes ocupan a menudo portadas de prensa en el país y Deutsche Bahn justifica la situación por el mal estado de las vías, que necesitan obras de forma frecuente. La operadora tiene previsto invertir al menos 30.000 millones hasta 2027 de euros para modernizar su flota y su red. Pero la mayor parte de esas obras comenzarán cuando la Eurocopa haya terminado. Ahora deben estar centrados en tener medio país con las carreteras levantadas. En plena Eurocopa y en pleno verano. Enhorabuena a los políticos que tomaron la medida.
Lo que sí funciona decentemente es el transporte local de las ciudades sede. La mayoría de metros están a la altura del evento, como también lo está la policía. La que se ve y la que no se ve. La sensación de seguridad es casi completa. A eso también ayuda el ecosistema familiar que abunda entre los aficionados a los partidos. Muchos padres con sus hijos, muchas parejas, muchos grupos de amigos sin más afán que pasar un buen rato. Hay ultras, sin duda, pero son claramente minoría y están bastante bien controlados, excepto mínimas excepciones.
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También abundan los voluntarios, todos ellos con una sonrisa y ganas de ayudar. Y de un ramillete abundante de nacionalidades, enriqueciendo la experiencia de vivir un partido de la Eurocopa. Otra cosa son los precios alrededor del evento. Un mini bocadillo de bratwurst oscila entre los 5 y 6 euros, dependiendo del estadio. Y una cerveza, a temperatura alemana (más calentorra que fría) son 10 euros, 7 por la propia cerveza (de 40 cl) y 3 más por el vaso de plástico, customizado con todas las sedes de la Eurocopa. Puedes devolverlo y recuperar esos tres euros, pero nadie lo hace. Souvenir a precio de oro, pero ¿y lo qué presumes de tu vasito de la Euro 2024?
Las entradas a los estadios son otra historieta que contar a los nietos. Estrictos controles de seguridad y colas interminables. Para aficionados y medios de comunicación. Aquí solo los asistentes VIP llegan en coche a la misma puerta del estadio, como por ejemplo hicieron Capello o Javi Martínez el pasado jueves en el España-Italia de Gelsenkirchen. Se bajan de una Van con lunas tintadas, saludan como estrellas del rock y hasta luego.
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Nada que no sorprenda en el fútbol de élite, seguramente el deporte más alejado de los medios de comunicación y de los aficionados. Ni siquiera, en algunas ocasiones, se cumple la obligatoriedad de la UEFA de que todos los jugadores pasen por las zonas mixtas, aunque no quieran hablar. Por no mencionar los búnkeres en los que se han convertido los lugares de concentración de cada selección. En cada gran torneo de selecciones se da un pasito atrás en la relación entre futbolistas y periodistas. Con sus asteriscos, claro, que generalizar no es lo correcto, pero la tendencia es evidente. Y aquí no pasa nada. La rueda sigue girando y 'jiji, jaja'.
De los estadios, llama la atención que tres de los diez sean de equipos de la segunda división alemana. Eso no es culpa de la organización, ni quiere decir que sean malos campos. Para nada. De hecho, son bastante buenos, pero también tienen sus taras. Una buena tromba de agua hace que el Signal Iduna Park sea una catarata de agua en sus esquinas, impidiendo a los asistentes a las butacas más bajas, junto al córner, sentarse en ellas. Como llaman la atención las goteras del Red Bull Arena cuando el agua es abundante. Nos quejamos mucho de los estadios españoles, muchos faltos de una buena reforma, pero en Alemania también tienen lo suyo y con bastante menos años de vida.
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Del tiempo es mejor no comentar nada. El verano en Alemania no existe, como los Reyes Magos. Ha llovido más aquí en diez días que en España en los últimos cinco años. Y la temperatura no ha subido aún de 22-23 grados. Es la Eurocopa que no se ve.
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