De la Fuente supera la gran reválida pese a sufrir un ataque de pánico

Salvo el autogol de Le Normand ante los georgianos, rivales de juguete en octavos, todo le había salido de cara a España en esta Eurocopa. Era la selección más brillante, rápida, atrevida y desequilibrante, con una juventud insultante. El suflé se elevó tras el baño a Italia, a la postre apeada en octavos con claridad por Suiza. El grupo de la muerte se transformó en la llave de los muertos. Todo estupendo hasta que Dani Olmo adelantó a La Roja en Suttgart. Cuando la selección estaba a un paso de acabar con otro mito, el de no ganar jamás a los anfitriones Ahí, De la fuente Retiró a sus extremos, también a Morata, y dio una vida extra a la 'Mannschaft', sepultada por Merino.

Tan concentrado, tenso y con la mirada perdida en el horizonte estaba De la Fuente, que nada más bajar del autobús se tropezó. Presión que también se advertía en los rostros de los jugadores, todos muy serios al llegar al estadio. El técnico de Haro mantuvo el once tipo en esta Eurocopa, sin traicionar a Pedri. A causa de una alevosa entrada de Toni Kroos que quedó impune y dejó al azulgrana con un esguince de rodilla y llorando, enseguida tuvo que cambiar. Y Dani Olmo sería el mejor. Los detalles de los que tanto se habla.

De la Fuente intentó jugar también el otro partido y le dio una buena charla al cuarto árbitro. Nada de arrugarse en ese momento. Una España de salida valiente, rápida, que buscó una y otra vez probar a Neuer o como mal menor acabar la jugada. Y una selección por momentos víctima también de esa fórmula ofensiva con extremos y laterales largos. La famosa teoría de la manta. Además de no entender el criterio del inglés Anthony Taylor, el técnico español gestualizó para que su equipo no se partiese y se quejó de faltas evitables, como una de Morata que regaló un golpe franco y otra de Le Normand que le costó una amarilla.

Intervino De la Fuente en el descanso. Antepuso la experiencia de Nacho al ímpetu de un central amenazado. España volvía a mandar. Avisó Morata, asistió Lamine y marcó Olmo, el alemán. Empezaba otro partido, el deseado, con más espacios. Apareció el desgaste, nueva intervención del riojano, ya más discutible. Fuera Lamine, que se marchó mascullando, dentro Ferran. Cierto que parecían extenuados, pero retirar en el tramo final a Nico y Morata y dar entrada a Merino y Oyarzabal era quitarles amenazas a los teutones. España se dedicó solo a defender el tesoro y recibió el castigo del empate y la prórroga. Merecido. De la Fuente trató de arreglar sus errores e introdujo a Joselu. De nuevo una referencia arriba. Con el cuñado de Carvajal en el campo, apareció el gol de Merino. Casualidad o no.

Es el momento de poner en valor el trabajo del técnico riojano y de hacerlo con cierta perspectiva, sin la euforia desmedida por la victoria. Recogió una selección mortecina, recién eliminada por Marruecos en los octavos de final del Mundial de Catar y con la crítica y la opinión pública dividida por el carácter de Luis Enrique, y ha construido un grupo armónico en el que unos y otros reman en la misma dirección. Ese equipo de todos del que siempre habló Luis Aragonés, con quien empezó la edad de oro de la selección española, se palpa y se siente con De la Fuente.

Esta España juega mejor que como acabó la anterior. Actúa sin complejo alguno y ha roto con ese yugo del estilo que en su momento cambió la historia, pero del que La Roja quedó presa. De jugar una especie de fútbol balonmano, con pases y pases hasta caer en el juego pasivo, a ser un equipo divertido, profundo, de ritmo trepidante y presión alta. De la tensión latente, a promover los valores de la cercanía, el sosiego y el sentido común.

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