Hay goles que conviene mirarlos al tiempo. Lentos y a cámara rápida. Quizá para que los que vivieron las posteriores victorias nacionales tengan claro que un desenfoque, el propio frotamiento de los materiales, un elongamiento muscular, puede significar la línea delgada entre los ídolos y ... los hombres. Los fallos clamorosos.
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Estamos hablando de Arconada y de Platini, la Eurocopa de Francia 84. No iba mal España; insistimos; no le iba ni tal mal. Una España que se vio 20 años después, sin atalajes del Régimen y naranjitos, en una final. Es esta la Historia, y la Historia tiene un antagonista, Michel Platini. El del gol del pecado inverso, el que no nos dejó consolidar un torneo victorioso para cerrar la transición, al menos en lo deportivo.
Y no se pudo como se pueden los sueños infantiles. Ya España había obtenido en el Villamarín toda la cuota posible de milagros de María Santísima con el 12-1 a Malta; y si este partido fue un controvertido 'milagro', este otro fue, desde altas esferas desde encima de los Pirineos, un reírse de España a mandíbula batiente que tornó a respeto y hombría que tuvo mal fin: para ellos. Para nosotros.
Llegó la final de Francia 84, procuradora del desvelo y el repelús de que desde entonces España jugara con jindama, con los gritos y los cabreos inanes de Clemente. Un tiro de falta de ese cerebro del fútbol que ya decimos que es Platini se le resbaló dolorosa y amorosamente a Arconada, y la pena negra llegó a Celtiberia. Arconada hizo antes, frente a este error de adherencias y materia lenta de la esfera, un tremendo campeonato ante Alemania, ante Dinamarca.
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