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Había un recuerdo feliz sumergido desde hace mucho tiempo en la ría. Y era el momento de rescatarlo. Llegó el día del rito. De la gabarra, palabra mágica para el Athletic. Pasaba al fin el cometa rojiblanco. Lo hizo hace 40 años y ahora ha ... vuelto. De nuevo, el Athletic es campeón de Copa y surca otra vez el Nervión sobre esa barcaza. La luz del cometa lo envuelve todo. Ilumina a pleno sol a más de un millón de aficionados en las dos márgenes de la ría y en las calles de Bilbao, teñidas de rojo y blanco. Una Copa y un millón de campeones. La locura. El Athletic, caso único en el fútbol mundial por su filosofía de cantera, cumple con su peculiaridad: nadie festeja ni siente así un título. Entre todos. En una inmensa familia. Las imágenes de la gabarra navegando sobre una marea humana de aficionados asombran al mundo y permanecerán en la historia del deporte.
Periódicos, webs y televisiones de todo el planeta enfocaron hacia la desembocadura del Nervión. La cadena estadounidense CNN, por ejemplo, llevó las imágenes de la gabarra a su portada. «Si yo he alucinado, fíjate por ahí», confesó José Ángel Iribar, leyenda viva del club. Así es, en las cuatro esquinas de la Tierra comprobaron en directo por qué este equipo es singular. Al llegar al Ayuntamiento Iker Muniain y Óscar de Marcos levantaron el trofeo de todos. Flotaba, claro, sobre tantas manos. «Es el club más fascinante del mundo», definió su entrenador, Ernesto Valverde.
Esta gran aventura que es el Athletic arribaba de nuevo a puerto con un tesoro. Y su familia, que tanto ha esperado, le recibió con las banderas al aire. «Aquí estaba yo en 1984 y aquí me he hecho hoy una foto», repetía Tomás. Como tantos. Otros, los que no habían nacido, ya tienen para siempre algo que contar a las siguientes generaciones. Un pedazo de oro de la historia rojiblanca. «Mi ama me ha dicho que no me lo puede contar con palabras, que tengo que vivirlo», decía Maider antes del paso de la comitiva. Iba uniformada como todos, con la camiseta del Athletic. Dos colores: pasión y sentimiento. Todos se sienten parte del Athletic. Cierto: la afición es la pasta de la que está hecha este equipo impar, único, con capacidad para juntar a más de un millón de campeones en torno a una pequeña gabarra. El mundo se giró hacia Bilbao. Hasta un avión de línea varió su rumbo para sobrevolar la ciudad y ser testigo de la fiesta.
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— Athletic Club (@AthleticClub) April 11, 2024
Cuántas lágrimas felices rodaron con el balón que Álex Berenguer convirtió el sábado en el penalti definitivo ante el Mallorca. La Copa regresaba a Bilbao cuatro décadas después. Y eso, esa media vida de espera, desató en el estadio sevillano de La Cartuja un tsunami emocional que abrazó a abuelos, madres, hijos y nietas. En la ría de Bilbao, como uno de esos viejos barcos fantasmas de las historias piratas, emergió la gabarra, dispuesta como en 1984 a llevar a hombros al Athletic campeón.
Vizcaya ha cambiado tanto... Antes era gris, minera, fabril, lluviosa. Los hinchas acudieron entonces a la cita con la gabarra en aquellos trenes por cuyas puertas abiertas los jóvenes asomaban casi el cuerpo entero. Hoy, Bilbao y el territorio son destino turístico. Hay un metro de diseño; un museo, el Guggenheim, de postal. Se ven muchas corbatas y pocos buzos de fábrica. Pero su equipo de fútbol sigue fiel a sí mismo. El gol de Berenguer activó un viaje en el tiempo para aquellos críos que hace cuatro décadas se asomaron en masa a las orillas del Nervión para jalear a su ídolos. Ahora les ha tocado al fin llevar a sus hijos a esta fiesta única en el fútbol mundial.
Dicen que había un millón de personas. Seguro. Aunque, de hecho, eran muchos más: al pasar junto al nuevo San Mamés, desde la gabarra echaron a la ría pétalos rojos y blancos en memoria de «aquellos que han fallecido sin poder volver a ver al Athletic campeón». Este equipo enlaza recuerdos familiares. Sergio, por ejemplo, llevaba en su camiseta rojiblanca el nombre de su padre. Siguen rodando lágrimas con el balón de Berenguer.
Aquí está de nuevo la gabarra. Parecía varada definitivamente tras tanto tiempo sin Copa, pero las leyendas siempre vuelven. Desde la madrugada, grupos de aficionados se apostaron en los mejores miradores. Noche al raso. «Nunca se sabe cuándo volveremos a disfrutar de otra ocasión así», prevenían Santi y Maite. Madrugada feliz con amigos, cartas y café. No iba a ser día ni para la escuela ni para el trabajo. Era fiesta, fiestón del Athletic, de la afición sobre todo. «Los profesores ya saben que no vamos a ir a clase. Lo entienden. Ellos también son del Athletic», apuntaba una cuadrilla de Bermeo.
Para los menores de 45 años suponía su bautizo como campeones; para los mayores, una cura de rejuvenecimiento: verse en 1984 animando en masa a Goikoetxea, Dani, los Salinas, Clemente... Los inuit, un pueblo que se reparte por el Ártico, creen en la reencarnación. Por eso ponen a los recién nacidos los nombres de los que acaban de irse. Esta vez en la gabarra, reencarnados, iban Muniain, los Williams, de Marcos, Valverde... Eso sí, vestidos con camisas idénticas, a rayas rojas y blancas, a las que lucieron aquel día sus antecesores, que le seguían en otra barcaza. «Ya les tocaba a los chavales disfrutar de la gabarra», coincidían varios hinchas veteranos que aguardaban la llegada de la plantilla a Getxo, punto de partida del desfile triunfal. «Sácame un foto, anda». Un recuerdo de una jornada que nadie olvidará y cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo.
La Copa -la vigésimo quinta- puso un pie en la gabarra junto al Club Marítimo, en el muelle de Las Arenas. Miles de aficionados esperaban allí a los jugadores. La ría se iba a inundar de público. Vizcaya había sacado tarjeta de embarque. Todos se sienten campeones. Tras una espera tan larga, la gabarra era ya un sueño que flotaba sobre la ría y que seguía los pasos marcados por mitos como Pichichi, Belauste, Gainza, Iribar... 'El Chopo', que ahí sigue, que se subió a la embarcación. «Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno». Lo cantan los nietos de los que le vieron volar de palo a palo de la portería. Eso es ser un mito.
Aunque el viaje hasta el Ayuntamiento de Bilbao, de unos 13 kilómetros, comenzó a las 16:30 horas, las dos márgenes de la ría llevaban tiempo llenas. Una Copa para todos. Brindis multitudinario. Emoción en carne viva. Y al sol. Que brille el trofeo. «Ponte crema», insistían los protectores padres a sus hijos. Y los pequeños, con esta innata capacidad para imaginar que una escoba es un caballo, le daban patadas al balón junto al borde la ría. Se sentían como Nico Williams, como Sancet... La semilla está plantada. La cantera renueva sus ídolos con una plantilla que está aún en edad de crecer.
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En las márgenes izquierda y derecha, la afición formaba un acantilado humano. Rojo y blanco. Alegre. Agradecido. Liberado al poder disfrutar por fin de un título así. La plantilla, a bordo, surcaba la resplandeciente ría escoltada por un enjambre de 160 de embarcaciones y traineras. Con las proas salpicadas de espuma. Champán bajo el Puente Colgante. También en Sestao, que tiene una historia de acero hecha obrero a obrero. Quedan unos pocos en la nueva siderurgia y ahí estaban, saludando frente a Lamiako, en la otra orilla, donde el Athletic tuvo su primer campo hace más de un siglo. Los balcones de este barrio lucían repletos de banderas rojiblancas. Carmen había colgado la suya. El fútbol no le dice nada, pero sabe de sobra que el Athletic es mucho más, que es una alegría para la gente, para sus hijos y nietos. Para Vizcaya. Por eso ondea la enseña que guardaba bien planchada. Todos han esperado mucho para un día así, de tanta felicidad y tan compartida. Pleamar de alegría.
«Estáis locos», escribió Ander Herrera en sus redes sociales. Es un elogio. Puede comparar. Ha jugado en el Manchester United y el París-Saint-Germain, dos de los clubes más poderosos del mundo. Nunca había disfrutado de una locura así. El grito «¡Athletic!» se elevaba bien alto por donde cruzaba la gabarra y se iba posando suavemente mientras se alejaba. «Ya nos podemos morir tranquilos», exageraba un grupo de aficionados. Mejor vivir más días así nos decimos todos los que sentimos estos colores.
«Por la ría del Nervión bajaba una gabarra, rumba la, rumba la...». De esa antigua canción sacó hace más de 40 años Cecilio Gerrikabeitia, entonces directivo del Athletic, la idea de organizar una comitiva así. En lugar de bajar, la embarcación del actual Athletic siguió subiendo entre Lutxana y Barakaldo, pasó por Punta Zorrotza y se detuvo ante el nuevo San Mamés. Pétalos a la ría. Que floten en recuerdo a los que faltan. Desde las orillas, miles de voces animaban a escote. Todos, más de un millón, caben en una palabra: «¡Athletic!».
Era el día para cumplir el sueño que les faltaba a varias generaciones de jóvenes hinchas. La Copa surcaba ya el Nervión en la gabarra camino del centro de Bilbao. La aventura centenaria del Athletic llegaba de nuevo a puerto con un trofeo. Por la ría se estiraba una sonrisa interminable, una ola feliz que se transformó en una multitud al desembarcar en el Ayuntamiento. La afición, ya se sabe, recibe dando. «¡Athleeeeeeeeeeeeetic!». Y acogió el título entre cánticos, abrazos, bengalas y gestos de amor incondicional a su equipo, que es único, que gana menos que otros, pero que cuando lo hace lo celebra como ninguno. Una Copa y más de un millón de ganadores. Al otro lado de las pantallas, el resto del mundo ni pestañeaba. Ya saben lo que supone sentirse parte de este club sin igual. «Este es el famoso Athletic, el famoso Athletic Club...», cantaban a coro jugadores y aficionados. «Y como ha dicho Iribar, hasta el año que viene», animó Valverde. A por otra gabarra.
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