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Óscar Bellot
Sábado, 27 de mayo 2017, 23:53
No pudo ser. El sueño del Glorioso acabó fagocitado por la mayor calidad y experiencia en estas lides de los futbolistas del Barça, precisados de un título que evitase el fiasco total en una temporada en la que se quedaron sin Liga y sin Champions ... y que, de no haberse ido para las vitrinas culés, hubiese podido precipitar la madre de todas las crisis. El palmarés del Alavés seguirá desierto en Copa, pero nadie podrá decir que no cayó con honor, llegando incluso a atemorizar al poderosísimo adversario que tenía enfrente en la última noche de competición oficial del Vicente Calderón con un tanto de Theo que sembró las dudas en una escuadra blaugrana que saltó al campo con una pizca de precipitación, fruto quizás de la necesidad de quitarse cuanto antes de encima el trámite.
Para el Alavés la cosa era muy distinta. Ellos llegaban con la ilusión de un debutante, espoleados sus anhelos por los de unos seguidores que se comportaron como auténticos campeones desde que 'tomaron' la capital vistiéndola de azul y blanco. Era su ocasión de acabar con los fantasmas de aquella final de la Copa de la UEFA que se esfumó hace 16 años en Dortmund con un gol de oro en propia puerta en la prórroga. El destino fue cruel con el cuadro que entonces dirigía Mané y volvió a serlo este sábado con el de Pellegrino, arquitecto del equipo revelación de la temporada. Nadie podrá quitarles, empero, la dicha de haberse dejado el alma. Y eso es lo único que le exigían sus aficionados.
Hasta 25.000 seguidores del conjunto albiazul inundaron las calles madrileñas. La mayor parte trató de llevar en volandas al equipo de sus amores desde mucho antes de comenzar el encuentro. La afición del Glorioso apabulló en la grada al algo desangelado y mermado sector culé, al que sepultó con sus cánticos incluso cuando el choque se empinó. Para el Barça, la final era apenas un premio de consolación que clausuraba una temporada decepcionante.
Si la pasión del público sirviese para empujar el balón, los de Pellegrino hubiesen iniciado el choque con algún tanto de ventaja. Claro que la cosa no es tan fácil. Son los cracks quienes acostumbran a dinamitar este tipo de encuentros, en los que minimizar errores y aprovechar las ocasiones que concede el rival resulta crucial. Rozó la gloria Ibai, el héroe del pase del Alavés a semifinales con sus goles ante el Alcorcón, cuando una internada suya por la izquierda derivó en un disparo que se estrelló con el palo izquierdo de Cillessen y salió rebotado para pasearse por la línea de gol sin que el cuero se animase a entrar. Pocos minutos después, Messi castigaba la oportunidad perdida, demostrando la delgadísima línea que en este tipo de envites suele separar el cielo del infierno.
Inclemente casi siempre con el más débil, el fútbol concede también de vez en cuando segundas oportunidades a quienes las persiguen con ahínco. Lo hizo con el Alavés y en la figura de uno de los jugadores sobre los que apuntaban todos los focos. Theo descerrajó la portería custodiada por Cillessen poniendo en la escuadra una falta botada desde el vértice derecho. El lateral francés, próxima incorporación del Real Madrid, se ganó el aplauso de la parroquia blanca aun sin necesidad de oficializarse su fichaje. Su descomunal potencia recuerda a la de Bale. Con tantos con el que firmó ante el Athletic en Liga y el de este sábado en el Calderón, parece que el carácter letal de su zurda también.
El golazo de Theo pareció por un momento ser el primer paso hacia la consecución del sueño, pero Neymar y Alcácer le hicieron despertar. No pudo ser hace 16 años en Dortmund, tampoco este sábado en Madrid. Pero, como clama una y otra vez su afición, el Glorioso nunca se rinde. Muere un sueño, pero en Vitoria están convencidos de que, manteniendo esta línea, no tardará en nacer otro. Se despidieron al grito de «campeones, campeones».
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