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Cristian Reino
Miércoles, 13 de enero 2016, 09:30
Un Barça muy serio, práctico y solvente se deshizo también del Espanyol en la vuelta de la Copa y selló su pase a cuartos, con más tranquilidad de la que se adivinaba tras el volcánico partido de ida, que acabó con dos expulsados pericos y ... el rival con sed de revancha.
Sin embargo, las llamadas a la calma de Galca y Luis Enrique, después de que el choque del Camp Nou acabara casi como una guerra de guerrillas, surtieron efecto y la vuelta ya no tuvo la electricidad de la ida. Desde los dos lados templaron los ánimos, en los días anteriores nadie se dedicó a calentar el partido y esta circunstancia, en parte, benefició a los azulgrana, que eran los que no tenían que arriesgar y se limitaron a esperar y a buscar la inspiración de Messi.
Con el 4-1 del Camp Nou a favor de los culés, la operación remontada era una empresa casi imposible para los blanquiazules y la poca asistencia de público, que no respondió ni a la provocación de Piqué, enemigo público número uno en Cornellà-El Prat, ya denotaba que el Espanyol no albergaba muchas esperanzas de gesta histórica. No la hubo, ni de lejos, y, de hecho, la vuelta apenas tuvo historia, salvo comprobar que Munir tiene tanta calidad que podría jugar en cualquier equipo que no tenga el tridente del Barça.
El Espanyol salió con mucho ritmo, presionando arriba, soñando con la sorpresa tempranera, que pudiera ponerle las pilas y meterle en la eliminatoria. Sin embargo, el cuadro blanquiazul, a medida que pasaban los minutos, se parecía cada vez más a una botella de gaseosa: por más que el público intentaba agitar a su equipo, éste no respondía y perdía chispa.
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Tuvo una salida muy dinámica, pero fue fugaz. Con el agravante de que Messi iba poco a poco cogiendo ritmo, se empezaba a adaptar al dibujo de su equipo (sin Neymar ni Suárez, Luis Enrique optó por un 4-4-2, con Messi y Munir en punta) y se encontraba cada vez más suelto. El argentino caía a la banda, se metía entre los delanteros, se retrasaba a la media punta e incluso más atrás; tenía tanta movilidad, que se le veía con ganas de armar el taco. No sólo por los ambientes hostiles, que motivan al 10 de Rosario, sino porque era su primera aparición, tras ser elegido como el mejor futbolista del mundo por quinta vez y quería lucirse. Suyas fueron las dos primeras ocasiones, que atajó no sin apuros Bardi.
A la media hora, justo después de que el Espanyol reclamara un penalti muy dudoso, Messi lanzó una gran asistencia, que culminó Munir, tras driblar al portero. Buen gol, que enterraba definitivamente cualquier esperanza periquita de remontada y dejaba la vuelta como un mero trámite para los hombres de Luis Enrique, que dio descanso a Busquets y Neymar y también a Piqué, por aquello de no encender los ánimos del público local.
Por la parte del Espanyol, el único que hacía daño era Caicedo, pero Ter Stegen, una vez en un mano mano resuelto con maestría por el portero alemán, y más tarde en un disparo por bajo, frustró los intentos del ecuatoriano. La segunda parte no tuvo ni siquiera una salida en tromba del Espanyol a la búsqueda de un milagro imposible en el que nadie creía.
Galca debió de pensar que para qué quemar todas las naves y volcarse a lo loco, si el Barça podía aprovecharse para hacer daño a la contra. Con esta premisa, el cuadro visitante se limitó a que pasara el tiempo y a no caer en las provocaciones del equipo local, que ante la impotencia del resultado en ocasiones se pasaba de frenada. Munir, en el minuto 87, cerró la eliminatoria con un doblete, que debería reivindicarle, ahora que Luis Enrique pide delanteros.
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