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Rodrigo Errasti Mendiguren
Jueves, 15 de enero 2015, 00:50
Fernando Torres clasificó al Atlético para los cuartos de final de la Copa del Rey. Con dos goles decisivos, ambos en el primer minuto de cada parte, hizo posible que su equipo del alma sea, tras superar el tremendo disgusto de Lisboa, el rival que ... más se le atraganta al mejor Real Madrid que ha visto este siglo. El Niño, tras completar su trabajo en menos de una hora, se marchó en medio de una tremenda bronca de la hinchada rival y dando las gracias, con una sonrisa de felicidad en su cara, a los pocos fieles rojiblancos presentes en el Bernabéu. Ellos estaban tan contentos como él, que hasta hace unos meses sufría viendo a su equipo por televisión. Ahora, con los colores que siempre apoyó, vuelve a disfrutar. Vivió un día grande en un estadio en el que no pudo marcar en su primera etapa, esa en la que cargaba con el peso de todo un club, y que vio cómo quizá en su momento físico de más dudas tiró del orgullo atlético con dos goles decisivos, que transmiten la sensación de que su regreso ya ha merecido la pena para el Atlético pese a que el envite fuera en unos octavos de final coperos. Para los hinchas fieles del Manzanares supone mucho más, porque también fue el encargado de terminar con un espíritu de remontada duró 51 segundos.
El tiempo que necesitó el Niño en mandar a la red la primera ocasión que tuvo. En la semana de Globos de Oro y nominaciones al Oscar, ni el mejor guionista del mundo hubiese escrito un regreso tan dulce para el ídolo rojiblanco. Su primer gol en el Bernabéu tras ocho partidos. Griezmann cogió una bola suelta y aprovechó el espacio dejado por Carvajal para asistir por detrás del central al área, donde Torres, tras frenarse, puso un zurdazo arriba inapelable para Keylor. Mal Ramos, mal Pepe y muy eficientes los rojiblancos. La primera, gol. Un gol en frío para dejar helado al Bernabéu. La grada cantó «échale huevos» y Oblak tuvo que demostrar sus aptitudes a cabezazo de Bale. El gol realmente no variaba nada el planteamiento de ambos, sólo que uno de los equipos que mejor defiende de Europa debía encajar cuatro goles. Y encajó, con más de una hora por delante, el 1-1 a balón parado, esa disciplina que ambos manejan de lujo. Ramos enmendó su error en el tanto de su amigo Torres y superó a todos por alto, incluido a Godín, para cabecear a la desguarnecida portería de Oblak, que salió en falso. El sevillano, el hombre de los goles legendarios en 2014, hizo creer a su hinchada.
Asedio brutal blanco
El Madrid tocó a rebato y se lanzó a por la machada como si aquello fuesen los minutos finales de Lisboa. El asedio fue superior, mayor que el de la prolongación ante el Dortmund. Pepe y Ramos defendían en la línea de tres cuartos rival. Mario Suárez puso el pie para evitar el segundo apenas tres minutos después. Se desorganizó el Atlético, que recibió la primera amarilla y reculó mucho en torno a Oblak. Con un Kroos más parecido al del año pasado y los centros por las bandas locales, recurso usado a veces en exceso, la dinámica preocupaba a Simeone. Veía que sólo Koke era capaz de sujetar la bola. Atrás Godín, pese al tanto del empate, mantenía una calma que le faltaba a Oblak y a Ronaldo, algo fallón. Los visitantes estaban completando un primer acto similar al del Camp Nou, pero con la diferencia de haber logrado el mismo número de goles que había recibido. Quizá no era el resultado más justo, pero los creyentes en remontadas veían opciones de lograr esos tres tantos que buscaban al inicio pero en sólo 45' minutos y sabiendo que dos no forzaban prórroga alguna. Le había puesto corazón, pero quizá echaba en falta tener un '9' más rematador que Benzema, ideal para asociarse pero no tanto para finalizar.
Y al regresar de la caseta, otra vez Torres frenó el asunto. Necesitó 18 segundos menos, sólo 33 para poner un puerto de Primera. Hizo un traje a Pepe con un regate y superó a Navas con un disparo mordido que pasó entre las piernas del costarricense. Realmente no está tan rápido como en 2007, cuando se marchó buscando la gloria en Inglaterra, pero está mucho mejor de lo pensaban en Milán. No marcaba un doblete desde octubre de 2013, cuando estaba en un Chelsea que tampoco tenía un acorde a sus características. Quizá por la lluvia, o porque la montaña parecía más alta que en el segundo minuto, esta vez le costó animarse al cuadro local, que con los interiores cambiados (Bale e Isco en la izquierda, James y Cristiano en la derecha) mejoró en sus envíos al área de Oblak, tembloroso como un flan toda la noche. Cristiano aprovechó un envío de Bale, que en la derecha siempre tiene que ponerla con el exterior, para estrenar con un gol el brillo de su balón de oro. Cholo tiró de Arda para tener más el balón, el Atlético pasó a sufrir menos y hasta merodeba el área de Navas. La salida de Gabi, por un Griezmann que participó en los dos goles pese a sus molestias en el hombro, aportó ayuda a un gran Mario y más serenidad a los visitantes, hasta el punto que se llegaron a escuchar tímidos 'olés' del mínusculo grupo de aficionados visitantes.
Partido cerrado por el medio, porque Kroos tenía el balón pero sus pases filtrados no llegaban a destino, y en el ya eran más frecuentes las disputas que las ocasiones. El Madrid acabó sin orden de juego. Llegó el momento más surrealista, ese en el que Isco pegó una violenta patada a Gabi y el Bernabéu aplaudió y coreó el nombre del andaluz. Más allá de lo antideportivo, es un reflejo de que el coliseo blanco, que se consoló pensando que quizá una plantilla tan corta pueda agradecer centrarse estas semanas en la Liga, siente al vecino como un enemigo real; algo que no sucedía hasta 2012. Y es que antes de la llegada de Simeone los rojiblancos quedaron apeados de la Copa contra el Albacete. Ahora, sin temores ni vértigos, buscarán repetir semifinales ante el Barcelona. Y es que el recuperado orgullo rojiblanco, mostrado en el campo por Torres, lideró a este Atlético ganador que él sólo conocía como espectador.
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