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P. Ríos
Martes, 22 de diciembre 2015, 01:49
El Barça todavía no ha cerrado 2015, el año de los cinco títulos, el último conquistado de forma brillante y contundente en Japón: 3-0 el domingo en la final del Mundial de Clubes a River Plate tras otro 3-0 en semifinales al Guangzhou ... Evergrande. Le queda un partido de Liga, el 30 de diciembre ante el Betis en el Camp Nou, con un par de objetivos: la victoria para mantener el coliderato virtual (con una jornada aplazada por el Mundialito) y el récord de goles oficiales ahora en manos del Real Madrid, que marcó 178 en 2014. El equipo de Luis Enrique suma ahora 176, 134 de ellos materializados por un tridente que ha maravillado por su conexión.
Sobre la calidad individual de Messi (47 goles), Luis Suárez (45) y Neymar (41) no había ninguna duda, pero sí había interrogantes sobre la química que pudiera existir entre tres de los mejores jugadores del mundo, cada uno con un carácter muy marcado y un ego enorme acorde con su nivel. Son los números 1 de tres países tan enfrentados futbolísticamente como Argentina, Uruguay y Brasil, compiten por los grandes premios individuales del fútbol, también por los mejores contratos publicitarios. Se hubiesen entendido episodios de envidias, rencillas o tiranteces. Ya no eran «dos gallos en un gallinero», como alertó Johan Cruyff de forma tan lógica como equivocada tras el fichaje de Neymar, sino tres.
Luis Enrique tenía en sus manos tres diamantes que podían convertirse también en una bimba de relojería. Siempre quedará la duda de si su intervención fue más importante que la naturalidad en la relación entre las tres estrellas. Pero el Barça puede celebrar que en enero sucedió lo más parecido a un milagro. Tras aquel 1-0 de Anoeta, todo tembló. El técnico sentó a Messi y Neymar aplicando sus matemáticas particulares de los días de descanso navideños, viajes transoceánicos y sesiones de entrenamiento. El argentino mostró sus galones y se enfrentó al entrenador. Al mismo tiempo, el presidente, Josep Maria Bartomeu, destituía al director deportivo, Andoni Zubizarreta, y convocaba elecciones. Comenzaba un 2015 en el que el Barça no iba a poder fichar por la sanción de la FIFA, sin director deportivo, con Carles Puyol huyendo (era el segundo de Zubi), con un hipotético cambio de poder en junio con lo que ello podía significa, sin Xavi a partir de junio, con rumores de una posible dimisión inminente de Luis Enrique e incluso de una venta de Leo Messi a final de temporada. Sí, todo eso pasó y se habló en aquellos días locos de enero.
Conjura post Anoeta
La plantilla se reunió. Los jugadores de la casa con voz, como Xavi, Iniesta y Busquets, pidieron cordura a todas las partes. Mascherano medió con Messi. Bartomeu bajo a la arena y peleó con acierto. Luis Enrique suavizó alguna lectura demasiado estricta de su reglamento interno. Y, al mismo tiempo de todas esas circunstancias, sucedió algo táctico que nunca quedó claro si fue idea del cuerpo técnico o iniciativa de los jugadores: Messi abandonó el 'falso 9' que le llevó a la gloria con Pep Guardiola desde la temporada 2008-09 y volvió a la banda derecha, aunque no como extremo, sino como punto de arranque. Luis Suárez, que desde su debut en el Bernabéu en octubre jugaba por ahí, se ubicó de ariete, su demarcación ideal. Y Neymar siguió en la izquierda, pero también con más libertad para romper hacia el centro. El Barça comenzó a encadenar victorias y su tridente se repartió los goles un día sí y otro también, con todos sus compañeros sacrificándose para ellos. Rakitic e Iniesta, por ejemplo, asumieron un papel más oscuro de guardaespaldas de Messi y Neymar en un equipo que alternaba el toque con el fútbol directo.
Con Messi en la derecha y Neymar creciendo en la izquierda, los rivales no podían enfocar sus marcajes a cerrar a uno u otro jugador con la clásica defensa de ayudas. El '10' arrastraba rivales y con un cambio de juego sensacional a las subidas de Alba, daba aire al equipo. Neymar se atrevía con todo, desequilibrando en el regate. Y Luis Suárez aportaba lo que le faltaba al ataque del Barça: la presión al rival de Eto'o, la intimidación de Ibrahimovic y la definición de Villa, por citar a los tres arietes de los últimos años hasta la llegada de Alexis, menos atado a esa demarcación. Se entendieron en el campo y fuera. Siempre juntos y sonrientes. «El número 1 es Messi», dice Neymar. «Los dos mejores del mundo son Messi y Neymar», afirma Luis Suárez.
El Barça ganó la Liga con todo merecimiento y con una jornada de antelación. Se exhibió más en la Liga de Campeones, que conquistó ante la Juventus tras eliminar al Manchester City en octavos, PSG en cuartos y Bayern en semifinales. En esas eliminatorias se recuerdan partidos memorables de Luis Suárez, actuaciones magistrales de Neymar e intervenciones antológicas de Messi. El Bayern de Pep Guardiola conoció de primera mano el sistema camaleónico de Luis Enrique, que le ganó a la contra y con pases largos. Aquel Barça «víctima del tiki-taka», como reconoció Piqué en el año del Tata Martino, con un estilo ya viciado y previsible, volvía a sorprender con sus variantes al servicio de tres futbolistas geniales. La Copa también cayó ante el Athletic con otra maravilla de Messi.
Sin 'sextete' por la Supercopa
La temporada 2015-16 arrancó con algunas dudas motivadas por el adiós de Pedro al Chelsea y la marcha de Xavi a Qatar. La Copa América dejó sin descanso a los sudamericanos y la clásica pretemporada comercial impidió la mejor preparación. El Barça ganó la Supercopa de Europa al Sevilla en la prórroga (5-4), pero pagó el esfuerzo y el escaso descanso al regreso de Tbilisi (Georgia) para sucumbir en Bilbao en la ida de la Supercopa de España ante el Athletic, que hizo lo que hay que hacer si se quieren ganar títulos: aprovechar las debilidades puntuales de los grandes. El 4-0 de San Mamés hizo daño, como el 1-1 de la vuelta en el Camp Nou, aunque más por la expulsión de Piqué y sus cuatro partidos de sanción. Unas paperas de Neymar y la lesión de rodilla de Messi que le supuso dos meses de baja fueron contratiempos que el equipo ha ido superando hasta alcanzar otra vez el gran nivel demostrado en el Clásico del Bernabéu (0-4). Y lo ha mantenido hasta el Mundial de Clubs pese a dos empates ligueros seguidos en Liga. El reto ahora, como avisa Luis Suárez, «es no bajar el nivel como ha sucedido a otros equipos tras el Mundial de Clubes». Buena noticia que el que avise sea el uruguayo. Así el mensaje llega seguro.
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