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El último grito

El último grito

Un vídeo colgado en internet revive la emoción del segundo ascenso del Logroñés a Primera División

Pío García

Jueves, 4 de diciembre 2014, 21:07

En el año 1996 llevaba un par de años trabajando en el periódico. Acababa de ingresar en la sección de Local y me tocaba hacer un poco de todo. Ante la posibilidad de que el Club Deportivo Logroñés ascendiese de nuevo a Primera División, me propusieron (o quizá me ordenaron) viajar a Toledo con los aficionados, en uno de los veinticinco autobuses fletados por diversas instituciones, y contar lo que allí viese. Había que levantarse a las seis de la mañana, cruzar Piqueras y chuparse ocho horas de viaje, pero acepté encantado. Yo era socio, aficionado antiguo del club y visitante asiduo del viejo Las Gaunas (grada de general). Había vivido en el campo un ascenso a Segunda A y otro más a Primera. Jamás me lo hubiera perdido.

Los más jóvenes tal vez necesiten aprender un poco de historia. El Club Deportivo Logroñés ascendió heroicamente a Primera División en la temporada 1986-1987. Para quienes estábamos acostumbrados a verlo merodear por la Tercera o por la Segunda B, aquella gesta tuvo algo de sobrehumano. En el resto de la España balompédica, el equipo blanquirrojo y su vetusto estadio, tan pequeño, tan inglés, tan embarrado, con tantas columnas, fue recibido con simpática curiosidad, similar quizá a la que ahora despierta el Eibar. El Logroñés se sobrepuso a un comienzo difícil y consiguió la gesta de permanecer ocho años consecutivos en la élite: ¡un año incluso estuvo a punto de clasificarse para la Copa de la UEFA! El soniquete de gol en Las Gaunas comenzó a hacerse popular (aunque no sé bien por qué: tampoco se veían demasiados goles en Las Gaunas), hasta que llegó la catástrofe del descenso. La caída se verificó en la temporada 94-95. Como aquellos corredores que se desfondan en el maratón, el Club Deportivo no dio una a derechas en ese curso y fue último con solo trece puntos.

¿Conoces al autor del vídeo?

  • la incógnita

  • El vídeo que rescatamos aquí no tiene autor. Es decir lo tiene, pero no sabemos quién es. Apareció hace unos días en Facebook, pero quien lo colgó nos contaba que lo vio hace un tiempo en Youtube y tuvo el impulso de guardárselo. E hizo bien, porque tiempo después el vídeo había desaparecido de la red.

  • Así que necesitamos tu ayuda ¿Conoces al autor del vídeo? Más aún

El año de Juande

Al año siguiente, en Segunda División, el presidente, Marcos Eguizábal, montó un equipo limitado y baratillo, lo justo para capear el temporal y lamerse las heridas. El ascenso parecía un objetivo remoto. El manchego Juande Ramos, que venía del Levante, fue contratado como entrenador. Tal vez les apetezca recordar su once titular: Santisteban o Pinillos; Navarro, Clotet, Mino, Gudelj; Jubera, Castaño, Parada; Loreto, Manel y Markovic. También jugaron con asiduidad Marín, Matute y Úriz. Contra todo pronóstico, el equipo funcionó como una máquina. Juande demostró ser un técnico arriesgado y ofensivo y los jugadores respondieron practicando un fútbol efervescente, con goleadas inauditas y una cierta fragilidad defensiva que le daba al equipo un toque romántico, casi holandés. Así llegamos a Toledo.

El 19 de mayo de 1996, el Club Deportivo Logroñés se jugaba el ascenso a Primera División en El Salto del Caballo, tal vez el estadio con el nombre más poético y sorprendente del fútbol español. Al ver este vídeo anónimo colgado en internet, he recuperado aquella sensación burbujeante y feliz, llena de expectativas, del viaje en autobús, de los paseos con bailes por las calles de Toledo, del ambiente en la plaza Zocodover, de Makoki con la charanga, de los cánticos, de las bufandas al aire. Aunque aseguran que fuimos 3.000 los aficionados blanquirrojos que aquel día estuvimos en la ciudad imperial, diríase que todo Logroño (y buena parte de La Rioja) se había trasladado a orillas del Tajo. Uno se paseaba por el Casco Antiguo como si anduviera por la Laurel, cruzando saludos con amigos y conocidos, invitando a vinos o a cortos, cantando himnos a coro.

El partido fue duro

El partido fue duro. Un combate perro, de resultado incierto, que empezó bien (gol de Manel en el minuto 21), pero que se complicó mucho con el empate del Toledo, de penalti, en el minuto 50. Siguieron veinte minutos de agonía, sin suerte, con un Logroñés entregado y febril que comenzaba a atisbar la terrible posibilidad de morir en la orilla. Por fortuna, en el minuto 77, el portero local, De la Fuente, y su lateral derecho, Ruiz Ochoa, se hicieron un lío y dejaron el balón a los pies de Simeón, número 16 blanquirrojo, que acababa de saltar al campo. Simeón, futbolista algo abúlico pero de buenas maneras, disparó a puerta vacía desde 25 metros y consiguió el gol del ascenso. Hubo en las gradas un estallido colosal, un grito prolongado y unánime, un poderoso y definitivo relincho. El Club Deportivo Logroñés conseguía la victoria, los tres puntos y el ascenso directo. Con 69 puntos, acababa la temporada segundo, por detrás del campeón, el Hércules de Alicante, y empatado con el Mallorca, tercero.

Luego vino lo que vino. Cañita Brava, los uruguayos cojos, el descenso definitivo, la espantada, el liquidador, la miseria, Hortelano y sus bravatas, las mentiras, los ecuatoguineanos, los impagos, la Tercera, Javier Sánchez, el bochorno, la muerte. En fin.

Cuando estuve en El Salto del Caballo tenía 26 años. Ahora tengo 44 y un hijo de seis. Una vez, hace un par de años, lo llevé al estadio municipal de Las Gaunas. Jugaba un Logroñés. Empató a cero con el Barakaldo en un partido plomizo, sin ocasiones, con las gradas vacías, la gente comiendo lánguidamente pipas y un frío de mil demonios. Juré que no volvería al campo hasta que un equipo de mi ciudad, el que fuera, me ofreciera algo ilusionante y no una infinita y dolorosa nostalgia.

El chaval se me está haciendo del Barcelona. Me hubiera dado igual que se me hiciera del Real Madrid, del Athletic de Bilbao, del Bayern de Munich o del FK Rotor de Volgogrado. Los hijos suelen heredar las filias futbolísticas de sus padres, pero yo solo era del Logroñés y el Logroñés, para él, es una presencia fantasmal, un nombre que a veces oye en casa, un extraño recuerdo de su padre, tan remoto y ajeno como una máquina de escribir, una cinta de vídeo o un tocadiscos.

Pero todavía no pierdo la esperanza de que algún día viva con el equipo de su pueblo lo que yo viví en El Salto del Caballo.

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