Dos generaciones ganadoras que lo cambiaron todo

Nadie podía imaginar que ocho años después, la mezcla de aquellas jóvenes pioneras nacidas en los noventa y hoy convertidas en veteranas de la máxima jerarquía con las nacidas en el siglo XXI que aspiraban a ser algún día como ellas traería consigo el título de campeona del mundo en las antípodas. Juntas han alcanzado el último objetivo de un proceso de crecimiento constante a lo largo de casi una década.

Mientras Alexia Putellas y Jenni Hermoso lideraban el paso adelante del Barça, hegemónico en las competiciones nacionales pero también aspirante a todo en la potente Liga de Campeones, también comenzaban a llegar los triunfos en las categorías inferiores de la selección española, la semilla del fruto que en Sídney ha acabado de florecer para asombro del mundo entero.

En 2017 España se proclamó campeona de Europa sub-19, con una generación liderada por Aitana Bonmatí, Ona Batlle -ambas campeonas del mundo absolutas- y Patri Guijarro, que no regresó a La Roja tras el cisma de las 15 rebeldes. Un año después, el equipo comandado por Tere Abelleira, Olga Carmona, Oihane Hernández o Athenea del Castillo retenía la corona continental, confirmando la hegemonía española.

En ese mismo año 2018, histórico para el fútbol femenino español, Cata Coll, Salma Paralluelo y Eva Navarro se ceñían la corona europea en la categoría sub-17, inmediatamente inferior, pero especialmente hacían historia con el primer Mundial para España, el de la sub-18 que dirigía Toña Is desde el banquillo. La Roja probaba las mieles del éxito planetario un año antes de que el Barça de Putellas y Jenni Hermoso, ya con Aitana Bonmatí integrada totalmente en el primer equipo azulgrana, disputara la primera final de Champions de su historia ante el intratable Olympique de Lyon en Budapest. Algo grande se estaba gestando y lo mejor estaba aún por llegar.

La imparable evolución del fútbol femenino español trajo consigo una mejora evidente en las condiciones de las jugadoras y la profesionalización de las competiciones, no exenta de sus tiras y aflojas y algún que otro paso atrás puntual. Llegaron al final las ansiadas Ligas de Campeones del Barça en 2021 y en este mismo 2023, ya con Irene Paredes como líder de la defensa culé, pero también continuó la sucesión de trofeos en la base de la selección española, cuyo combinado absoluto fue recibiendo a las más jóvenes, ya acostumbradas a ganar como rutina.

En 2022 España completó su ciclo virtuoso en las categorías inferiores con la pieza que faltaba, el Mundial en categoría sub-20 que se disputó en Costa Rica. Salma Paralluelo fue la estrella de aquel éxito con dos goles en la final contra Japón (3-1). La semilla plantada unos años antes había germinado y solo faltaba cosechar los frutos del trabajo bien hecho en categoría absoluta, la parte visible de un enorme iceberg.

No pudo ser en la Eurocopa de Inglaterra en 2022, el primer gran torneo al que La Roja acudió como favorita. La selección anfitriona se cruzó en el camino español y desató una tormenta que pudo haber tirado todo lo hecho por tierra. La rebelión de quince futbolistas contra el seleccionador, Jorge Vilda, generó una herida que el tiempo ha ido curando. No todas volvieron, pero sí pilares como Aitana Bonmatí y Mariona Caldentey.

Aquellas pioneras con las que todó comenzó en Canadá en 2015 y los diamantes pulidos por años de minucioso trabajo de cantera partieron hacia las antípodas con las maletas plagadas de ilusión y dispuestas a cerrar el círculo. Solo Japón había coleccionado los Mundiales absoluto, sub-20 y sub-18. España ya está en ese exclusivo club, su fútbol femenino se contempla con admiración desde Estados Unidos, Alemania o los países nórdicos, las potencias del viejo régimen. La era de La Roja comienza ahora. El presente y el futuro son suyos.