Ana, Judith y Lorena

En otro punto del césped, Lorena (la otra superviviente del recordado ascenso) caminaba cabizbaja. Con pena. Compartía su desconsuelo con el de compañeras como Laia y, al tiempo, veía a las jugadoras del Eibar, el club de su localidad de nacimiento, reír, cantar, saltar y festejar su permanencia en Logroño. Sus sentimientos eran los opuestos a los de sus paisanos. La noche y el día.

Los rostros de todas ellas eran fiel reflejo de una triste temporada que hace ya muchas semanas olía a descenso. Ana y Judith han disfrutado y han hecho historia con el equipo de su tierra (y Lorena con ellas): ascenso a la máxima categoría del fútbol femenino nacional y tres temporadas en la élite. Algo impensable hace años, final incluida de la Copa de la Reina.

Muchas alegrías juntas y ahora un disgusto. Un gran disgusto en un año de sinsabores como las graves lesiones de Olga o Raquel Infante, despedidas como la de Gerardo y Silvia y errores que condenan. Ana y Judith fueron prácticamente las últimas en abandonar el terreno de juego. A medio camino, el presidente de la entidad, Iván Antoñanzas, salió a su encuentro, las abrazó y trató de calmarlas. Desde la grada, el público les aplaudía.

Ese abrazo y ese aplauso deben servir como nuevo punto de partida para empujar al EDF Logroño (y al Pradejón, si logra el ascenso) a competir a buen nivel en la Reto Iberdrola y conseguir así que esa tristeza de Ana, Judith o Lorena vuelva a convertirse en felicidad, la misma que experimentaron en el ascenso. Que esto sea solo un punto y aparte. Nunca un punto final.