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Jon Rivas
Espinosa de los Monteros
Sábado, 7 de septiembre 2024, 19:02
Qué bonitos son los paisajes que rodean al Picón Blanco, ese verdor de la España húmeda del que presumen las Merindades y que atraen a los veraneantes, la temperatura casi ideal, un poco fresca tal vez, de un otoño prematuro. Hay fiestas en Espinosa, y ... todo el mundo pasea con su pañuelo amarillo por las calles concurridas, las plazas abarrotadas porque pasa la Vuelta y es una fiesta. Se colapsan las carreteras que vienen de Cantabria por un lado, de Bizkaia por el otro, o de Burgos, claro.
Hay ganas de conocer el desenlace, así que se amontonan los aficionados en las Estacas de Trueba, en el Caracol, en el Portillo de Lunada o en el de la Sía, en los Tornos, o, como no, en el Picón Blanco, a donde desde muchas horas antes ascienden los cicloturistas, cada uno a su ritmo, porque hay barra libre, y si los profesionales lo van a probar, por qué no los aficionados. Todo está preparado para un festejo, casi para la traca final de la carrera, sin esperar siquiera a la contrarreloj de Madrid, que siempre es un escenario más frío, no tanto en el ambiente, sino en el formato. ¿Y qué pasa? Nada. O casi nada, que viene a ser lo mismo. Los fuegos artificiales se convierten en petardos mojados, tirados a destiempo en una feria de pueblo.
En el Picón Blanco gana un corredor irlandés, Eddy Dunbar, porque entre los favoritos se adivina más miedo a perder que valentía por ganar, y el vencedor de la etapa se regocija porque ve por detrás, a unos pocos metros, a un grupo de ciclistas apocados entre los que el único que se muestra osado, Mikel Landa, es el más débil. Así que hay más contraataques que ataques, más voluntad de pegarse a la rueda de quien circula delante, que de despegar a quien llega por detrás. Y así entre todos le hacen la carrera a Dunbar, que sí, tiene su mérito, porque nadie regala nada, aunque todos derrochan mucho, y por eso las toneladas de esfuerzo de equipo de Landa, tratando tal vez de redimirse por el fiasco de Maeztu, no rentan más que para reducir a escombros el pelotón y convertirlo en un grupo elitista que, en principio se quiere jugar la etapa y algunas cosas más. «Era la última oportunidad de la carrera», recuerda Landa, «pero me la he tenido que jugar con los mejores y es difícil», porque, «están todos en un pañuelo y era difícil sorprender. Hemos querido seleccionar la carrera para que se quedasen por delante los mejores de la general, pero era muy complicado.
Pero resulta que no; que no quisieron jugarse nada, sino defender cada uno su fuerte, y cuando, ya subiendo el Picón Blanco, el TRex empieza a mostrar síntomas de agotamiento y se pone el Bora de Roglic en cabeza, o lo que queda del Bora, porque varios ciclistas –Nico Dentz, Daniel Felipe Martinez y Patrick Gamper– abandonaron antes porque se sentían mal e incluso un auxiliar fue ingresado con principios de salmonelosis, entre los favoritos, salvo uno, el propio Roglic, se siembran las dudas, porque sigue allí entre ellos Ben O'Connor, pegado como una lapa, y el objetivo, más que desbancar a un líder que parece inabordable, es desplazar al australiano de su lugar de privilegio en el podio, y ni Mas ni Carapaz, que son quienes deben hacerlo, asumen sus responsabilidades.
Es el corredor español el que parece más decidido, y se pone en cabeza. Su tirón distancia a O'Connor, y solo Carapaz y Roglic siguen su estela, pero mira para atrás Mas, no le gusta la compañía y decide parar, y así varias veces, hasta que Dunbar se distancia, alcanza al francés Sivakov, lo rebasa y se va. La inacción detrás era patente, como si ocupar una plaza del podio fuera un aliciente escaso, así que entre todas la mataron y ella sola se murió. Landa lanzó un ataque suicida a menos de un kilómetro, Mas se adelantó cuando quedaban 200 metros, cuando la pérdida de O'Connor no podía ya ser catastrófica, y tendrá que machacarse en la crono final para volver a ser segundo en la Vuelta. En la etapa inicial, en Lisboa, Enric Mas estuvo 13 segundos por delante del corredor del Decathlon, pero el último día las fuerzas no son las mismas y puede pasar cualquier cosa. Carapaz lo tiene más difícil y Roglic, salvo error o salmonela, alcanzará su cuarta victoria en la Vuelta, el mismo número que Roberto Heras. Lleva dos minutos de ventaja, «aunque me gustaría que fueran cinco». Acaparador.
Por todo eso, un inesperado Dunbar levantó los brazos en la meta y se llevó la etapa. «Me sentí bien y me esforcé al máximo en la subida final. Me controlé muy bien, conocía esta subida de hace unos años y sabía que había tramos empinados y partes donde se nivelaba, y que era un poco diferente a lo que se mostraba en el perfil. Corrí con mucha fuerza las partes empinadas y con bastante cautela las partes planas para asegurarme de que me quedaba suficiente energía».
Nada sucedió como imaginaban los aficionados, los periodistas, los directores y, posiblemente los propios ciclistas. Una decepción, vamos.
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