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Jon Rivas
Martes, 20 de agosto 2024, 18:54
El landismo se extiende por Extremadura, desde Plasencia, donde se cuece la Vuelta en su propio jugo, aunque no gane Mikel Landa. «A ver si bajan las temperaturas», implora el vasco. Al equipo que lleva un tiranosaurio en su maillot, símbolo de épocas prehistóricas, se ... le estropea el autocar futurista y ultramoderno, y los corredores tienen que desperdigarse por las calles de la localidad, antes de la salida. Pero son humanos, y tienen sus necesidades, así que Mikel hace proselitismo en un adosado, y sus moradores le dejan utilizar el baño, y mudarse de ropa, a cambio del bidón para la niña, un truque justo para todos.
No son futbolistas blindados, encerrados en su burbuja, sino deportistas de carne y hueso, que circulan entre los aficionados, les firman autógrafos, posan para los selfies y luego se montan en la bicicleta para someterse a los rigores de un calor extremo antes de ascender por una rampa de cemento inmisericorde con los ciclistas, figuras o gregarios, sin distinción, agotados después de casi 170 kilómetros en los que se consume agua en cantidades industriales, que sin embargo no sacia la necesidad de tantas bocas sedientas y deshidratadas.
En esas circunstancias, la mente se nubla, y a veces se cometen errores fatales. Uno de los más recurrentes es el de levantar los brazos antes de tiempo, cuando algún ciclista se cree ganador, pero todavía no lo es. Lennert Van Eetvelt dará vueltas y más vueltas en la cama, pensando en lo que hizo en la cima del Pico Villuercas, cuando después de 170 kilómetros agotadores, de aguantar temperaturas extremas y resistir a los mejores en las rampas de cemento que destrozan las piernas, aceleró en los últimos metros para neutralizar con facilidad al landismo, que después de dejar un grupo de fans incondicionales en el adosado de Plasencia, se había desplegado en todo su esplendor en los últimos metros de la etapa.
Tras tomar por dentro la última curva, a diez metros de la línea de meta, hizo el amago de levantar un brazo para celebrar la que, creía, iba a ser su primera victoria en una gran vuelta. Pero esa deceleración al soltar la mano del manillar fue suficiente como para que se le colara Primoz Roglic, que sabe lo mismo por viejo que por diablo, para quitarle el premio gordo.
El esloveno, que había llevado el ritmo en la ascensión, después de que su equipo controlara toda la etapa desde la salida en Plasencia, hizo saltar la banca. Venció en la etapa y se colocó como líder con ocho segundos de diferencia sobre Joao Almeida en la General.
El Bora tenía su plan y lo ejecutó de maravilla. Reguló el ritmo del pelotón entre los olivos, las tierras áridas y los campos de cerezos. Siempre en cabeza, siempre atentos, los compañeros de Roglic permitieron la fuga inicial a sabiendas de que caería por su propio peso cuando el calor fundiera a los valientes que se asoman cada día. «En realidad, ese no era el objetivo principal de hoy», confiesa Roglic, pero, «cuando veo a los chicos rodando tan fuerte con este calor, me alegro de haberlo logrado».
En los nervios de los kilómetros finales, cuando la carretera se convierte en camino de cemento y gira a la izquierda, todos los equipos con candidatos quisieron llegar a la cabeza, pero los porcentajes sirvieron de filtro, y después de que Felix Gall cogiera unos metros y Roglic respondiera por detrás, el pelotón se hizo trizas, se rompió en pedazos.
A Roglic solo le aguantaron Enric Mas y Van Eetvelt, el más rápido de los tres. Unos metros por detrás circulaban Riccitello y Almeida. El portugués, marcando su ritmo. Como Landa, más atrás. Luego, casi nadie. Acabaron por unirse todos, y también llegó Gall, después de su esfuerzo de los primeros metros. Landa, al final, atacó, tal vez para defenderse y no perder tiempo. Respondió Van Eetvelt, levantó el brazo a destiempo, y ganó Roglic, que consiguió, además, ahogar y desnudar a algunos de los que parecía que iban a ser sus rivales.
En los cinco durísimos kilómetros finales, descolgó a Kuss, que llegó a 28 segundos, a Vlasov, que perdió 38, a Carlos Rodríguez, que entró en la meta 51 segundos más tarde, o a Yates, que se dejó 1,29m. Las buenas noticias las dio Enric Mas, a quien se vio sobrado en las rampas más duras. «Junto a Roglic, que es el rival a batir, ese es mi sitio. Espero que siga así toda la Vuelta». Y también Mikel Landa, el catalizador del embalaje final con su ataque en los últimos metros, después de llegar desde atrás, como había hecho antes Almeida, y lograr engancharse al carro de los ganadores. «He conseguido regular en la parte más dura y como se han vigilado por delante, he podido llegar por detrás hasta el grupo aprovechando el control». Queda mucha Vuelta, pero para algunos más que para otros.
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