Jon Rivas
Domingo, 8 de septiembre 2024, 21:41
La última etapa de una carrera de tres semanas es el día de la familia. Con los ciclistas consumidos, que se visten de civil y comprueban que les sobra cuello; que se sientan en el sofá del hotel de dos en dos y queda espacio, ... aparecen esposas, hijos, parejas de hecho, novias, padres y madres –«qué delgado estás, hijo»–, a comprobar que llegan fatigados pero enteros, de una pieza, muchos de ellos con heridas a medio curar, o ya curadas pero que dejaron marca. Hay muchas risas y sonrisas, incluso alguna lagrimilla, y bastantes besos y abrazos.
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El final de la Vuelta en Madrid es la última estación del año para algunos, como Marc Soler, «ahora vacaciones»; otros todavía tienen obligaciones pendientes entre europeos, mundiales, clásicas o carreras tardías. Hay quien llega a la Gran Vía con la maleta ya hecha para volver a casa, porque esa es su estación final. Sonríe Gesink, toda la via en el Visma, porque pone pie a tierra y se va a Andorra, «a aprender a esquiar»; sonríe también Luis Ángel Maté, el marbellí del Euskaltel. «Lo hago porque hay que ser agradecido a la vida y al ciclismo. Montar en bici y ser profesional fue privilegio».
Se despiden de los compañeros, de quienes trabajaron a su alrededor durante años, de los jefes que exigieron y comprendieron a partes iguales, o no tan iguales. Como en toda fiesta de fin de curso hay alegría, pero también un aire de nostalgia en el ambiente, porque tres semanas dan para mucho, aunque pasan muy rápido, y lo que sucedió en Lisboa parece muy lejano, aunque siga muy vívido en el recuerdo. De Brandon McNulty, el primer líder después de ganar la contrarreloj inicial a Stefan Kung, que se impuso en la etapa final, aunque quien levantó el brazo izquierdo y señaló con el índice fue Primoz Roglic.
Fue el resultado esperado desde la primera etapa, aunque Ben O'Connor quisiera ponerle suspense hasta los últimos días. Resistió el ciclista australiano los envites de los favoritos durante casi dos semanas, o más en concreto, los resistió hasta Madrid, porque solo Roglic fue capaz de superarlo entre quienes aspiraban a subir al podio. Los seis minutos de diferencia que consiguió en Yunquera, más de cuatro en la General, se convirtieron en una losa insuperable para Enric Mas o Richard Carapaz, que aparecían como los más fuertes en el intento de desbancar a un invitado inesperado a los puestos de privilegio. Pero O'Connor no era un recién llegado, ya había dado muestras de su capacidad de resistencia, de una innata cualidad de saber salir a flote, así que no pudo finalmente con Roglic, que exhibió su clase en los instantes adecuados, pero sí con Mas, al que desplazó al tercer lugar, y Carapaz, que se quedó lejos del podio.
Con el australiano como líder durante muchas jornadas, la carrera se hizo más abierta, con pocas diferencias, ni en la canícula de la primera semana en Portugal, Extremadura y Andalucía, ni en las jornadas templadas y frescas del norte.
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Roglic fue arañando tiempo a O'Connor durante varias de las etapas complicadas del recorrido, hasta que en los Lagos de Covadonga dejó al ciclista del Decathlon al borde del abismo. El esloveno se quedó a cinco segundos en la General, y aunque seguía vestido de rojo y lo celebraba, sabía que tenía los días contados. En Moncalvillo, el líder del Bora sacó la artillería y remató al australiano, que cedió por fin la prenda, aunque siguió en la zona noble, de la que nadie le iba a poder sacar, ya que en el Picón Alto, en el que Mas y Carapaz tuvieron varias oportunidades para distanciarlo, se perdieron en luchas particulares entre ellos para beneficio de O'Connor.
Con quienes luchaban por el título a lo suyo, la Vuelta sirvió de exhibición para otros invitados como Wout Van Aert, que después de ganar tres etapas, dar espectáculo casi cada día y ponerse a tiro del jersey verde de la regularidad y del de puntos azules de la montaña, tuvo que abandonar la carrera por un accidente desgraciado que le dejó la rodilla maltrecha. Se lamentaron los amantes del ciclismo espectáculo, aunque irrumpió entonces un actor inesperado, el Kern Pharma, invitado como equipo continental, con uno de los presupuestos más limitados del pelotón, pero que acabó siendo protagonista en bastantes etapas y ganando tres: dos a cargo de Pablo Castrillo, y una más por las pedaladas de Urko Berrade, una sorpresa agradable.
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En Madrid, donde se celebraba la última etapa y también el fin de fiesta, ganó Kung, con los líderes agotados después de tres semanas y con el depósito en la reserva. Nadie se acercó al registro del campeón de Suiza, ni siquiera Roglic, que acabó segundo pero feliz después de su cuarto triunfo. «No tengo palabras», decía. «Fue un gran sacrificio, no solo para mí, sino también para mi familia y mis compañeros de equipo. Estoy feliz de poder ganar y se lo agradezco a ellos por el apoyo que me dan». En definitiva, «es una locura. Ya son cuatro», pero apostilló: «Estaría bien ganar la quinta y quedarme solo en el palmarés». Enric Mas no ha ganado ninguna, pero se conforma: «Venía a por la victoria, pero esta Vuelta es la que más desnivel ha tenido y he conseguido otro podio. Y van cuatro». Confiesa que, «disfruté en Ancares y sufrí en Los Lagos».
Mikel Landa se dejó ver a menudo, lo intentó como siempre, pero no tuvo la misma chispa que el el Tour, y además en la etapa vasca con final en Maeztu, su equipo no estuvo a la altura. Otro ciclista español, Carlos Rodríguez, estuvo discreto. «Llegué corto de preparación, he acabado contento, pero no me conformo». A ver.
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