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Jon Rivas
Domingo, 1 de septiembre 2024, 19:41
La niebla le da un toque de épica al ciclismo, una pátina mágica a los finales agónicos. Recuerdan los más veteranos a Perico Delgado en Luz Ardiden, y también a Chava Jiménez en el Angliru o Alex Zulle en la Cruz de la Demanda, y ... muchos más corredores que le dieron lustre al deporte de la bicicleta apareciendo como fantasmas para atravesar la línea de meta y ganar una etapa, o una Vuelta.
Luces largas de los coches que persiguen a los ciclistas, destellos azules intermitentes de las motos que abren la carrera; el rugido creciente del público que ve pasar a dos metros a los corredores y les jalea sin poder ver mucho más allá, y la megafonía que atruena con la narración emocionada de Juan Mari Guajardo, la voz de la Vuelta, que intuye más que ve lo que está sucediendo a unos metros de él. Cámaras fijas de meta, sin definición por la bruma espesa que cubre la cima, casi un acto de fe sobre lo que está sucediendo en la carrera. «Lo mejor del Angliru es que haya niebla, y así no puedes ver lo que queda por delante», sentencia Haimar Zubeldia. En el Cuitu Negru es lo mismo.
Aparece Pablo Castrillo, colosal, ¿ha nacido una estrella?, y levanta los brazos, los deja caer con rabia después de su segunda victoria, algo impensable para un equipo tan modesto como el suyo, el Kern Pharma, pero es real, tangible. Ahí está. Los auxiliares, que siguen de los nervios la narración, que miran de reojo alguna pantalla cercana, lo reciben alborozados. En el coche del equipo gritan mientras golpean el techo, después de que la voz femenina de Radio Vuelta anuncie el nombre del ganador de la etapa en tres idiomas. Otra vez habrá celebración en el hotel. «¡Qué animal!, le felicita su compañero Félix Parra, que llega cinco minutos después a la meta, cuando la niebla todavía no comienza a disiparse, aunque en su equipo están viendo brillar el sol, como en un atardecer luminoso.
Es un escalador, un resistente, que nunca había corrido tantos días seguidos, y además un gran estratega. Lo demostró en Manzaneda, donde atacó en un descanso entre rampa y rampa, y lo volvió a hacer en el comienzo del Cuitu Negru, una osadía feliz.
Formaba parte de la escapada que fue perdiendo elementos según ascendían puertos al ritmo exigente que ponía Jay Vine para Sivakov, su compañero del UAE, y que el pelotón tirado por el TRex de Mikel Landa no podía reducir apenas. Casi siempre en la cola, Castrillo cabeceaba como siempre, como si fuera a descolgarse en cualquier momento, pero no. El puerto final era Pajares, orgullo del ciclismo asturiano, en la carretera hacia León. Y para horror de los corredores, al llegar al pueblo, quedaban todavía cinco kilómetros, los dos últimos hasta el Cuitu Negru, un invento del demonio para las carreras.
Giraban los escapados hacia la derecha, superada ya la estación de Brañillín, donde la carretera empezaba a descarnarse, y Castrillo, que en teoría era el más débil de los tres, arrancó con determinación en el último lugar del recorrido en el que se podía planear una maniobra así, porque aparecían ya las rampas de porcentajes terroríficos en las que es imposible ponerse de pie sobre el sillín y despegarse. En las que solo queda marcar un ritmo, cabecear y aguantar. Una pedalada primero, después otra, así hasta arriba.
Sivakov, que había llevado todo el peso de la escapada, se quedó sin aliento; a Vlasov todavía le quedaba algo de gasolina que derrochó en la caza del aragonés. Llegó a su altura cuando restaban 900 metros hasta la meta, resistía y ponía incertidumbre a la victoria de etapa. «Pero le vi la cara que llevaba», reconoce Castrillo, de sufrimiento extremo. Buen fisonomista. Y volvió a atacar, una, dos veces. A la segunda, el ruso se sentó sobre el sillín, para seguir haciendo eses hasta la meta. Como Castrillo, claro, que también es humano, pero por detrás: «Lo de Manzaneda fue ya irreal, pero esto es un puto sueño».
Mientras, a menos de un kilómetro de allí, se desarrollaba una batalla que no llegó a ser decisiva, porque arrancó Primoz Roglic, pero flojeó, como si el experimento de cambiar de bicicleta y subir el Cuitu Negru con un desarrollo descomunal de 40 dientes en los piñones y un solo plato, hubiera resultado fallido. Cogió ventaja, pero se desinfló después. Le alcanzó Enric Mas -«Casi no llego, en serio»- y, en cierta forma, el líder, que llegó a 37 segundos y mantiene todavía 1:03 de diferencia, sobre el ciclista esloveno porque el cambio de bicicleta también le costó 20 segundos de sanción por circular detrás del coche de su equipo durante más de un minuto.
Queda una semana para el desenlace. «Tuve un día bastante bueno. Es una pena que explotara un poco al final, pero ese debe ser probablemente uno de los finales más horribles de una subida que he hecho. Fue realmente asqueroso», dice Ben O'Connor, que seguirá de rojo al menos hasta el martes. Mikel Landa, siempre de menos a más, controló los daños y perdió 24 segundos con Roglic y Mas. Entró por delante de O'Connor, al que le rebaña 15 segundos.
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