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Jon Rivas
Sábado, 17 de agosto 2024, 21:44
En el desierto de Sonora, en Arizona, cerca de Phoenix, la ciudad natal de Brandon McNulty, el viento cálido azota y hace rodar los rastrojos secos, como en las escenas de las películas de spaghetti western que se rodaban en Tabernas, a unos kilómetros de ... Almería. En Oeiras, a las afueras de Lisboa, el viento no mueve rastrojos en un entorno urbano y cuidado, sino las copas de los árboles y genera corderitos en las aguas atlánticas que surcan los veleros con el escenario del majestuoso puente 25 de abril en el horizonte.
Cae la tarde y el viento cada vez sopla con más fuerza, «hasta el límite para poder montar en bicicleta», se lamenta Carlos Rodríguez. Solo Enric Mas, entre los favoritos, ha decidido salir antes, casi de los primeros, cuando las rachas son más llevaderas al borde del Atlántico, aunque el balear no cuente para la victoria de etapa, porque no es un especialista. «En el equipo vieron que era mejor salir al final», cuenta Rodríguez. «Cuando pasamos a mediodía soplaba un poco, pero nada comparado con lo de la tarde».
Mejor para Edoardo Affini, el ciclista del Visma que sale mucho antes y consigue un buen tiempo que le mantiene en el sillón de las torturas, con una mesilla a un lado para apoyar el teléfono móvil, y una nevera al otro, con bebidas frescas que restituyen la temperatura del cuerpo, el último mantra entre los fisiólogos del ciclismo, que dan pasos pequeños para el hombre, pero gigantes para el deporte, o al menos eso parece hasta que aparezca otro hallazgo que aparte el anterior.
Affini se come tranquilo su ensalada de pasta, y no se asusta hasta que está a punto de entrar en la meta el talentoso británico Joshua Tarling, un especialista que se queda a 28 centésimas, y pierde su oportunidad. «Me sentía como un ladrillo», confiesa. Respira un poco Affini, hasta que llega el checo Vacek. Un gesto de resignación, otro de reconocimiento, quitándose una gorra imaginaria, y para el hotel, a recuperarse, que quedan 21 días de carrera.
Arrecia el viento y los grandes especialistas escuchan su ulular, y sienten en la vibración de sus brazos, apoyados en el manillar, cómo choca contra sus ruedas lenticulares traseras. «Bastante hacía con mantenerme», confesaba Rodríguez. Pero salió McNulty de esa rampa mágica, entre fuegos artificiales y luces LED como de centro comercial, y, como si circulara por las polvorientas carreteras del desierto de Sonora, en su Phoenix natal, se olvidó del viento. «Simplemente me sentí bien y me esforcé al máximo. Sabía que el tramo final era bueno, así que aguanté, pero fue un esfuerzo intenso desde el principio hasta el final». Y aunque en el punto intermedio no pudo hacer mejor tiempo que Van Aert, que se exprimió hasta allí, apretó los dientes para presentarse en la meta y mejorar por dos segundos a Vacek y por tres al belga, para vestirse con el jersey rojo de líder.
«No sé si esperaba ganar, pero sabía que si sucedía algo loco, podría ganar, así que supongo que sucedió algo loco». ¿Será el viento? «Tenía unas piernas estupendas. Me he estado sintiendo muy bien en los entrenamientos. Realmente me esforcé por los Juegos Olímpicos y desde entonces he tenido buenas piernas. Sabía que podía hacer algo bueno, pero no esperaba ganar». Wout Van Aert sí. Era su debut en la Vuelta y tuvo que tragarse la frustración. «No estoy del todo satisfecho. No me he sentido muy bien, sólo bien». El viento, y las piernas, «que me empezaron a doler demasiado pronto y quedaba mucho para la meta».
La contrarreloj inicial dice poco o dice mucho, según se mire. Entre otras cosas, que Primoz Roglic es el mejor situado entre los favoritos a ganar la Vuelta. Acabó octavo, dos segundos por delante de Joao Almeida, jaleado incesantemente por sus compatriotas. Adam Yates también hizo una buena crono, a 34 segundos del ganador; Enric Mas perdió 39 y Carapaz 40. Carlos Rodríguez seis más y Mikel Landa algo más de un minuto, pero la fiesta acaba de comenzar.
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