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Jon Rivas
Miércoles, 21 de agosto 2024, 19:25
Pavel Bittner, checo de Olomouc, dice que todavía no ha salido a correr en bicicleta con su futuro suegro, Servais Knaven, que ganó la París-Roubaix y una etapa del Tour. A sus 22 años, Bittner ya podrá, al menos, charlar de su carrera casi ... de tú a tú con el padre de su novia holandesa Mirren, que también es ciclista profesional y corre en el Education First. «Hasta ahora no hemos hablado mucho de ciclismo», confiesa. En Sevilla, delante de la Torre del Oro, el corredor del DSM le ganó por media pedalada a Wout Van Aert, que lanzó un sprint larguísimo en la recta final de tres kilómetros, –en la que Mikel Landa sufrió un pinchazo–, y se llevó su primer triunfo importante después de las dos etapas que ganó en la Vuelta a Burgos. Sucedió en otro día sofocante para los ciclistas.
Agua, más agua; bolsas de hielo para el cuello, sudor, manchas blancas de salitre por la deshidratación. Ferragosto español por Extremadura y Andalucía, sartenes de España. Tierras resecas, tonos pardos y amarillos, extensas llanuras sin vida aparente, ni un metro de sombra, un panorama poco excitante para los ciclistas, que apuran al máximo sus minutos al abrigo del aire acondicionado del autobús. Beben y beben, y vuelven a beber, para regocijo de los escasos valientes que se atreven a acercarse a la cuneta, casi siempre bajo el refugio de un olivo, o de algún pino que aguanta en pie al borde de la carretera, y que reciben una lluvia de bidones que los ciclistas arrojan en cuanto ven un ser vivo que anima.
En los pueblos, escasos, de casas bajas encaladas, con las sillas de enea ocupando cualquier sombra, las almas caritativas enchufan mangueras que riegan a los ciclistas, como en las imágenes que rodó Louis Malle en 1962, en su documental «Vive le Tour». Solo faltan curas preconciliares y monjitas de toca alada, o periodistas dormidos mientras hacen de paquete en las motos que siguen la carrera. Tampoco se paran los corredores a asaltar las fuentes para llenar los bidones, y los bares para llevarse bebidas frías, incluso botellas de vino al grito de «¡paga la Vuelta!», ante el estupor del encargado. Ahora los equipos avituallan constantemente. A los ciclistas no les falta de nada, salvo ese aire acondicionado que les regala el autobús, propio o prestado, como el del Burgos que utilizan los del Soudal.
Dormita el pelotón, si se puede describir así un trabajo de esforzados deportistas bajo la canícula; se empeña otra vez Ibon Ruiz, del Kern Pharma, en intentar lo imposible, esta vez con Txomin Juaristi, el Euskaltel siempre dispuesto, aún a sabiendas de lo que va a pasar, y tiene, pese al desgaste, humor para saludar a sus padres y a su novia cuando se acerca la cámara de televisión. No pasa nada hasta que el cuentakilómetros indica que Sevilla está a menos de 50, y entonces se activa la caza y se aumenta la velocidad para que el retraso no se haga apabullante.
Los equipos de los velocistas toman el mando, pero no pierde ojo el Bora con Roglic, ni cuando la carrera atraviesa el puente del Alamillo, ya en la capital, ni el de la Barqueta, porque hay que estar siempre con un ojo puesto en el siguiente bache, que no ve Doull al girar en una rotonda, por lo que pierde la sujeción del manillar y se cae. Arrastra a Rui Costa, que se hace daño en el golpetazo y se retira, cuando ya está el pelotón entre los palmerales de las avenidas sevillanas y los llegadores afilan los cuchillos.
Es cuando a Van Aert le colocan en la mejor posición, porque no hay estrechuras en una vía larguísima y ancha, y al maillot verde le entran las prisas y arranca tal vez demasiado pronto, con Groves a su espalda, que no aguanta el ritmo, y Bittner remontando desde atrás para con un golpe de riñón, adelantarse para la foto finish, ganar y poder charlar de tú a tú con Servais Knaven, su futuro suegro. Y con los ciclistas que eran sus ídolos hace no muy poco. «Cuando me hice profesional fue extraño porque estaba acostumbrado a ver a estos corredores por televisión», confiesa en una entrevista en su país. Les tiene respeto, pero, «aunque el respeto es importante, eso no significa que no intente ganar a alguien sólo porque es una estrella». Con Van Aert ya ha podido. «Les dije a los chicos que hoy lo podía hacer, confié en mí mismo y vi una oportunidad abierta».
En vísperas de otra llegada en alto, aunque sea en el puerto de Las Abejas, de tercera categoría, la clasificación sigue igual, nada se mueve, con Primoz Roglic de rojo y Mikel Landa también en su puesto, aunque llegó descolgado, porque su avería llegó en los últimos tres kilómetros.
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