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J. Gómez Peña
Jueves, 21 de julio 2022, 19:41
De niño, Jonas, tan menudo y delgado, no encontraba montañas en Dinamarca, tan plana. Los otros chavales, altos y fuertes, le ganaban en las carreras. Pidió y pidió a sus padres que compraran una caravana para ir y ver los Alpes. Su paraíso. Así aprendió ... a volar. Jonas es ahora Vingegaard y es padre. En la salida le prometió a su novia y a su hija que les iba a regalar la etapa. Un regalo para el ciclismo.
⏪ ¡El último kilómetro de una etapa para la HISTORIA del ciclismo!
Tour de France ES (@letour_es) July 21, 2022
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Pogacar le había atizado una y otra vez. Cuesta arriba y también hacia abajo. Día tras día. Puerto tras puerto. También en el duro e inédito Spandelles. Vingegaard vio en una curva zurda de ese descenso a su enemigo esloveno perder pie. A Pogacar le perdió el exceso de riesgo. Y se cayó. Entonces, el líder que va a ganar este Tour, se frenó. Esperó al ciclista que era su única amenaza. Que un tropiezo no estropee un duelo de semejante tamaño.
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Se dieron la mano. La foto del Tour. El que va a ganar esta edición y el mejor perdedor. Vingegaard y Pogacar. Las dos plumas necesarias para escribir la grandes páginas de este deporte. A esta etapa gigante que Vingegaard coronó con su triunfo en Hautacam, se unió un tercer autor, su compañero Wout Van Aert. Atacó desde el banderazo, se fugó, tiró en cada cuesta y, ya en Hautacam, se puso al servicio de Vingegaar y ahogó a Pogacar antes de lanzar a su líder hacia el pasillo de aficionados que decoraban su victoria. El final de una obra maestra.
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El Aubisque era el primero de los tres últimos grandes puertos del día y del Tour. Pogacar notó ahí que su tercera victoria consecutiva en la ronda gala se le escurría como arena entre los dedos. Así que apretó el puño en la segunda cuesta, sobre el asfalto áspero de Spandelles. Primero pidió a su fiel McNulty que pasara revista al breve pelotón. Y, de inmediato, a siete kilómetros de la cima, Pogacar sacó el orgullo que tiene dentro. Atacó con todo. Órdago. Tenía que alejarse del líder, de Vingegaard, el peso que le impide flotar sobre su tercer Tour. El esloveno achicó la mirada. Pleno esfuerzo... Y se giró. Vio lo que ha visto desde el primer día: su huella la pisaba Vingegaard. Sólido. Pogacar insistió. Una. Dos veces. El líder se puso a su par. Rabia. Otro latigazo esloveno. Tampoco. No podía ni con el líder danés ni con su equipo, el Jumbo.
Le dio igual. Convirtió el descenso de Spandelles, lleno de gravilla, en un vértigo. Reactivó el toro mecánico. A Vingegaard le dio un respingo la bicicleta. Tuvo que sacar el pie. Jinete amarillo. Pálido el rostro por el susto. Pero a flote. Pogacar tomó nota. Apretó más. Al filo. A decapitar al líder o a cortarse su propio cuello. Y casi pierde la cabeza. Trazó mal un giro y patinó sobre las piedras de la cuneta. Pogacar al suelo. Tumbado ante Vingegaard. El esloveno, con el Tour en pie y emocionado, se levantó con una rodilla sangrante. Al fondo, era el líder el que se giraba esta vez. Esperó a su mejor enemigo. Honor al caído. Al juntarse, las cámaras captaron para la memoria de la Grande Boucle ese apretón de manos. Paz en plena guerra. Ciclismo de leyenda.
Y aún había más. La etapa la había descorchado Van Aert. Coloso. Había salido despedido de Lourdes. Quería ir por delante para proteger así a Vingegaard. Que no sucediera como el día anterior, cuando entre dos gregarios de Pogacar derribaron a todo el Jumbo. Van Aert es indomable. Un salvaje. Una bendición. A su rueda se pegó medio pelotón, incluido Enric Mas. El balear buscaba un milagro en la etapa de Lourdes. Se metió en esa fuga masiva. Subió el Aubisque y en el bellísimo descenso hacia el Soulor se topó con sus fantasmas. Sus miedos. Bloqueado, frenó. El recuerdo de viejas caídas. Acabará sonámbulo el Tour en el que aspiraba al podio. Herida psicológica.
Con el ciclista balear peleando contra sí mismo y hundido, la carrera descubrió Spandelles. Puerto nuevo y directo a la historia. Asfalto antiguo. Diez kilómetros al 9%. Curvas. Agonía y riesgo. El decorado perfecto para que Pogacar, campeón vigente del Tour, descargara su última traca. Es fiable. Lo hizo. Tras el impulso de McNulty, se quedó solo contra el Jumbo de Vingegaard, que contaba con gregarios por tierra, mar y aire. El esloveno cargó con todo. Y de nuevo sólo le soportó Vingegaard. Unidos en la cima. Luego llegó el susto del líder en el descenso, el patinazo de Pogacar y el apretón de manos.
No quedaba más que Hautacam. Es una montaña con pasado. Allí confirmó Miguel Induráin que no iba a ganar su sexto Tour, el de 1996, ejecutado por un danés, Bjarne Riis, que subía con el plato grande y el tanque de combustible abarrotado de EPO. Allí también, ya en 2000, levantó los brazos bajo la lluvia Javier Otxoa, sólo medio año antes de que un conductor le atropellar en Málaga en aquel accidente que le costó la vida su gemelo, Ricardo, y que a él comenzó a matarle gota a gota.
Pogacar no pudo encontrar en Hautacam su milagro. De Vingegaard tiraba Kuss mientras pasaban por encima de todos los escapados. Sólo resistían dos de la fuga, Dani Martínez y el salvaje Van Aert. El belga tomó aire. Esperó a su líder. Y le donó un kilómetro brutal. El Tour disfrutó con los tres: Van Aert, Vingegaard y Pogacar. El más fuerte, el mejor y el más valiente. Trío de ases. Van Aert reventó a Pogacar y luego explotó él. Trabajo perfecto. Vingegaard tiró solo y de amarillo hacia la meta que sella el que será su primer Tour. A los dos minutos y 18 segundos que le sacaba a Pogacar sumó un minuto más. De sobra para la contrarreloj final. «En la salida les he dicho a mi mujer y mi hija que iba a ganar por ellas», confesó. Tenía escrito el mejor final para esta gran historia.
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