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J. Gómez Peña
Miércoles, 19 de julio 2023, 18:55
Arriba, en el cielo alpino, levantaron un altipuerto para los vuelos que viajan a las pistas de esquí de Courchevel. Es corta, vertical, para pilotos de riesgo. Una de las más peligrosas del mundo. Así fue. En el Tour, esa rampa final se transformó en ... la boca del infierno. La carrera llegó zigzagueando, rota, anémica de fuerzas. Venció un austríaco joven, Felix Gall, una de las revelaciones de este Tour que volverá a ganar Jonas Vingegard porque su sombra desde la Gran Salida en Bilbao, su rival, Tadej Pogacar, se quedó clavado en el asfalto movedizo del col de la Loze. Es el primer gran hundimiento del esloveno. Obra de Vingegaard. El líder danés, en cambio, no pudo quedarse con la etapa. De eso se encargó el fugado Gall, más escalador que sus compañeros de fuga Simon Yates y Pello Bilbao, el ciclista inteligente, el que mejor explota sus méritos y oculta sus debilidades.
El vasco, tercero en la meta, sube a la sexta plaza, a dos minutos del podio que ocupan Vingegaard y, a distancia (7:35) Pogacar y Adam Yates (a 10:45). Carlos Rodríguez es cuarto, a 12:01, con Simon Yates al acecho (a 19 segundos). De todos ellos fue este infierno alpino que merece subir al cielo de la historia de la Grande Boucle con este título: La etapa demoledora.
Los historiadores del Tour trabajan a destajo. Antes, de vez en cuando aparecía un nombre sobre el que construir una leyenda. Ahora, los mitos surgen a toda velocidad. En 2019, un colombiano nuevo, Egan Bernal, ganó la carrera y anunció que comenzaba su era. No. Un año después surgió un prodigio esloveno, Pogacar, el nuevo 'Caníbal', el heredero al que tanto aprecia Eddy Merckx. Venció en dos ediciones de la Grande Boucle con su rostro adolescente. Pero el año pasado le salió un rival de su talla, Vingegaard, que le batió y que hoy es líder total de esta edición.
Brotan tantos genios jóvenes que comparten tiempo. Y solo puede ganar uno. Vingegaard. Tras dos semanas empatados, Pogacar se abrió el maillot en el tramo más duro del puerto más largo, el col de la Loze. Le faltaba aire. «¡Estoy muerto!», confesó por la emisora interna. Fin. Puso toda la voluntad sobre el manillar. Disparo inútil. Ahí dobló la rodilla ante el nuevo dueño del Tour. Vingegaard, en honor al derrotado, levantó el pie para no humillarlo. Le dejó a solas con su calvario. Y tras el minuto de silencio por el esloveno, el líder danés, que ya tiene su segundo Tour en el bolsillo, saltó a por el resto, a por la etapa. Tarde. La victoria corría en la fuga.
La etapa anterior, la de la victoria por aplastamiento de Vingegaard ante Pogacar en la contrarreloj, había quedado resumida en una imagen captada el martes en la trastienda del podio por Bernard Papon, fotógrafo de L'Equipe. En esa fotografía, el líder danés firma de pie varios maillots amarillos mientras detrás, sentado y con la cabeza apoyada en las manos, se ve a Pogacar. Mirada gacha, triste... la del niño al que se le ha pinchado el balón. ¿La foto de su derrota? Había recibido un golpe inesperado. Invisible. Y cayó KO ¿Se levantaría?
Tras una noche de desconsuelo, Pogacar encajó otro golpe nada más salir hacia la meta de Courchevel. Un descuido en el primer puerto, Saisies, le costó un revolcón y una herida sangrante en la rodilla izquierda. El pelotón había partido con un paquete de cerillas en la mano. Con decenas de ciclistas que pese a su agotamiento estaban dispuestos a incendiarlo todo. Matar o morir. El viejo lema bélico tan usado en el ciclismo.
Pareció que Pogacar se había levantado. Los guantes en los puños. Su equipo, el UAE, comenzó a lanzar dorsales en fuga. Majka y Soler se subieron al vagón de la escapada en la interminable y espectacular ascesión al Roselend. El sol enfocaba de pleno los embalses, las cascadas y las laderas de terciopelo. En ese grupo delantero iba un ciclista que sabe siempre dónde hay que estar: Pello Bilbao. Buscaba mejorar su séptima plaza en la general y, de paso, luchar por otra etapa. «Yo no puedo seguir los cambios de ritmo de los mejores en subidas largas, así que quería anticiparme», contó. Se adelantó a la carnicería. Es un ciclista que sabe.
Con él viajaban otros 32, incluidos el octavo en la clasificación (Simon Yates), el noveno (Gaudu), el décimo (Gall) y el decimoprimero (Martin). Tenían su propia guerra. A su lado pedaleaban Ciccone, Pinot, Skejlmose, Haig (el gregario que lo dio todo por Pello)... y dos vigilantes del líder danés, Benoot y Kelderman. Estaban ahí por si acaso. Por si el UAE intentaba que todo saltara por los aires. Pogacar había sido derrotado, pero nadia sabía si estaba domado.
Detrás, la tropa amarilla de Vingegaard, el equipo Jumbo, asumía el control. Formaba una marea. Creciente. No concedía mucho crédito a los escapados: tres minutos. La fuga dejaba su huella sobre la arena. A la ola del Jumbo le iba costar borrarla. Ha sido un Tour tan exigente que había más corredores delante que en el pelotón principal. Estaban todos igual de castigados. El Ineos, con Omar Fraile y Castroviejo, salió entonces en defensa de la cuarta plaza de Carlos Rodríguez y se alió con el Jumbo. Hay mil guerras en la guerra del Tour.
Quedaba la batalla del col de la Loze, un coloso de 28 kilómetros, la bajada a Courchevel y la pared de la meta. Con los ciclistas ya con la piel transparente. Vaciados por esta carrera despiadada. La fuga reventó. Destrozada. Como un naufragio. Todos trataban de llegar a la orilla, al altipuerto vertical. Casi a gatas. Gall, que impresiona subiendo y asusta bajando, tocó primero tierra, con medio minuto de renta sobre Simon Yates. A Pello lo cazó Vingegaard, que se retorcía también al límite de su resistencia. El danés parecía humano al fin. El vizcaíno le pudo al líder en la última rampa y entró tercero, a minuto y medio de Gall. «Vingegaard me ha cogido casi arriba. Me he agarrado a él como he podido. Y hemos bajado a tope hasta el repecho final. He hecho mi carrera», dijo. Le salió como había planificado. Es su método. Su mérito. Su marca.
Lejos, sonámbulo y remolcado por Majka, Pogacar subía sin saldo en las piernas. Con una mueca silenciosa, triste como la fotografía del día anterior. Pagaba gota a gota de sudor tantos días de pelea sin tregua contra el que le ha 'matado'. «¡Estoy muerto!». La frase de este Tour quedó grabada en la pista de aterrizaje alpina, donde despegó definitivamente Vingegaard hacia su segundo paseo triunfal por París.
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