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Jon Rivas
Sábado, 6 de julio 2024, 18:49
Los comisarios de la UCI son como Don Cicuta en el 'Un, dos tres', aquel concurso de televisión de éxito masivo de los años setenta, un personaje oscuro, amargado, que azuzaba a los participantes. Claro que formaba parte del guion; el trabajo de un buen ... actor llamado Valentín Tornos. Era ficción, vamos. No como los señores comisarios que se toman su trabajo muy en serio, tal vez demasiado.
Si se trasladaran en el túnel del tiempo, -otro programa de aquella época- a 1960, habrían multado a la organización del Tour, a su director de entonces, Jacques Goddet, a Henri Anglade, a Gastone Nencini y a Jean Graczyk por pararse a saludar en Colombey-les-Deux-Eglises, donde acaba la octava etapa, al presidente de la República Francesa Charles De Gaulle, que esperaba el paso de la carrera en aquel verano de hace 64 años. Incluso el propio general podría haber sido sancionado, y su mujer Yvonne, a la que trataba de explicar los entresijos del ciclismo, no habría entendido nada.
Porque con sus pesos, sus medidas, el camión del VAR y demás gadgets tecnológicos, tuvieron la ocurrencia de multar a Julien Bernard, recuerden, el ciclista que se paró en la contrarreloj a besar a su mujer, por «dañar la imagen del deporte». Precisamente la mejor escena del deporte de ese día fue, para los 'don cicutas' del ciclismo, una imagen dañada que, por otro lado, se ha repetido centenares de veces en las grandes carreras por etapas, cuando un ciclista que corría cerca de su casa, solicitaba permiso al pelotón para adelantarse y saludar a su familia. Ni a De Gaulle habría podido saludar Julien Bernard como hizo el pelotón al completo en aquel Tour de 1960 porque los recaudadores de la Unión Ciclista Internacional vigilan hucha en mano para mayor gloria de sus arcas, que para eso su organización tiene las cuentas en Suiza, y allí la vida es muy cara.
Bernard, claro, se lo tomó a broma y se comparó con otro corredor al que sancionaron con algo parecido. «No es justo que mi multa sea la misma, porque él dio dos besos y yo solo uno». aclaró. Los despropósitos de la UCI dejan ya de ser noticia, porque se repiten. Gana Girmay en la colina de Colombey-les-Deux-Eglises, donde pervive el recuerdo de De Gaulle, y ya no es noticia tampoco, ni se le da tanto bombo a su victoria como cuando se impuso en la tercera etapa, por sorpresa, y además se convirtió en el primer negro africano que vencía en el Tour. El pionero ya no lo es, y tampoco es tan grande el impacto porque está dejando claro que es uno de los hombres a tener en cuenta en las llegadas masivas. Como cuando surgió Cavendish en 2008. Después era noticia cuando no ganaba.
Viste Girmay el maillot verde, de arriba a abajo, porque se apunta a la moda del pelotón y usa el buzo ajustado de una pieza, y cabalga su bicicleta Cube del mismo color. Hasta la cinta del manillar va a juego. Seguirá portando los colores de la regularidad, porque se los ha ganado, y otra vez enterró las ilusiones de Philipsen, de nuevo segundo, el puesto que más repite, porque siempre hay alguien un poquito más rápido, y Girmay lo ha sido dos veces.
No hubo pelea durante la etapa ya que solo Abrahamsen insistió, después de que esos escarceos que se repiten todos los días después de que Prudhomme ondee la bandera amarilla para dar la salida, se atemperaran. El líder de la montaña, con su buzo de puntos rojos, atravesó la campiña en solitario durante decenas de kilómetros, y solo cuando ya en el horizonte aparecía la cruz de Lorena, en el memorial Charles De Gaulle, el pelotón le dio caza, algo que estaba programado desde mucho antes, pero se demoró casi hasta el final.
En el Tour hablaban de los 200 francos suizos de multa a Bernard, del tiempo, porque llovía en el cambio de la Borgoña a la Champaña, cuando habían anunciado tres semanas de carrera inusualmente secas y calurosas, y de los tramos de tierra de la siguiente etapa, que inquietan por lo que pueda pasar.
Nadie recordaba en sus conversaciones a Pierre Beuffeuil, el hombre que ganó aquella etapa de 1960 en la que homenajearon a De Gaulle. Se extendió una leyenda negra sobre él. Marchaba rezagado por un pinchazo y, dijeron, vio parado al pelotón, se metió por una calle paralela y siguió escapado hasta la meta. Pero no era verdad. «Llegué, no sabía a qué se debía el parón y aproveché para buscar una tapia para orinar». Cuando regresó, le habían quitado la bicicleta, y para cuando la encontró, el pelotón se había ido. «Lo alcancé y luego ataqué», decía. Además, «yo siempre votaba al general De Gaulle».
La imagen de Beuffeiul escapado no inspiró más que a Abrahamsen, hasta que fue cazado. Luego, lo de siempre; los equipos con posibles, al acecho, el último kilómetro para darlo todo, Aramburu, que andaba ilusionado, encerrado entre otros llegadores, y Girmay, con un sprint largo, imponiéndose para sumar una victoria que ya no es noticia. ¿Y Tadej Pogacar? Bien, gracias.
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