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Miró hacia delante. Vio la pancarta de meta. Se giró hacia atrás. Nadie. Iba a ganar. Su primer triunfo. Se abrió la cremallera del maillot y sacó una medalla. Miró entonces al cielo y en su rostro, pese a tener 31 años, se dibujó un ... puchero, un llanto tanto tiempo contenido.
Hugo Houle es canadiense, antiguo triatleta, ciclista veterano en el equipo Israel y... no es creyente. Aun así, en su cuello barquea una medalla bendecida por un sacerdote. La lleva desde hace diez años. Aquel invierno de 2012, tres días antes de Nochebuena, volvió a su casa en Quebec tras estar concentrado por primera vez con el equipo francés Ag2R. Llegó de madrugada. Le esperaba su hermano Pierrick, su compañero de entrenamientos. Charlaron hora y media. Hugo se echó para dormir un rato por el desfase horario y Pierrick salió a correr a pie. A las ocho de la mañana. Lo encontraron un par de horas después en una cuneta, reventado, sangrando por la boca y las orejas. Muerto. Le había atropellado un conductor borracho. Desde entonces, Hugo ha corrido con esa medalla para dedicarle la victoria que ha conseguido, al fin, en Foix. Nunca odió al que mató a su hermano. Le bastó con ver a aquel hombre, roto, en el juicio. «Yo creo en el destino», defiende. El suyo, y el de su hermano, esperaba en Foix tras ser el mejor de la fuga.
An emotional win for 🇨🇦 @HugoHoule today...
Tour de France™ (@LeTour) July 19, 2022
Une victoire remplie d'émotions pour 🇨🇦 @HugoHoule aujourd'hui...
Congratulations 💪#TDF2022 pic.twitter.com/Eyd2tlCePg
Tadej Pogacar sí cree. En él. Atacó, como había prometido, a Jonas Vingegaard. Pero tampoco pudo despegarse de esa sombra amarilla. Al joven líder danés, de nuevo, le protegió a la perfección su equipo, el Jumbo. La escuadra neerlandesa metió en la escapada a Van Aert y Van Hooydonck. Tiró detrás del pelotón con Laporte en el tramo llano. Tuvo a Benoot para fijar el ritmo en la subida a Lers, donde Pogacar cumplió y arrancó. Dos latigazos en la subida y otro nada más iniciar el descenso. Su táctica es no dejar en paz a Vingegaard. Que no coma, que no beba, que no duerma, que no pestañee... Pero ni así logró agrietar al Jumbo. Vingegaard, en primera persona, le puso el bozal. Y ya en la última cuesta, en el muro de Peguere, el líder todavía tenía a su lado a Kuss. Pogacar tuvo que asumir que se le iba la primera de las tres etapas pirenaicas. Vingegaard sí es creyente. Cree en el Jumbo.
La salida desde Carcasona seguía conectada a la boca de un secador de pelo. El calor de los Alpes también estaba en los Pirineos. Aire que seca los pulmones y el ánimo. Que tuesta hasta el sudor constante. Y que encanta al director el Tour. Christian Prudhomme sabe que cuanto peor, mejor. A más dureza, más épica. El calor ha encendido muchas gestas. Aunque hay que estar loco para pedalear cuesta arriba en plena canícula. Eso, locos, locura, es lo que pedía Prudhomme en Carcassone para estas tres etapas pirenaicas. Sin que le preguntaran siquiera, sacó un nombre de la chistera: Tadej Pogacar. «Es un genio, un loco, en el buen sentido. Siempre está sonriendo, pero no se conformará con ser segundo», animaba.
Lo campeones pueden olvidar alguna de sus muchas victorias, pero nunca las derrotas. La pasada semana, en la subida la Granon, Vingegaard colocó al Pogacar en inferioridad manifiesta. Lo nunca visto. El esloveno tiene grabado ese K.O. como un tatuaje que no deja de supurar. Nunca ha perdido en el Tour. Ha ganado los dos que ha disputado. Es, hasta ahora, invencible en la ronda gala. Y exhibe esos galones. Durante la jornada de descanso del lunes anunció ataques. Uno tras otro. Los mitos siempre ha sabido utilizar los miedos de sus rivales. Merckx e Hinault eran maestros en esa materia. Casi nadie les sostenía la mirada. A Pogacar le mira de cara Vingegaard.
El esloveno metió en la fuga a McNulty mientras veía cómo otro de sus peones, Marc Soler, se alejaba del Tour entre vómitos. Pero a esa jugada respondió el Jumbo. Colocó en la escapada a Van Aert, omnipresente, y a Van Hooydonck. Con ellos marchaban otros 26, entre ellos, Houle y Vlasov, que se iba a colocar entre los mejores de la general.
Pogacar hizo lo que había anunciado. Arremetió en el puerto de Lers. Sorprendió a la primera. Vingegaard tardó unos segundos en reaccionar. Pero lo hizo con contundencia. No tembló. Con su rostro imperturbable cazó al esloveno. Otra vez juntos. Solos en el Tour. Los dos ataques posteriores de Pogacar también acabaron en empate. Vingegaard no cede y en cada esquina del recorrido tiene un gregario a mano.
El esloveno ya no se movió en las rampas de Peguere. Su lanzador, Majka, puso pie a tierra al salírsele la zapatilla zurda del pedal. En la cuesta anterior, en Lers, Enric Mas quiso emular Pogacar. El mallorquín también había dicho que iba a jugársela. Lo hizo. Descorchó a sus gregarios y se lanzó. Pero no basta con la fe. La carrera, que iba descosida, le pasó luego por encima. A Kuss, Vingegaard y Pogacar sólo pudieron seguirles Quintana y, por los pelos, Thomas.
Seis minutos por delante, la medalla que cuelga del cuello de Houle había cruzado la cima con 25 segundos de renta sobre Jorgensson y su compañero Woods. Jorgensson arriesgó en el descenso hacia Foix y se cayó. Fue el destino. Ha tardado una década. Pero en esta meta tenían que ganar, manos unidas, los hermanos Houle.
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