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Jon Rivas
Domingo, 7 de julio 2024, 18:52
Tadej Pogacar encabeza una generación de ciclistas indomables que desde hace unos años abandonaron el tono gris de las carreras en las que el pinganillo amansaba los pelotones. «Hasta ahora estoy disfrutando este Tour», señala. Nadie recuerda ya al Froome sufriente, con la cabeza baja, ... enganchado a su pulsómetro como cualquier adolescente al Instagram de su teléfono móvil, y a su equipo defendiendo el fuerte.
Pasan los kilómetros iniciales, se resuelven los atascos de las primeras cuestas de tierra en Baronville, con ciclistas echando pie a tierra como en el Koppenberg del Tour de Flandes, con Roglic retrasado por el embotellamiento, y se acaba el 'catenaccio', viva el ciclismo de ataque; el de Evenepoel, a 77 kilómetros de la meta, en el tramo de Loches a Chacenay, entre los viñedos donde se cultivan las uvas para el champán André Beufort, a 76 euros la botella. El de Pogacar, que le sigue, y por detrás Vingegaard, tal vez algo más justo, montado sobre la bicicleta de su compañero Tratnik, dos centímetros más bajo que el danés, otras medidas en la máquina, durante 89 kilómetros después de sufrir un pinchazo, y sin posibilidad de habilitar un instante de tregua para subirse a la suya de recambio. «Fue una carrera realmente divertida», apunta el fenómeno esloveno. «Había mucha arena, polvo y humo, por lo que era imposible tener una idea clara de la carrera, había que confiar en el instinto y en la potencia», añade.
Entre los tres colosos completan la bendita locura de alcanzar a los escapados del día, trabajo arduo el suyo, que, perplejos, ven al trío de zorros meterse en el gallinero, hasta que, después de un rato de fiesta y las reticencias de Vingegaard, deciden levantar el pie y esperar al pelotón, que no puede seguirles porque son tres fuerzas desatadas de la naturaleza, en la montaña, en el llano y por los caminos de parcelaria, en medio de la polvareda como las de las caravanas de los pioneros en el salvaje Oeste, por donde les mete el Tour rodeando Troyes, punto de partida y de llegada de la etapa.
«Primero Visma lideró, luego nosotros, luego Remco atacó, luego yo. Quedamos tres con Remco, Jonas y yo», analiza Pogacar. «Creo que era una gran oportunidad para ganar tiempo al resto de favoritos y asegurar el podio, pero Jonas se negó a cooperar. Remco me miraba a mí, yo le miraba a él», confiesa. «Creo que Visma se centra en mí y subestima a los demás candidatos a la victoria final. Simplemente me siguen, sin pensar en Primoz o Remco». Evenepoel también se lamenta por la actitud de Vingegaard: «Somos los tres grandes favoritos. Si hubiéramos seguido colaborando, se acaba la carrera».
Pogacar corre por los caminos blancos de la región de la Champaña como si disputara una clásica que quiere ganar, sin pensar que quedan noventa kilómetros para alcanzar la meta, y casi dos semanas de carrera por delante. No mide las fuerzas, se mueve por sensaciones; y un rato más tarde, es Remco Evenepoel, que se siente ligero cabalgando sobre las piedras blancas, el que conduce a Tadej y a Vingegaard en esa aventura asombrosa sin más acompañantes.
Así que cuando los tres mosqueteros ya se han divertido lo suficiente y deciden regresar al redil, esos escapados de primera hora, todavía estupefactos por lo que han visto, siguen a lo suyo, manteniendo diferencias mínimas para los demás mortales, y van haciendo camino hacia la meta, en principio con Javier Romo, Alex Aranburu y Oier Lazkano entre ellos, aunque el alavés se descuelga por una avería.
De ese grupo saldrá el vencedor, aunque el espectáculo sigue por detrás cuando Pogacar, a 22 kilómetros, mete otro de sus arreones y solo Matteo Jorgenson le sigue, y el estadounidense es el salvavidas de Vingegaard, cuando Evenepoel ya ha desistido y espera y remolca a su jefe hasta la rueda del desatado Pogacar, que ya, entonces, cree que hasta allá ha llegado y no hacen falta más pruebas. «Fue una pena que hubiera viento en contra hacia la meta, porque impidió escaparme en los últimos kilómetros». Espíritu indomable.
La decisión del líder es árnica para los escapados, que llegan a Troyes y se disputan la victoria. No es una cuestión de fuerzas, sino de reservas en el depósito, y es Turgis el más resistente, por delante de Pidcock. Aranburu, posiblemente el más rápido del grupo, generoso como los demás durante toda la escapada, se descompone a falta de 200 metros. «En el sprint no he acertado sobre cuándo salir o cuándo no», confiesa el campeón de España. «Ahí se nos ha ido la victoria. Ha arrancado Derek Gee con Pidcock, he salido, y luego Lutsenko, que sabía que estaba muy fuerte, ha remachado y he vuelto a salir a cerrar un hueco. Igual tenía que haber tenido un poco más de sangre fría, pero me han pasado y ya ha sido imposible remontar». Romo se había dejado ir después de la pancarta del último kilómetro. El Movistar se queda sin la victoria que sus directores habrían celebrado desde el coche con el pañuelico rojo al cuello el día de San Fermín.
Luego llega el pelotón, con los favoritos indemnes, y Pogacar sosegado ya, aunque es la salsa del Tour, el condimento esencial para el espectáculo, y más cuando se encuentra bien. «Tenía buenas piernas, lo cual es una buena noticia porque era una de las etapas más difíciles», dice el líder. «Estoy muy contento de cómo me ha ido este inicio y tengo mucha confianza porque estoy en muy buena forma y tengo un muy buen equipo a mi alrededor».
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