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Jon Rivas
Sábado, 29 de junio 2024, 20:15
Cuando Romain Bardet acabó segundo en el Tour de 2016, tenía 26 años llevaba 'bracquets' en los dientes y se le vino Francia encima, porque, después de muchos años de sequía, solo aliviados por chubascos esporádicos, un ciclista de su país mostraba síntomas de poder ... ganar su carrera. Al año siguiente se presentó en la contrarreloj final, en Marsella, a solo 26 segundos de Chris Froome, con la responsabilidad a sus espaldas. Le pesó demasiado, tuvo un mal día, cedió el segundo puesto a Rigoberto Urán y acabó tercero. Ya nunca más volvería a subir al podio.
Ahora, con 33 años, anunció antes del Tour que esta sería su última vez. Que como no quería convertir su participación en un homenaje diario de despedida, dejará el ciclismo la próxima temporada, tras correr el Dauphiné, su competición preferida, pero sin la carrera más importante del año el horizonte. Dijo más cosas. «Es la primera vez que afronto el Tour sin ninguna ambición general. El sábado, en la primera etapa, quizás pierda veinte minutos. Ya no tengo ganas ni piernas para competir tres semanas», por ejemplo.
Francia nunca le olvidó, a pesar de que se alejó del podio. «Siempre me apoyaron desde la carretera. Uno de mis pesares es no haber podido dar más a cambio». Camino de Rimini volvió a escuchar los gritos de ánimo, el clamor de las cunetas, aunque quienes le jaleaban no eran franceses, sino italianos. No perdió veinte minutos, como fantaseaba días antes de que comenzara el Tour, sino todo lo contrario: ganó, con la inestimable ayuda de su prometedor compañero Van den Broek y se viste de amarillo por primera vez en su carrera, un regalo en el Tour del que se despide, tal vez demasiado joven para lo que se estila. Un comienzo del fin feliz, que no se da mucho en el ciclismo, y menos tal como se desarrolló la etapa. Los ciclistas están acostumbrados a nadar para morir en la orilla. Bardet y Van den Broek salieron del agua levantando los brazos.
El Giro de 1999 también llegó a Rimini, y los periodistas se permitieron el lujo de alojarse en el Grand Hotel, donde Fellini rodó 'Amarcord'. Eran tiempos de vino y rosas en una Italia eufórica por los éxitos de Marco Pantani. El hotel, como la ciudad, mostraba un aspecto de decadente elegancia, como muchos lugares turísticos de la Costa Adriática cuando todavía no ha llegado el verano: grandes suites con salón y vestidor, mal iluminadas, puertas que no encajaban del todo. Cierta dejadez compensada por la historia que llevaba detrás. Pero nada importaba porque Pantani estaba en la cumbre y todo pintaba muy bien. Pero se torció. Cinco años más tarde, el Pirata apareció muerto, después de meses de depresión, en el hotel Le Rose, un establecimiento de medio pelo, en el mismo paseo marítimo en el que se levanta el Grand Hotel.
Rimini no se quitará nunca del todo ese estigma. Pasó de ser la ciudad de Fellini a la de Pantani, cuyos recuerdos sobrevolaron todos los kilómetros de la primera etapa del Tour, que comenzó homenajeando a un justo entre las naciones, Gino Bartali, dos veces ganador del Tour con diez años de diferencia y una Guerra Mundial por medio, y finalizó recordando a Marco Pantani. Y como el comienzo fue en Florencia, tal vez al paso por la basílica de la Santa Croce, a Mark Cavendish, que tiene como único objetivo superar a Eddy Merckx, con el que comparte el récord de victorias de etapa (34), le afectó el síndrome de Stendhal, porque como al escritor francés, le surgieron mareos y sudores, incluso llegó a vomitar sobre la bicicleta, pero como es veterano y sabe mucho de estas cosas, no se permitió sucumbir al fuera de control, y llegó penúltimo a 39 minutos de Bardet.
Pero el Tour no se mide por lo que sucede en la cola, sino por lo que pasa en la cabeza, y allí, en una etapa durísima para un primer día, controlaban el UAE y el Visma, sin querer darlo todo desde el comienzo. Cuando a cincuenta kilómetros de la meta, después de superar varios puertos, la distancia entre un grupo de escapados y el pelotón se estrechó, Romain Bardet se lanzó a lo imposible. Pedalada a pedalada se acercó a la cabeza en la ascensión a San Leo, y con su compañero Van den Broek haciendo un trabajo impecable, distanció a Madouas, su acompañante. Quedaban 25 kilómetros, dos de ellos en subida, donde mantuvieron la distancia con el pelotón, otros diez en descenso desde San Marino, y el resto en el llano, por carreteras amplias y el viento en contra. «Hemos sufrido mucho».
Pero tal vez las fuerzas de los equipos de los llegadores estaban justas después de un recorrido duro, y aunque el Lidl y el Education First se pusieron a estirar el pelotón, los cálculos no cuadraron. A 12,5 kilómetros la ventaja de los aventureros era de 1:04; a dos kilómetros, apenas de 17 segundos, pero con eso les sirvió a dos ciclistas bien avenidos, que entraron en la meta con los brazos levantados, celebrando al alimón una victoria inesperada. «Me siento muy liberado», dice Bardet. Tal vez la primera vez desde que Francia se le vino encima en 2016. Por cierto, el segundo en el sprint del pelotón fue Tadej Pogacar. Aviso a navegantes.
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