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Jon Rivas
Viernes, 19 de julio 2024, 17:41
Los periódicos franceses ya no saben qué adjetivos utilizar para ensalzar a Tadej Pogacar, por lo que tienen que echar mano de los juegos de palabras. 'Pogacar se aísla', pontifica L'Équipe en su portada digital intentando hacer magia con las palabras, como la que ... hace el esloveno con la bicicleta. Isola, la meta de la antepenúltima etapa, a la que el fenómeno esloveno llega en solitario, significa eso precisamente, pero ya ni juguetear con el diccionario sirve para expresar lo que cada día exhibe en la carretera un corredor sin límites, que, para parecer humano, cuenta que se sintió agotado en los dos últimos kilómetros, cuando adelantó como un cohete a Matteo Jorgenson y amplió las diferencias con el resto. 1 minuto y 42 segundos en la línea de meta que tan bien se conoce. «Lo he subido 15 veces en dos semanas, cuando estuve aquí concentrado tras el Giro», desvela.
«¡Ja! Agotado», dicen los demás. «Tadej volvió a estar por encima de todos», reconoce Evenepoel. «Ya cuando empezó a subir el ritmo puso a todos al límite y no había atacado todavía». El belga llega alegre a la meta, y le da la mano a Vingegaard. «Es un momento clave en mi carrera, me tranquiliza sobre mi capacidad. Ahora sé en qué dirección quiero ir, y que todavía tengo camino por recorrer», dice. Otros ni siquiera tienen aliento para responder, como el danés, que con Pogacar rodando tan ricamente en su bici de contrarreloj con la que hace rodillo, se agarra en un abrazo interminable a su mujer, y lo que parece una demostración de afecto intenso, que también, es además una suprema muestra de agotamiento, porque cuando se aleja Trine, el dos veces ganador del Tour se aferra al manillar, sobre el que apoya la cabeza durante un buen rato, hasta recuperar el aliento.
Salvo que medie algún percance a falta de dos etapas para el final del Tour, Pogacar se vestirá en Niza con su tercer maillot amarillo después del paréntesis de dos años en el que Jonas Vingegaard, con total merecimiento, le arrebató ese honor. «Pero vuelvo a ser el anterior Pogacar», dice. Ya había quedado claro a medida que se sucedían las 18 jornadas anteriores que el ciclista esloveno tenía todas las papeletas a su favor, pero por si quedaba alguna duda, en la agotadora etapa alpina en la que se subía hasta los 2.803 metros de la Bonnette Restefond, las despejó de un plumazo cuando a nueve kilómetros de la meta en Isola 2000, atacó una vez más y no encontró respuesta en sus máximos rivales. «Después de ganar esta etapa, puedo confirmar que el Col de la Bonnette es una subida aterradora», apunta Pogacar, pero los que tiemblan de miedo son otros.
De hecho, es posible que el Visma, el equipo de Vingegaard, ya hubiera dado por perdido el Tour un rato antes de que el líder decidiera quemar sus últimas naves -Yates y Almeida-, cuando envió al estadounidense Jorgenson a disputar el triunfo de etapa. Puede ser que las fuerzas del danés no estuvieran para mucho más, y que la victoria parcial supusiera un consuelo, un premio menor para el equipo del vigente campeón, pero Pogacar ni siquiera permitió ese desahogo. Con su ataque abrió de nuevo la caja de los truenos. «En La Bonnette pensé que con dos corredores delante, el Visma preparaba algo», reconoce Pogacar, «pero luego vi que querían ganar la etapa». Así que él también se empeñó en ganar. «Por mis compañeros, que se lo merecen y han trabajado tan duro».
Atacó sin tener que poner esa aceleración brutal de otras ocasiones. Enseguida alcanzó el líder un minuto de diferencia con Vingegaard y Evenepoel, y fue recortando la distancia con Jorgenson, que al inicio de la subida casi llegaba a los cuatro minutos y se iba esfumando a cada pedalada del fenómeno esloveno, que primero superó y distanció a Carapaz, después a Simon Yates y por último al norteamericano, al que adelantó como quien lava, casi silbando, a dos kilómetros de la meta. «Cuando llegó el momento de pasarlo, presioné lo más fuerte posible para coger velocidad».
Para llegar en solitario, conseguir su cuarto triunfo de etapa, decimoquinto entre todas sus participaciones, y con una reverencia versallesca sobre la bicicleta, enterrar cualquier opción de sus perseguidores. Sentenció el Tour a dos jornadas del final con una diferencia enorme de 5:03 sobre Vingegaard y 7:01 con Evenepoel, ya sideral con el cuarto, Almeida, a 15:07, y el quinto, Mikel Landa, a 15:34.
Salvo error u omisión, el Tour no acabará en Niza, sino que ya lo ha hecho en Isola 2000. «No hablaré de revancha», dice el líder, «pero lo cierto es que los dos últimos años que terminé segundo me dieron mucha motivación para volver aún más fuerte y demostrar que todavía era capaz de hacerlo, que los dos primeros que gané no fueron una casualidad».
Y entre tanta victoria, una derrota mínima, porque la valentía de Richard Carapaz sirvió para arrebatarle al líder el maillot a puntos de la montaña. «Este jersey es, ante todo, una cuestión de prestigio. Todos los ciclistas de mi país sueñan con eso porque en Ecuador hay mucha montaña. La camiseta de lunares significa mucho para mí», dice el ciclista del Education First, que sumó los puntos dobles de La Bonnette y confía en la palabra de Pogacar, con tanta ventaja en la clasificación: «En la siguiente etapa podemos dejar que la escapada llegue hasta el final». Allí estará Carapaz, seguro.
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