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La lluvia desmiente lo que anuncia el parte meteorológico de Copenhague, ciudad plana, de cielo que cambia en un pispás. Todos los favoritos han optado por salir temprano en la contrarreloj inicial para no patinar. Pero el chaparrón se anticipa. Con el freno en la ... mano y calados, ninguno de ellos marca el mejor tiempo en la meta instalada en el boulevard dedicado a un inmortal escritor de cuentos infantiles, Hans Christian Andersen, autor de 'El patito feo'. ¿Cómo se llama el patito? La etapa que abre el Tour 2023 va ponerle nombre.
Casi dos horas después, cuando ya no llueve, sale el belga Yves Lampaert, un veterano flamenco con fama de duro, casi de pendenciero, que tiene por oficio defender a los líderes de su equipo, el Quick Step. Aunque sea a codazos como en la pasada Vuelta a Bélgica. Lampaert es uno de tantos patitos feos del pelotón. Ni siquiera le habían dado el casco aerodinámico que llevaban sus compañeros. Dio igual. Cuando su vecino Wout van Aert ya se frotaba las manos para agarrar el maillot amarillo del Tour, Lampaert rompió el cascarón y el pronóstico. El patito feo se convirtió en cisne. Amarillo. Victoria de etapa y liderato. Lampaert trazó mejor que nadie las curvas, arriesgó y firmó el inesperado final de este primer capítulo del Tour. Final feliz para él, que no dejaba de llorar y de agarrarse, incrédulo, la cabeza. «Me va a explotar la mente. Ni lo soñaba», repetía.
Los cuentos hay que leerlos hasta la última línea. Por si esconden alguna sorpresa. Van Aert y Filippo Ganna esperaban su turno con rictus serio junto a la rampa de salida. Las gotas les corrían por las gafas. A Ganna, bicampeón del mundo de contrarreloj, no le gusta la modalidad que mejor se le da. Demasiado estrés. Y agonía. «Todo el rato con sabor a sangre en la boca. Las sensaciones son horribles», dice. Así es la 'crono'. Sobre una pista de patinaje de 13 kilómetros y 18 curvas mojadas no basta con fuerza. Hay que añadirle pericia y coraje. Y, a veces, un toque de fortuna. Lampaert tuvo todo eso y batió a Van Aert por 5 segundos y, ¡atención!, a Tadej Pogacar por 7. El gran cisne del Tour.
El esloveno es el gran protagonista de este cuento rodante. Mientras todos miraban preocupados cómo varios operarios secaban con fregonas la rampa de lanzamiento, Pogacar sonreía. Relajado. Un niño que vive dentro de un sueño. Ha disputado dos veces el Tour y las dos lo ha ganado. Ahora inicia el tercero. Cuento feliz. Entre tanto rival de dientes apretados por el peso del compromiso, Pogacar es como un niño chapoteando a carcajadas sobre los charcos de Copenhague. Le encanta la lluvia. Le traslada a su infancia en Komenda. Corre para pasarlo bomba. Juega al ciclismo. Y así, despreocupado, sin notar la carga de ser la gran referencia y sin tomar riesgos en exceso sobre un asfalto submarino y lleno de pintura, el esloveno de 23 años terminó tercero la contrarreloj danesa, a solo dos segundos de Van Aert, a 7 de Lampaert, y por delante de especialistas como Ganna, Van der Poel y Pedersen.
Es el mejor escalador y ya mira por encima a sus rivales: le sacó 8 segundos a Vingegaard, ídolo local, y 9 a Roglic, el dúo del Jumbo. Detrás quedaron Adam Yates (a 16 segundos de Pogacar), Thomas (a 18), Vlasov (a 25), Dani Martínez (a 37), Bardet (a 38), Quintana (a 42) y Enric Mas, que se dejó 49 segundos, mucho, en relación a Pogacar, la esfera del reloj en la que todos se miran. Peor le fue incluso a O'Connor, cuarto en 2021. El australiano le concedió al esloveno 52 segundos. «En esas etapas en las que todos esperan al último puerto para atacar yo me aburro», dice Pogacar. Eso le define. «Hemos salvado un día peligroso», apunta su director en el UAE, el vizcaíno Josean Fernández, 'Matxin'. Como si el mayor rival de Pogacar fueran una mala caída o un estornudo de covid. En apenas 13 kilómetros anfibios de Copenhague, todos confirmaron quién es el dorsal a batir, el chaval con el que tanto disfruta en casa su antepasado 'caníbal', Eddy Merckx.
En Copenhague, la ciudad donde hay tantas bicicletas que hasta se montan atascos, presumen de vivir mejor que nadie. Algo de eso hay. Es una ciudad cómoda, ecológica. Tranquila. Usan una palabra, 'hygge', para definir el arte de disfrutar de las cosas sencillas: una copa entre amigos, un anochecer, una caricia frente a la chimenea... Defienden los daneses que 'hygge' no tiene traducción en otras lenguas. Error. En esloveno se dice 'Pogacar'.
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