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Jon Rivas
Martes, 2 de julio 2024, 19:01
En esos momentos de relajación antes de una etapa importante atiende Mauro Gianetti, el mánager del UAE, a la intensa reportera televisiva Hannah Walker y le desmenuza en medio minuto de entrevista lo que sucederá horas después. No es futurólogo, pero tiene datos así que, ... a la llegada, otro calvo ilustre del mismo equipo, Josean Fernández Matxin, besa a Juan Ayuso porque todo ha funcionado como planearon en el autobús. Perfecto. «Será una táctica más colectiva que individual», acierta Gianetti. Y da en el clavo en su siguiente respuesta: «La bajada final no es un descenso técnico, sino un descenso físico. Los corredores tendrán que desarrollar muchos vatios».
Luego, claro, depende de las fuerzas de cada cual cuando empieza el baile, y para eso está Tadej Pogacar, ese seguro de vida que tienen Gianetti y Matxin para sentirse más confiados. Sube el pelotón Sestriere desde Pinerolo, abandona el Tour Italia y entra ya en su esencia. Son los grandes Alpes y el UAE encabeza la comitiva de esa procesión que busca el Briançonnais desde Cesana Torinese y luego a través del Montgenévre hacia Briançon. Siempre en fila, obligada por el ritmo que quiere Pogacar.
Luego el valle sube, siempre sube hacia Lautaret, cruce de caminos; a un lado la ruta de Grenoble, expedita, al otro, el paso hacia Valloire, el más duro. El que elige el Tour. En Monetier-les-Bains, siempre hacia arriba y con el viento pegando de frente, el pelotón ya está despedazado. Al frente, el grupo de los elegidos, con Pogacar bastante atrás, a resguardo del viento, mientras caen granos del racimo. Dos centenares de metros por delante, un grupillo de entusiastas apuesta por lo imposible. A Oier Lazkano se le ve activo. No sabe lo que le espera todavía.
Pasan el cruce del Lautaret y miran hacia arriba con desesperanza. Sigue soplando el viento en contra. El batallón de Pogacar aguanta firme, con Vingegaard sereno a su rueda. Y Roglic, y Evenepoel, que lleva a Landa, o Rodríguez, al que acompaña Bernal. También algún verso suelto que resiste, aunque se descuelga el líder, Carapaz, y también Enric Mas. Falta saber cuándo llegará el ataque y los kilómetros se cuentan hacia atrás; duelen cada vez más las piernas.
Y pasada la señal de un kilómetro a la cima, empieza el baile. Es Tadej Pogacar quien salta a la pista. Sin remilgos, sin esperar a nadie, sin hacer concesiones, faltan 828 metros de ascensión al interminable Galibier, sobrepasado el monumento a Henri Desgrange, y ya en la curva del túnel que Emile Georget hubiera construido más abajo. Se desata la tormenta, aunque los nubarrones que habían formado Almeida y Ayuso, -ninguno de los dos es de Madrid-, hacían innecesario consultar el barómetro. Se veía venir el trueno y sonó.
Fue en ese instante cuando Pogacar hizo lo de siempre, pegar un hachazo inmisericorde, de los que dejan sin aire. Del grupo que los UAE llevaban detrás en procesión se despegaron con el primer impacto Carlos Rodríguez, Mikel Landa y Primoz Roglic. Respondió Evenepoel, pero enseguida se quedó sin aliento a 2.600 metros, donde el aire es más espeso y cuesta respirar. Respondió también, el primero, Jonas Vingegaard, que se pegó a la rueda del esloveno durante 400 metros. «No parecían apoyarse en los pedales sino arrancar árboles enormes, arrastraban con todas sus fuerzas algo invisible, escondido bajo tierra, pero sin sacarlo nunca», escribió el periodista Albert Londres hace un siglo en su columna del Tour en Le Petit Parisien cuando observó a los ciclistas en el Galibier.
Luego Vingegaard flaqueó, como hacen los campeones; cedió unos metros, apenas diez, pareció reponerse y se acercó, pero el esfuerzo final de Pogacar, ya al límite también, le permitió alcanzar la pancarta de la montaña con nueve segundos de diferencia. «No quería atacar demasiado pronto por el viento, así que guardé las piernas hasta el ataque a 800 metros de la meta, donde presioné lo más fuerte posible para marcar la mayor diferencia. Conocía el descenso, lo que me ayudó mucho», confesaba Pogacar.
Quedaba la bajada hasta Valloire, dubitativa en principio para el esloveno, que se atascó en el comienzo. «Me dio un poco de miedo al ver que las primeras curvas estaban mojadas», así que después de las pendientes escalofriantes de los primeros kilómetros, las laderas del Galibier se suavizaron en la ruta del Telégraphe, y la potencia de piernas del ciclista del UAE le ayudó a aumentar la ventaja. Se cumplía lo que Gianetti auguró, al cien por cien, porque «que Vingegaard se quedara sin equipo fue fundamental». Detrás renqueaba Remco, le alcanzaron y superaron Rodríguez, Roglic y Ayuso, que corría a rueda de los demás.
Luego se agruparon con Vingegaard y Evenepoel, potente en ese terreno, y llegaron juntos a la meta. 35 segundos después del ganador y otra vez líder, que empieza a marcar las distancias y ya aventaja a Evenepoel en 45 segundos y en 50 a Vingegaard. «No he podido seguir el ritmo a Pogacar, iba muy rápido», dijo el danés, pero aseguró: «Estamos mejor de lo que esperábamos. Pensaba que me iba a llevar dos minutos, solo son 50 segundos y quedan dos semanas y media».
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