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J. Gómez Peña
Sábado, 22 de julio 2023, 18:53
En la penúltima etapa del Tour 2023 comenzó el Tour 2024. Lo hizo con un grito que tronó en los Vosgos. Tadej Pogacar chilló toda su rabia, sus ganas de revancha, al batir en el sprint al único que ha sido mejor que él en ... esta Grande Boucle, Jonas Vingegaard, líder total.
El danés vuelve a apartar al esloveno del trono de París. Su duelo es ya histórico. «Ojalá continuara este Tour...», bromeó Pogacar en la meta de Le Markstein. Lo hará en 2024. «Me he encontrado conmigo mismo», resopló. La edición de este año ha sido, como la anterior, de los dos, y como en 2022 la ha ganado Vingegaard. Con claridad, con siete minutos y medio de ventaja. Adam Yates subirá este domingo con ellos al podio final. Su gemelo Simon termina cuarto tras arrebatarle esa plaza al debutante (22 años) Carlos Rodríguez, que después de soportar una brutal caída finaliza quinto por delante de un ciclista modelo, Pello Bilbao, sexto y ganador de una etapa. «Estoy orgulloso de haber formado parte de este gran espectáculo», dijo el corredor vizcaíno. De una carrera inolvidable.
El Tour funciona como un contable. Frío. A cada ciclista le coloca en su sitio. Pero hasta al impasible contable le vence la emoción y se pone en pie al ver a Thibaut Pinot, tan querido en Francia, pelear en las montañas de su casa, de los Vosgos, en su despedida de la Grande Boucle. El contable, eso sí, no le deja ganar. No tiene piedad. Aunque vuelve a levantarse de la silla para jalear a los que cogen a Pinot, a los protagonistas de un duelo histórico, Vingegaard, el líder, y Pogacar. Luchan, sombra con sombra, por el último botín en compañía de Felix Gall y de los hermanos Yates. Esta edición tenía que acabar como empezó en Bilbao. A dúo. Tras seis puertos, Vingegaard quiso adelantarse en la curva final. Pogacar no lo permitió. Pedaleó con el orgullo herido que deja una derrota. Y ganó la penúltima etapa del Tour que ha vuelto a perder. Gritó. El eco llegará a la Gran Salida de 2024, en Florencia.
La última subida. La meta. Donde la montaña se convierte en oro. Brillo amarillo. Es su maillot. Vingegaard, de rostro indescifrable, sonreía con su hija en brazos. Ya es suyo este Tour. Ya tiene dos, los mismos que Pogacar, el otro portento con el que convive. Comparten este combate que ha elevado la ronda gala hasta la máxima expectación mediática. El Tour, la orquesta que anima cada mes de julio, ha sido una fiesta multitudinaria desde la Gran Salida en Bilbao. Y de allí, de Gernika, de Forua, es Pello Bilbao, ganador de una etapa y sexto en una clasificación general donde tras Vingegaard, Pogacar y Adam y Simon Yates aparece, quinto, un granadino que se ha enamorado de esta tortura diaria que es la Grande Boucle. Es el tiempo de los jóvenes. Y en eso, en edad, Carlos Rodríguez les saca ventaja al líder danés (26 años) y al prodigio esloveno (24). El reloj corre a su favor. El ciclismo español ha encontrado el relevo.
Todos los días en la salida cada ciclista tira una moneda al aire y parte corriendo para ver si en alguna mala curva, al caer, sale cara. A Carlos Rodríguez le salió cruz en un giro a la izquierda en el descenso del Ballon de Alsacia. Tremenda costalada para él y para Kuss. Los dos se partieron el rostro contra la brea. El andaluz, ceja abierta, goteaba sangre mientras pasaba revista a sus huesos. Más o menos bien. Adelante, pues. Otra moneda al aire. A rezar para que sea cara. Casi. Iba a perder un puesto.
A rebufo de un coche del Ineos se reintegró al pelotón donde el UAE, el equipo de Pogacar, fijaba el ritmo. Eso era como anunciar en alto y sin palabras que el esloveno quería cerrar el segundo Tour que pierde ante Vingegaard con un triunfo en la meta de Le Markstein. La última es siempre una etapa especial. De despedida. Por ejemplo, para Pinot, escalador introvertido y carcomido a veces por sus miedos interiores. Llegó a ser tercero en el Tour 2014. Y ha ganado etapas en las tres grandes vueltas. Pero no pudo con el peso de una etiqueta maldita: la de ser el ansiado heredero de Hinault y Fignon. Pinot si siquiera aspiraba a eso. Su vida es otra, su granja. La paz. Eso sí, esta jornada, en su casa, ante su afición, la iba a correr «a muerte».
Tras el Ballon, se metió en la fuga donde Ciccone recogía los puntos suficientes para ser rey de la montaña. Esa escapada era un barco sin puerto. El UAE reclamaba el derecho a arrancar el último pétalo montañoso de este Tour. Todos los gregarios de Pogacar se obligaron a darle a su jefe ese consuelo. Y echaron a Pinot y al resto a la hoguera. «A muerte». Muertos. Antes de sucumbir, Ciccone celebró al cruzar el puerto de Schlucht que ya era suyo el maillot de lunares. Hasta levantó los brazos en este paisaje que habla alemán y francés. Tierra dividida. De guerra. Que guarda proyectiles bajo su tierra.
Pogacar guardó su bala final para la última cuesta, Platzenwasel. Se sentía nuevo, nada que ver con el sonámbulo que el miércoles subió a cámara lenta, mirada ciega, el col de La Loze. Sus gregarios aceleraron. En hilera. El grupo tomó la forma de un látigo. Y chas. El chasquido de Pogacar. De nuevo, Vingegaard le sostuvo el pulso. A la par. Felix Gall, escalador revelación, se colocó a su altura y tiraron hacia la meta. Detrás, los hermanos Yates saltaron. Gemelos. Lo que hace uno lo hace el otro.
Adam quería ayudar a Pogacar y Simon, alejar al herido Carlos Rodríguez y quitarle la cuarta plaza. Atento, siempre atento, Pello Bilbao dejaba hacer. Esperó a que el granadino y su fiel Pidcock se desgastaran persiguiendo a los hermanos británicos y luego atacó para asaltar su puesto. No pudo. El joven andaluz, sangrante, se agarró a su capacidad de sufrimiento como a un salvavidas. Perdió ante Simon Yates la cuarta plaza, pero resistió en la quinta ante Pello. «Carlos lo merece y más tras la caída que ha tenido», alabó el vizcaíno. Como merece Vingegaard este Tour en el que ha vuelto a tumbar a Pogacar. Continuará en 2024.
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