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Jon Rivas
Sábado, 13 de julio 2024, 18:49
¿Quién puede negar que el Tour es un espectáculo deportivo mayúsculo y la mejor carrera ciclista del mundo? Sobra con pararse y mirar los diez últimos kilómetros de la primera etapa pirenaica de este julio que no acaba de arrancar como verano. Basta con ... poner un poco de atención en los detalles, que parecen no significar nada cuando en realidad lo dicen todo.
Tal vez se puedan olvidar los movimientos en el Tourmalet, mítico y agotador, en el que se empiezan a cocer los ciclistas y que Oier Lazkano corona en cabeza. Un buen recuerdo para toda la vida, o las rampas de asfalto rugoso de la Hourquette d'Anzizan, entre paisajes bucólicos que los ciclistas no aprecian.
Pero hay que fijarse detenidamente en los esfuerzos de Ben Healy pendientes de un hilo, y su vana esperanza de resistir ante la fuerza arrolladora de los monstruos que conviven todavía en el pelotón de los elegidos; percatarse de las estrategias de los corredores del equipo UAE, de ese último arreón de Nils Polit, al que Pogacar da las gracias cuando se aparta, a 35 kilómetros de la meta; el de Marc Soler, que acorta las diferencias con los escapados y se retira del trabajo nada más atravesar el delicioso centro urbano de Saint-Lary-Soulan.
Y en el ritmo infernal de Pavel Sivakov, naturalizado francés, origen ruso y nacido en Italia, que arranca chispas en el asfalto cuando los ciclistas pasan por delante de la pancarta en la que se anuncia que comienza el puerto, y además con sus rampas más duras, teñidas de negro en el libro de ruta, para significar que son más temibles que el rojo del infierno en el que se han asado, vuelta y vuelta, en las rampas de la Hourquette.
Hay que entender, para gozar de ese espectáculo grandioso que es el Tour, lo que significa la conversación que mantienen en medio del grupo Adam Yates y Tadej Pogacar, con sus rebeldes mechones rubios asomándose por los agujeros del casco, y darse cuenta de cómo después de la charla, el británico remonta un par de posiciones y a siete kilómetros de la meta en Pla d'Adet, acelera y coge ventaja para alcanzar a Healy, cada vez más cerca. No se puede caer en el error de pensar que el líder no va cómodo y le concede permiso a su compañero para que trate de ganar la etapa y algún beneficio para su equipo.
No es eso, no. Cuando el maillot amarillo no va bien, todos sus compañeros le arropan, así que tiene que ser otra cosa. Y lo sabe Carlos Rodríguez, que, como ingeniero, distingue muy bien la energía cinética de la potencial. Y lo sabe Mikel Landa, que tutela a Evenepoel con firmeza y cariño; y lo sabe Vingegaard, que es más introvertido, pero intuye lo que puede pasar poniendo a Jorgenson por delante, porque, además, Yates, que cada vez está más cerca de Healy, no parece darlo todo, y mira con insistencia hacia atrás. Aunque juegue al despiste Pogacar, no es eso que dice. «Vi una oportunidad para que Adam Yates atacara, para ganar la etapa él mismo, lo que significaba que no teníamos que liderar el grupo», comenta el líder después. «Luego, como me sentía muy bien y nadie intentaba nada, fue por instinto. Vi la oportunidad de atacar, de unirme y abrir una brecha importante». Pero se contradice con lo que afirman sus compañeros. Atraviesa Almeida la línea de meta y asegura: «Hemos trabajado y el plan ha salido perfecto. Estaba así pensado, que saltara Yates, y nos ha quedado muy bien».
Y pese a los intentos por despistar, lo que todos intuyen que va a pasar, pasa, pero es como una explosión nuclear, que nadie conoce la fórmula para neutralizarla, y a 4,6 kilómetros de la meta en alto, ataca Pogacar, ¿quién si no?, y el Tour vuelve a ser un espectáculo, el que casi siempre ha sido. Vingegaard reacciona y trata de llegar, justo cuando se pone Evenepoel a su altura, y mira hacia atrás. Duda. Carlos Rodríguez también reacciona, pero nadie es capaz de detener la explosión, y la ventaja aumenta poco a poco. Yates espera, remolca un rato a su líder, pero después le da vía libre, y entre el pasillo de banderas, de aficionados entusiasmados, Pogacar va descontando segundos hasta llegar a la meta con 39 de ventaja, además de los cuatro que suma de bonificación. «La idea era ganar la etapa al sprint y conseguir unos segundos de bonificación, ¡pero terminar así es mucho mejor!».
Vingegaard ya es segundo, pero su distancia se amplía hasta 1:57. Evenepoel se reivindica, Rodríguez demuestra que es un hombre Tour, y la carrera enseña de nuevo por qué es el mayor espectáculo ciclista del mundo, en la que Tadej Pogacar no se guarda nada, es transparente: «En cada entrevista me dicen que necesito ahorrar energía, pero me gusta correr por instinto. A veces funciona, a veces no, pero eso es lo que me gusta». Y también le preguntan al líder si se trata de una venganza con Vingegaard, y al jersey amarillo no le agrada el comentario. «¿Venganza? No me gusta esa palabra. El ciclismo no es una guerra, sino un juego con el que nos divertimos y en el que unas veces ganas y otras pierdes». Y habla el danés, ahora segundo, y se queja del comportamiento de algunos aficionados. «Me tiraron patatas fritas. No es necesario que abuchees a nadie. No entiendo que vayas a una carrera de bicicletas y abuchees a la gente y le arrojes nada». También a Pogacar le cayeron. «Creo que eran chips de una bolsa, por un momento me dio miedo».
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