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Jon Rivas
Martes, 16 de julio 2024, 19:11
Remonta el Tour por el Mediodía francés hacia las orillas del Ródano, en medio de la canícula que empieza a apretar cerca del Mediterráneo donde la humedad hace mella en los corredores. Todavía resoplan algunos de ellos recordando la etapa de los Pirineos que Pogacar ... y el Visma, con intereses contrapuestos, convirtieron en la más rápida ascensión en la historia del Tour y en una escabechina entre aquellos que solo aspiran ya a llegar en paz y con gloria al domingo. Ni la jornada de descanso ha sido suficiente para calmar el dolor de piernas, así que, como la semana anterior tras el lunes de reposo, la consigna, que no hace falta ni transmitirla de boca a oreja porque se supone que es un acuerdo tácito, consiste en mantener la calma.
Y ya desde el principio, cuando todavía circulan los corredores bordeando los interminables arenales mediterráneos de Gruissan, jaleados por bañistas que salen del agua para observar de cerca el fugaz paso de la caravana, la tranquilidad reina en el pelotón. «Si el Tour pudiera pararse hoy, diría que está bien», dice Remco Evenepoel, y asienten muchos más de los que siguen en lucha, cuando superados los 18 kilómetros de recorrido neutralizado, todavía parecen seguir, cansinos, la estela del coche número uno, desde el que Christian Prudhomme, el director, ha dado ya el banderazo de salida y se ha retirado.
El batallador Magnus Cort Nielsen sonríe a las cámaras. Ha aprovechado el día de descanso para teñirse su bigote rubio de color negro, pero él también espera una etapa sin sobresaltos. Hace días que el argumento de que queda mucho Tour se ha convertido en otro, que también sirve de excusa para evitar esfuerzos innecesarios: «Las fuerzas están muy justas».
La carrera circula hacia Nimes, ciudad taurina, donde las corridas se celebran en el Anfiteatro que se construyó en tiempos del emperador Augusto. Teme el pelotón al viento por las llanuras, pero sopla flojo, salvo al inicio. «Estuvo fuerte en el comienzo de la etapa, luego fue aflojando con los kilómetros y al final casi se convirtió en un día de descanso», reconoce Evenepoel, así que la etapa se convierte en un paseo a la espera de emociones más fuertes. Mandan los equipos de los llegadores, que posiblemente no tendrán más oportunidades ya, porque sin el consuelo del habitual paseo por París, la ciudad excluida esta vez por los Juegos Olímpicos, solo les quedan por delante jornadas agrestes, que solventarán con algo de resignación y bastante cálculo, en las que poco tienen que rascar. «Serán días de escapada», augura el fenómeno belga, «por lo que estará todo más tranquilo para nosotros». Remco, después de las batallas pirenaicas, aspira a una brizna de paz.
Así que salvo por la incógnita de conocer quién de entre los velocistas será el maillot verde cuando llegue el final en Niza, eran éstos quienes debían poner todo su esfuerzo en impedir que algún valiente, por no decir insensato, les estropeara la fiesta en Nimes, con lo que Pogacar, Vingegaard, Evenepoel y la corte de nobles del Tour pudieron viajar en carroza hasta la meta. Solo se entrometió un francés, Thomas Gachignard, a sabiendas que en un día así solo podría conseguir subir al podio para recibir el premio de la combatividad, que, por supuesto, se llevó.
El regalo del triunfo de etapa quedaba para los más veloces, ninguna sorpresa, aunque sí la hubo cuando uno de los favoritos para disputarla, y por qué no, llevársela, el eritreo Biniam Girmay, sufrió una caída a kilómetros y medio de la meta y perdió todas sus opciones cuando trataba de colocarse en cabeza junto al resto de los pesos pesados. «Me lastimé la rodilla y tengo dos puntos en el codo, pero no es problema», asegura el hombre vestido de verde. «Estoy bien mentalmente, así que ya veremos, espero que todo vaya bien. Cuando me caí y me levanté vi que podía andar en bicicleta y eso me hizo sentir mejor».
Así que Philipsen, al que le abrieron pasillo de honor sus compañeros del Alpecin, no tuvo demasiados problemas para llevarse su tercer triunfo de etapa e igualar a victorias a Girmay y Pogacar, los tres más laureados hasta el momento, aunque, claro, el maillot amarillo es para el corredor esloveno por razones obvias, pero el belga no tiene demasiadas esperanzas de vestirse de verde en Niza. «Voy a hacer todo lo que pueda, pero ya no quedan muchas etapas donde pueda sumar puntos», dice. «Está bien estar en esta posición, porque, aunque será complicado, todavía hay motivos para luchar», y saca su lado más deportivo: «Espero que Bini esté bien después de la caída, porque no merece perder así la clasificación». Pero Girmay, como cualquiera de los que sufrió los Pirineos, las agotadoras etapas de montaña, lo que quiere es que el Tour acabe cuanto antes. Que su calvario finalice. «No es un problema perder esta camiseta o conservarla, simplemente me gustaría llegar a Niza sin problemas».
El único al que le va la marcha es Tadej Pogacar. «Me alegro de que hayan terminado las etapas al sprint», dice. Prefiere emociones diferentes. «Las últimas tres etapas serán el verdadero enfrentamiento».
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