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J. Gómez Peña
Viernes, 21 de julio 2023, 18:19
El Tour se acerca al final del viaje. Y, claro, entran las prisas entre los pasajeros que tienen la maleta vacía. Camino de la antepenúltima estación, en vísperas de la jornada decisiva en los Vosgos, todos los que aún no habían ganado nada se palparon ... los bolsillos. Vacíos. Les entró la urgencia desde la salida en Morians-en-Montagne, rodeados por los embalses y lagos del Jura. Quisieron construir un puente hacia la victoria en Poligny. Una fuga. Y otra. Y otra. Todos los que llevaban casi tres semanas perdiendo el tren en cada apeadero creyeron que habían llegado a tiempo para coger el siguiente, el último para ellos. Ni los Vosgos el sábado ni la etapa final el domingo en París será suya. Era la última oportunidad. Uno de ellos, solo uno de los desheredados, logró saltar al vagón de la fuga y entrar feliz con el premio de la victoria en la meta: el esloveno Matej Mojoric, que batió con un golpe de riñón a Asgreen. Los demás, cabeza abajo, volvieron a quedarse plantados en la estación. El Tour, ya se sabe, no espera.
Con tanta prisa acumulada, el pelotón había salido en embestida tras el banderazo. Adam Yates, el tercero del podio, casi se quedó en tierra. Le rescató su equipo, el de Pogacar, el UAE, que quiere subir a los dos al cajón de París para acompañar al inalcanzable Vingegaard. En ese caos, se fugaron una decena de dorsales ilustres: Benoot, Pedersen, Alaphilippe, Trentin, Haig, Zimmermann, Barguil, Campenaerts... y Politt, que sufrió una avería (rotura de cadena) y no encontró una bici para embutir sus 192 centímetros de altura en una de las monturas que le ofreció el coche neutro de los repuestos. Se desesperó en la cuneta. Normal. Acababa de perder el último tren. Fin de trayecto.
Al convoy delantero, en cambio, se unieron los que habían acelerado en el sprint especial: Philipsen, Van der Poel, Mohoric, O'Connor, Asgreen, Wright, Laporte, Pidcock, Clarke... y Ion Izagirre, uno de los pocos que ya había probado la victoria. El Tour se partió en dos. Los que buscaban la etapa iban delante. Los que se jugarán su puesto de honor en los Vosgos al fin se tomaron un respiro tras casi tres horas enchufados a un cable eléctrico. Una bocanada de aire.
La fuga tenía sobrepeso. Todos temían a Philipsen, el velocista que acumulaba cuatro victorias. Rico entre pobres. Hambrientos. Tres se alejaron del belga en el puerto que quedaba, una leve cota. O'Connor, Asgreen (ganador del día anterior) y Mohoric. Izagirre casi se pegó a esa estela. Casi. Adiós. La meta era de ese trío. Al sprint. O'Connor, el más lento, lo lanzó. Asgreen le neutralizó y Mohoric remató a gol como pudo, con un riñonazo. Entró primero en la estación, lloró de alegría y en recuerdo al fallecido Gino Mäder, y le dio a su equipo, el Bahrain, la tercera etapa tras la victorias de Pello Bilbao y Poels.
Al Bahrain le queda otra misión, un premio extra: meter a Pello en el podio final. Está a dos minutos. Cerca y lejos. Vingegaard, el primero, le saca 7:35 a Pogacar y 10:45 a Adam Yates, el tercero. Carlos Rodríguez, que con 22 años completa su primer viaje en el Tour, aspira a esa medalla de bronce. La tiene a 1:16. Le acecha el otro Yates, Simon, a 18 segundos. Y luego, sexto, está Pello, buen lector de estrategias. Le separan 1:55 de Adam Yates. Mucho o poco. Eso lo dirán los Vosgos.
Cuidado con el Ballon de Alsacia, el primer puerto de la última etapa montañosa de este Tour. No tiene pendientes que asusten pero sí una historia bélica. Es campo minado. Allí, alemanes y franceses se repartieron tortas durante siglos. En esta tierra que habla dos idiomas, el Tour inventó la montaña. Hace un siglo, en 1905, la ronda gala era un caos. Las trampas de los participantes y las agresiones físicas o con chinchetas de los irascibles aficionados habían puesto a la carrera al borde de la desaparición nada más nacer. Henri Desgrange, jefe del periódico L'Auto, organizador de la prueba, pidió a uno de su jóvenes redactores, Alphonse Steinés, que buscara una solución, un aliciente, un salvavidas para el Tour.
Steinés lo encontró: la montaña. Nunca hasta entonces los ciclistas habían escalado un puerto de más de mil metros. Las bicicletas eran todavía de piñón fijo, pesadas, incómodas para el llano e imposibles para las cuestas. René Pottier lo hizo posible. El fue el primer ciclista que llegó a la cima. «Sus movimientos recordaban a los de los jóvenes panaderos que amasaban la pasta frente al horno al rojo vivo», escribió Desgrange. Pottier subió sin poner pie a tierra. Gesta. Una victoria patriótica para Francia. En la cima hay un monumento en honor a Pottier. Fue un héroe efímero. Dos años después, por un desamor, se colgó del gancho donde solía guardar su bicicleta.
En el Ballon, mucho después, anunció Eddy Merckx que comenzaba su tiempo. Agarró en la cumbre el maillot amarillo del primero de sus cinco triunfos en el Tour mientras detrás, entre goterones de sangre y remolcado por sus compañeros del equipo Fagor, penaba Luis Ocaña. El Ballon fue testigo del inicio de aquel duelo histórico entre un belga destinado a la gloria y un conquense condenado a la tragedia. Cuidado con esta montaña, calificada de segunda categoría y que abrirá la etapa que ordenará definitivamente este Tour en las dos cuestas finales, el Petit Ballon (9,3 kilómetros al 8,1%) y Platzerwasel (7,1 kilómetros al 8,4). Lo que la meta, instalada en Marstein Fellering, dicte quedará inscrito en el libro de oro de París.
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