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De improviso, aparecen grietas en el tejado. El Jumbo, una fortaleza inexpugnable, da muestras de debilidad por primera vez en este Tour. El sol muerde y falta toda la tercera semana.
Vingegaard llegó a meta en el pelotón, no le pasó en realidad nada grave ... al maillot amarillo. Pero no es buena señal que se caiga el líder. Solo Hinault se puede caer en Saint-Étienne, romperse los huesos de la nariz y ganar el Tour sin poder respirar en las últimas nueve etapas, Pirineos incluidos. Pero Hinault es Hinault. Un verdadero patrón ni siquiera pincha.
El día emitió toda clase de señales negativas para el Jumbo, desde la mañana, cuando el equipo comunicó que Primoz Roglic no saldría. No se ha recuperado de los dolores de espalda de la caída de Arenberg. «El Tour no me quiere», asumía ya hace días el esloveno. A Vingegaard su ausencia le genera un vacío. Roglic es el hombre que le susurraba al oído que estuviera tranquilo, que todo va a salir bien. No daba pedales por él, para eso se basta y se sobra el danés, pero le calmaba, le orientaba, asunto no sin importancia en una carrera como el Tour de Francia.
Achicharrado por un sol del demonio -la organización informó de que el termómetro marcaba 40,3 grados al paso por Vielmur-sur-Agout, a 86 kilómetros de meta-, el pelotón avanzaba perdida la cordura por el calor a más de 45 de media todo el día cuando llegó la segunda mala señal para el Jumbo: caída de Van Aert y Kruijswijk a 65 de meta. El holandés se fue a casa con la clavícula derecha rota. Uno de los grandes sostenes del líder en la montaña no llega a los Pirineos.
Siete kilómetros más adelante, la imagen que no quieren ver los supersticiosos: el maillot amarillo en el suelo. Con él, Tiejs Benoot, otro de los colosos del equipo. Vingegaard no tiene nada más que el golpe en la parte izquierda del cuerpo y reemprende la marcha, pero en ese momento el equipo se le cae. Esa máquina implacable que ha sometido al Tour con puño de hierro no puede llevar a su líder de vuelta al pelotón. Sepp Kuss y Nathan van Hooydonck ceden y a Vingegaard le salva el fenomenal francés Christophe Laporte, que le lleva con gran poderío hasta la cola del pelotón, que ya enfila la subida a la cota del lago de Saint-Ferréol, y el líder destroza el récord de la subida para avanzar hasta cabeza. Esta solo... con Van Aert, que es todo el Jumbo.
De ahí hasta el final, 48 kilómetros para pensar. El maillot amarillo no pasa más apuros porque se pone a rueda del maillot verde y porque la carrera la conducen los equipos de los sprinters. Había motivos para el desasosiego y algún veterano en el coche del Jumbo se acordaría de sus antepasados del Ti-Raleigh, que ganaron en esta misma meta la segunda contrarreloj por equipos del Tour de 1981 (la primera también la ganaron en Niza tres días antes, entonces se hacían esas cosas). Y ese viejo holandés pensaría lo bien que le vendría ahora a Vingegaard contar con alguien como Gerrie Knetemann, maquinista de aquella locomotora implacable. Pero Knetemann no está, murió con las botas puestas, mientras andaba en bici un día de 2004 a los 53 años.
Salvó el día Vingegaard y todo lo que pasó no tuvo reflejo alguno en la clasificación, pero se puede dar por descontado que Pogacar (UAE) tomó buena nota. Quizá no pasó nada y todo fueron casualidades, pero el esloveno terminó el día con una media sonrisa. La tercera semana del Tour siempre es terrible, pero a muchos en este Tour les ha costado terminar la segunda. Los cuarteles generales de los equipos van a echar humo el lunes en la jornada de descanso... y no solo por el calor.
Con el líder a salvo, la etapa corrió hacia su desenlace al sprint, y tampoco la 'volata' sonrió al Jumbo. Van Aert, que al principio de la etapa se metió en la escapada y luego paró, disputó la victoria y perdió. No fue el gigante inabordable de hace unos días. Le batió bien Philipsen (Alpecin), favorecido por el fair-play de Pedersen (Trek), que no le cerró la puerta junto a las vallas pudiendo haberlo hecho. La llegada al hotel fue lo único bueno que le pasó este domingo al Jumbo.
El Tour negó haber utilizado 10.000 litros de agua para enfriar las carreteras, como había anunciado uno de sus responsables del recorrido. Pierre-Yves Thouault, subdirector del Tour, explicó que regar el asfalto «solo concierne a la seguridad de los ciclistas» y que se identificaron tramos cortos de carretera, de 150 a 200 metros de largo, con peligro de que el alquitrán se derritiera y que solo regaron ahí. «La cifra de 10.000 litros es descabellada. Somos totalmente respetuosos con el medio ambiente y no hacemos cualquier cosa. Como máximo llegaremos a los 350 litros. Estamos usando muy poco».
La etapa dejó la pregunta de si era necesario correr a estas temperaturas, en torno a 40 grados, una etapa de 200 kilómetros. El protocolo de temperaturas extremas, que data de 2016, no establece límites y los implicados decidieron correr, después de acordarse que se permitiría el avituallamiento durante toda la etapa hasta los últimos diez kilómetros.
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