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Jon Rivas
Miércoles, 17 de julio 2024, 17:54
Ya no hay escapadas bidón, esas que comienzan en cuanto el director de la carrera da el banderazo de salida y en las que un grupo de valientes recorre todo el camino desde el principio hasta el final, con una mochila de minutos a la ... espalda, inalcanzables por el pelotón, que enseguida se desentiende. Las hubo hasta hace algunos años, pero ya no se estilan. En 2001, entre Colmar, una de las ciudades más bellas de Francia, y Pontarlier, los escapados llegaron con 36 minutos de ventaja y el jurado tuvo que aplicar el artículo 22 del reglamento para no dejar fuera de control a 166 ciclistas.
La de 2006 fue más sonada, porque en un día de calor achicharrante entre Beziers y Montelimar, los casi 29 minutos del grupo de fugados sobre el pelotón le dieron el maillot amarillo a Óscar Pereiro, que acabó ganando el Tour y llevándose una prima de un millón de euros que había pactado con su equipo, el Illes Balears, que, por inverosímil, aceptó la cláusula en su contrato. Claro que José Miguel Echavarri, con muchos kilómetros de ciclismo a sus espaldas, se las cubrió contratando un seguro por si acaso. Hubo acaso y pagó la compañía aseguradora.
Ya no hay discusiones entre los veteranos de la sala de prensa, que las había, y a veces acaloradas, sobre si una fuga se puede calificar como escapada bidón, porque se han extinguido. En los últimos tiempos, tal como se corre, montar una escapada es tarea ardua, mantenerla, un trabajo de Hércules, y llegar a un final feliz, una heroicidad.
Eso parecía que iba a suceder desde la salida a orillas del Ródano, en la Provenza, a la sombra de la central nuclear de Tricastín, hasta la puerta de los Alpes mediterráneos, cerca de Gap. Cuatro ciclistas circulaban delante, con poca diferencia, detrás marchaba un grupo numeroso y a 50 kilómetros de la meta, en el pelotón levantaron el pie, dijeron basta ya, y pareció que empezaba a reinar la paz cuando se disparó la diferencia hasta los ocho minutos.
Pero así como hay días en los que solo se ve una etapa, que es lo normal, y otros en los que nada sucede y no se ve ninguna, a veces se dan las circunstancias para que dentro de una etapa se vean dos o más.
Y es que, por un lado, Richard Carapaz, ciclista valiente, sin complejos, que ya fue líder en la tercera jornada y perdió el amarillo en el Galibier, no quería marcharse del Tour sin ganar una etapa, y completar esa trilogía con Giro y Vuelta que solo consiguen ciclistas con clase como el ecuatoriano, actual campeón olímpico y que está dando sopas con onda a los responsables de su federación que decidieron, no se sabe con qué criterio, -o sí se sabe, y suena a excusa espuria-, descabalgarlo de la oportunidad de volver a la gloria olímpica. Había arrancado Yates de su grupo para alcanzar a los cuatro de delante en la durísima ascensión a Noyer, y Carapaz, pedalada a pedalada, llegó a la altura del británico para después dejarlo atrás, y coleccionar otra victoria para su historial.
En la otra etapa, que se disputaba unos kilómetros por detrás, lo que parecía una excursión de fin de curso, cambió de repente. Apareció Tadej Pogacar, quien en la víspera auguraba una etapa tranquila. Y apareció también Remco Evenepoel, que rezaba porque las cosas se quedaran como estaban. No es que no digan la verdad, sino que la verdad cambia según sus circunstancias, porque ni Pogacar permitió que fuera una etapa tranquila, ni Evenepoel contribuyó a que nada cambiara.
Ambos ocupaban un plano general cuando el líder, que no se sabe contener, o no quiere hacerlo, pasó al primer plano con otro de sus feroces impulsos que hacen vibrar el asfalto. «A veces no sé por qué ataco. Ni siquiera yo ya lo sé», reconoce Pogacar. «No sé si fue instinto o estupidez», dice. «Creo que simplemente estaba disfrutando la subida empinada y súper hermosa, y quería apretar para probar mis piernas y ver si podía abrir un hueco o algo así».
En ese algo así, salió detrás Vingegaard, y Evenepoel, un poco despistado, tardó un rato. Pogacar cogió ventaja, que en la cima del puerto era de 15 segundos. En el descenso, ayudados por sus lugartenientes, entre Evenepoel y Vingegaard consiguieron alcanzar al líder. Pero el belga olió la sangre, no la de Pogacar, que parecía fresco, sino la del danés, más tocado después del esfuerzo.
Atacó en la última ascensión a Superdévoluy y rebañó 12 segundos en la meta, a la que Pogacar llegó dos segundos por delante de Vingegaard. «Les quité tiempo a Tadej y Jonas, pero ese no era el objetivo. Sigo centrado en mi lugar en el podio y he podido ganar un poco de tiempo respecto a los que están detrás de mí», confesó Evenepoel. Y Pogacar, que apuntó que parecía una carrera de juveniles de 120 kilómetros, aunque para él casi todas lo son, se felicitó del gran equipo que tiene Vingegaard: «Sin los chicos de Visma, Remco nos habría quitado más tiempo a Jonas y a mí».
Antes que los tres del podio habían alcanzado la pancarta 25 ciclistas más, pero a veces el espectáculo, la segunda etapa dentro de la etapa, se corre más tarde. «Un día más en la oficina», la resumió Pogacar.
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