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Iñaki Izquierdo
Jueves, 6 de julio 2023, 19:34
Un genio. Tadej Pogacar (UAE) saludó al público de Cauterets como una María Callas del ciclismo poniendo a sus pies a la Scala de Milán que había dudado de su talento en 1961, poco después de que Jacques Anquetil acabara de volver a ganar el ... Tour tras una larga espera de cuatro años desde su primer triunfo en 1957 y de que media Francia le hubiera silbado. Aquella noche en Milán, la diva griega hizo unos de esos silencios mínimos que parecen una eternidad y fue Medea: «¡Crudele! (cruel)», cantó. Miró al público y le dirigió su segundo «¡crudele!». Tornó los abucheos en una ovación clamorosa y el viejo teatro se agitó en sus cimientos.
A los genios no se les exige, se les espera. Se espera a Anquetil cuatro años para que gane su segundo Tour y acabe convirtiéndose en el primero en sumar cinco. Se espera a María Callas para que un día cante bien. Se espera a Tadej Pogacar para que resucite el Tour y devuelva la sonrisa a los aficionados solo 24 horas después de sucumbir en la pared vertical del Marie Blanque.
Lo hizo en el Tourmalet, lugar santo del ciclismo y del Tour de Francia. Cuando arrancó Vingegaard pasada La Mongie, en lo más duro del puerto más legendario, la mayor carrera del mundo se tambaleó. Estaba en el alambre tras el zarpazo del danés la víspera. Si Pogacar no aguantaba, adiós carrera, adiós negocio colosal de más de cien millones de euros, adiós a un espectáculo de 190 televisiones del mundo. Y, lo más importante, el final de un mito.
Pero el genio se pegó a la rueda de su rival y le puso a pensar. La situación incomodó visiblemente al ganador del año pasado. El danés había puesto a trabajar a sus dos equipos durante la etapa. Al frente del pelotón, a seis compañeros y, por delante, a Wout van Aert, que vale por seis. Mientras trataba de digerir la nueva situación, la resistencia aparentemente cómoda de Pogacar en el Tourmalet, ambos se presentaron en la cima sin darse cuenta. Iban tan rápido que en dos kilómetros metieron dos minutos largos al resto de favoritos (por llamarles de algún modo). Entre ellos, Jai Hindley (Bora), al que el maillot amarillo le duró un día.
En el descenso del Tourmalet, Van Aert esperó a Vingegaard y empezó a tirar dándose relevos a sí mismo, que viene a ser parecido a poner a dos equipos al completo a trabajar. El destrozo respecto a los demás no hacía más que crecer. Tras el Van Aert de los 98 kilómetros hasta el Tourmalet, el de la bajada y el del camino de Luz-Saint-Sauveur a Cauterets, aún quedaba un último Van Aert para el inicio de la subida a Cambasque. Se vació y avisó por la radio a Vingegaard de que se apartaba. El danés pasó al ataque pero Pogacar no se inmutó. Ni se levantó del sillín. Y pasada la pancarta de tres kilómetros a meta, el contraataque.
Vingegaard, con el gesto crispado, no reaccionó. Entre la incompresión por el cambio de escenario y el dolor de piernas, Pogacar abrió hueco muy pronto. En un tramo muy corto y con una dureza relativa, los segundos fueron cayendo con aparente facilidad hasta convertirse en 24 -más cuatro por las bonificaciones- en meta. De un plumazo, Pogacar eliminaba la mitad del tiempo perdido (queda a 25 segundos en la general) y, sobre todo, cambiaba la inercia del Tour.
Vingegaard es el nuevo líder de la carrera, pero la etapa le dejó mucho trabajo para hacer en el hotel. Tuvo tiempo para pensar desde La Mongie a Cauterets pueblo, pero necesitará más para interpretar todos los matices que dejó la actuación de Pogacar. En el cuartel general del Jumbo tienen material de sobra para trabajar. No deben preocuparse más que de un rival, porque la etapa confirmó que el Tour es cosa de dos, pero lo que tienen enfrente no es cualquier cosa.
Escribía Alexandre Roos, el cronista de L'Equipe, que «el Tour tiene la capacidad de arrugar las hojas escritas el día anterior, de trastocar escenarios y destinos». Y añadía que «podemos esperar una edición que hará daño y donde nadie estará a salvo de tropiezos. No todo ha terminado, ni mucho menos, el Tour siempre tiene algo que dar y el Tourmalet es la esperanza a la que debemos aferrarnos». Se cumplió su profecía.
El Tour afronta ahora dos etapas de transición y el próximo juicio será el domingo en el Puy de Dôme. Los puertos míticos son míticos por algo. El Tourmalet hizo este jueves su magia y la cima del Macizo Central vuelve al recorrido después de 35 años de ausencia. En solo 24 horas, la cara del Tour ha cambiado por completo y ahora todo vuelve a parecer posible. Hay un genio en carrera y a los genios siempre se les espera. Siempre.
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