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Jon Rivas
Jueves, 11 de julio 2024, 18:42
Dice Biniam Girmay, después de ganar por tercera vez: «El verde me da alas», y queda bonito de no ser tan paradójico para Primoz Roglic escuchar al vencedor de la etapa hacer uso del eslógan de Red Bull, el nuevo patrocinador del equipo que capitanea ... el ciclista esloveno, cuando vende su triunfo. Es una casualidad, claro, pero cuando lo está diciendo, llega a la meta el campeón alicaído, vestido con un maillot negro con tonos verdes idénticos al del buzo integral del ciclista eritreo, que ha sobrevivido a los tiburones Cavendish y Démare, relegados a los últimos puestos del pelotón por su embalaje temerario.
Con el hombro desgarrado, Primoz Roglic debe pensar que a él, el color verde no le da alas, ni el Red Bull de su camiseta. Ya le hubiera gustado, aunque no le hacen falta para volar por encima de su bicicleta, que es lo que hizo a doce kilómetros de la meta. Es el peligro de los pelotones. «No me enteré hasta después de la etapa», asegura Evenepoel. «Nosotros, los que nos jugamos la clasificación general, nunca tenemos un día fácil en una carrera por etapas. Por desgracia, lo que le ha ocurrido hoy a Primoz lo pone de relieve».
A Pogacar, su compatriota y rival, le parece «terrible» el accidente de Roglic. «Escuché que había ocurrido una gran caída, pero no fue hasta la meta que alguien me dijo que Primoz se había caído», dice. «Ya estaba en muy buena forma y sentí que estaba mejorando cada vez más. Es muy triste que una caída lo haya afectado. Espero que esté bien, que se recupere rápido y que pueda luchar por volver a la carrera». Deportividad ante todo.
«Le haremos una evaluación y luego veremos», asegura Enrico Gasparotto, su director. «Haremos un balance de la situación y determinaremos si es grave o no». Se duchó en el autobús y luego se puso en manos del médico. «Todos esperamos que no sea nada grave, de momento lo más importante es el propio Primoz, no su resultado en el Tour. Esperemos que esté bien, que no haya entrenado tanto para nada».
Lo que no se pierde en una agotadora etapa de montaña con el Galibier en medio, o en un frenético recorrido por el Macizo Central y sus constantes subidas y bajadas, se puede desperdiciar un día soleado y caluroso, en una larga recta a 12 kilómetros de la meta, a orillas del caudaloso río Lot, cuando parece que todo lo que podía pasar ya ha pasado y solo queda dejar que los especialistas en el esprint afilen los cuchillos para que brillen los filos en los últimos 200 metros. Algunos, como el líder Tadej Pogacar, prefieren evitar riesgos, asumiéndolos en la cabeza del pelotón, pero hay otros que se dejan ir en medio del grupo; cada cual tiene su estrategia.
Aunque a veces suceden cosas, que nadie ha calculado de antemano, por eso se llaman imprevistos, y toda la minuciosa preparación que se empieza a planificar en noviembre y se ejecuta desde diciembre hasta julio se estropea por una isleta en medio de la calzada que, un despistado, Alexey Lutsenko se come, y en su caída arrastra a unos cuantos ciclistas entre los que está Primoz Roglic, que seguro que pensaba que todavía no había dicho su última palabra y, de repente, se queda sin voz con el duro choque contra el asfalto, que quema y destroza el maillot a la altura del hombro, sangrante, como el codo. Y gracias al casco, que amortigua el impacto, la cosa no va a mayores.
Se reincorpora el corredor esloveno, se sube a la bicicleta rodeado de un séquito incondicional, y pedalea, pero las imágenes de la televisión engañan, y lo que parece que solo es un susto se revela como algo más cuando la cámara pasa al otro lado y muestra el destrozo. «Una caída como esta no debería ocurrir», se lamenta el director del Visma, Merjin Zeeman. «Los corredores no tienen la culpa y nos sentimos muy mal por Primoz. No se puede hacer que el pelotón del Tour pase por un tramo así, es una irresponsabilidad».
Roglic está dolorido, y pese a que el pelotón no hace prisioneros, todavía no está en modo esprint cuando se reincorpora con 50 segundos perdidos, pero, aun así, no es capaz de alcanzarlo con sus hombres, que se limitan a llevarlo a su ritmo, es una cuestión de supervivencia. Así que cuando los llegadores imponen la aceleración frenética habitual en los últimos kilómetros, para disuadir a los aventureros de última hora y marcar territorio, la diferencia entre el pelotón y el aspirante al podio de Niza se va hasta los 2 minutos y 27 segundos, que es lo que marcan los jueces, que no el reloj de la meta, que se ha parado un buen rato antes, cuando Girmay ya celebraba con los suyos su tercer triunfo de etapa, con lo que Eritrea consigue igualar a Francia en victorias parciales.
En una recta con una mediana asesina, Roglic pierde muchas de sus opciones a subirse al podio. Ahora está sexto, a 4.42 de Pogacar. Habrá que esperar a conocer la importancia de sus heridas para saber si tendrá la oportunidad de seguir siendo un aspirante, porque las caídas duras, en medio del Tour, cuando se empieza a cambiar el registro y ese «queda mucha carrera» da paso, sin solución de continuidad, al «las fuerzas están justas», no ayudan nada y suelen pasar factura. La enfermedad se la pasó a Pello Bilbao, retirado a mitad de etapa.
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