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Jon Rivas
Miércoles, 10 de julio 2024, 17:37
En el combate de los jefes entre los volcanes de la Auvernia, Jonas Vingegaard le ganó por los puntos a Tadej Pogacar y surge el debate: ¿ha malgastado el líder demasiadas fuerzas? Se entromete en la discusión Geraint Thomas, que sabe mucho por veterano. «No ... puedo imaginar que Pogacar vaya a más, por el contrario, la duda es cuánto va a empeorar». ¿Le dará al danés para recuperar el terreno perdido? Fue la suya una victoria, sobre todo moral, porque al doble ganador del Tour, que se derrumbó en la meta cuando le vinieron a la cabeza los últimos tres meses desde su caída en la Itzulia, volvió a recuperar todas las sensaciones de un campeón. «Obviamente es una victoria muy emotiva para mí. Volver de una caída grave significa mucho después de todo lo que he pasado durante los últimos meses. Ganar me hace repensar todo eso». Se impuso al sprint a su rival, el líder de la carrera, que solo cedió un segundo tras la suma de las bonificaciones, y demostró que ha regresado y que puede estar en la pelea por el Tour, a semana y media de su finalización. «Nadie puede dudar del estado de forma de Jonas ahora», recuerda Pogacar. Hay batalla todavía.
En el Cantal, por donde aparece de vez en cuando Bardet para visitar a su abuela, que vive en Virarques, nadie se pudo parar a comer la sopa de verduras típica de la región, con puerros, zanahorias, nabos, patatas, col y queso, que degustó Plinio el Viejo elaborado con leche de las vacas de raza Salers, salvo, quizá, el mismo Romain, que se dio un baño de masas entre sus paisanos, cuando ya los de delante iban a lo suyo, que es lo importante en el Tour, una carrera en la que es difícil entrar en la mente de los ciclistas.
El día anterior, por carreteras anchas y bien asfaltadas, se dedicaron a la siesta; en la ruta de los volcanes, con calzadas estrechas, llenas de curvas, subidas y bajadas constantes, los corredores protagonizaron una etapa supersónica, que llegó a la meta con tres cuartos de hora de adelanto según los horarios previstos por los organizadores, que no suelen ser del todo fiables, pero dan una idea de lo que se avecina cada día.
Con calor, pero bajo las nubes, en la carretera se anunciaba tormenta cuando ya Ion Izagirre, que no podía seguir el ritmo, había tenido que abandonar, porque el equipo de Pogacar, enfilado en la cabeza, no permitía progresar a la fuga del día, en la que se había empotrado Oier Lazkano. Sus esfuerzos, los relevos continuos, no llevaban al GPS más allá de los dos minutos de diferencia. El durísimo ataque de Pogacar en las últimas rampas del Puy Mary, Pas de Peyrol, se venía anunciando desde mucho antes, a la vista del ritmo que imprimían los corredores del UAE. El líder utilizó la misma táctica que en el Galibier, que le dio un buen resultado, lanzando un órdago a medio kilómetro de la cima. Vingegaard no respondió en un principio, –«No pude seguir el ataque de Tadej, fue muy fuerte»– aunque sí lo hizo Roglic, al que se enganchó. La diferencia en la cúspide, como sucedió en el coloso alpino, era exigua, de apenas cuatro segundos, pero Pogacar se lanzó en el descenso y llegó al llano con más de medio minuto de diferencia. Ni el susto que le dio la rueda trasera le arredró.
Pero Vingegaard administraba las fuerzas. En la subida a Pertus, puso un ritmo sostenido que consiguió distanciar a Roglic. Poco a poco, en los cuatro kilómetros de ascensión, fue limando las diferencias con el líder, al que alcanzó a 200 metros de la cima. «No sabía exactamente a qué distancia estaba de la cumbre», decía Pogacar. «Estaba un poco confundido, vi que Jonas se acercaba, que literalmente estaba volando. Me sorprendió un poco, preferí esperar, descansar un rato», aunque tal vez lo lamentaba después. «Podría haber acelerado fuerte hasta arriba y tal vez me hubiera quedado solo delante». Desde atrás, la perspectiva de Vingegaard era muy diferente: «No quería ponerme en números rojos, así que preferí hacer una contrarreloj a mi propio ritmo para limitar los daños. Ese era mi único objetivo, pero poco a poco vi que me acercaba, escuché por la radio que la brecha iba disminuyendo». Hasta cerrarse.
Esprintó Pogacar para llevarse los tres segundos de bonificación, pero ya hasta la meta, en Le Lioran, cabalgaron juntos, mientras, por detrás, Remco Evenepoel alcanzaba a Roglic, que se cayó en una curva y perdió algunos segundos con el belga. Más distanciados penaban los demás ilustres, siguiendo a Carlos Rodríguez en las bajadas, pero adelantándole después en los últimos metros.
En la meta, Jonas Vingegaard tuvo fe, y le ganó el sprint a Pogacar. «Me sorprendió hacerlo. Hace tres meses, realmente no pensé que estaría aquí hoy jugando por una victoria», decía entre lágrimas en la meta, y solo le recorta un segundo. Pogacar aumenta la diferencia en la general con Evenepoel, que es segundo, pero sabe que la amenaza está en el tercer escalón. El combate de los jefes que se inició en los volcanes de la Auvernia seguirá en los Pirineos. Preparen las palomitas y disfruten, como lo hace Pogacar: «Lo disfruté, sí. Fue un día realmente agradable sobre la bicicleta, sigamos así. Esta es una bonita forma de afrontar los Pirineos. allí volverá a ser diferente y tenemos un plan».
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