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Benito Urraburu
Domingo, 6 de julio 2014, 00:24
A Vincenzo Nibali no le ha salido muy brillante el inicio de temporada. No al menos en cuanto a victorias. Concentrado en muchas ocasiones en altitud, tanto en el Teide como en San Pellegrino (Italia) con un calendario muy medido, su temporada ha estado programada ... exclusivamente para brillar en Francia.
Lejos de los puestos de honor, con una acumulación importante de días de competición, 46, el mánager de su equipo, Alexandre Vinokourov, le mandó un recado en forma de declaraciones diciendo que «su salario no se corresponde con su rendimiento en carrera».
Decir no dijo ninguna mentira el kazajo. Teniendo en cuenta que ha sido corredor, y de los buenos, debería de saber que los balances hay que hacerlos a final de temporada.
Vinokourov se impacientó y lo cierto es que sea por programación, por suerte o porque realmente era el momento se ser competitivo, Vincenzo Nibali ha empezado a ganar y lo que muestra es que va a ser competitivo en Francia.
Ha salido del crematorio en el que le había sumido su propio equipo, Astana, que tiene un bloque perfectamente definidio de italianos, corredores, masajistas, mecánicos, directores, y otro de kazajos. Es como un equipo italiano incrustado en un cuerpo extraño. Cuando no se gana, esa fusión termina por chirriar.
Lo hizo muy bien en el Campeonato italiano, que ganó, y también este domingo, en la segunda etapa del Tour. Venció con uno de esos ataques que suele lanzar desde lejos, que no siempre terminan con éxito. Ayer logró culminarlo. En Inglaterra prepararon un Lieja-Bastogne-Lieja en miniatura y Nibali ya sabe lo que es ser segundo en esa prueba, en 2012.
Nibali, a la espera de situaciones más comprometidas, se colocó de amarillo y se quitó presión. ¿Puede Nibali ganar el Tour? Sabe lo que es ganar pruebas de tres semanas, dos Giros y una Vuelta a España. También ha sido tercero en el Tour. La gestión de los esfuerzos de tres semanas de carrera la controla. Lo único que no sabe, ni él, ni nadie, es hasta dónde pueden llegar Froome y Contador, e incluso Valverde.
Es el único corredor en activo, junto a Contador, que ha sido líder en Tour, Giro y Vuelta.
Sagan y Valverde sabían que sus opciones para poder ganar estaban en llegar en grupo. Los dos necesitaban apurar hasta los metros finales. No consiguieron hacerlo en ese carrusel en el que se convirtió una etapa de doscientos kilómetros, con nueve cotas, en otro día de desgaste, con miles de aficionados en todos los puntos del recorrido.
Inglaterra ha visto las carreteras por las que discurre el Tour inundadas de gente. En cuanto a la estrategia de carrera, Cannondale se volcó con Sagan. Cuando la etapa tenía que decidirse tuvo que maniobrar y se encontró con que ninguno de sus acompañantes salió a por Nibali.
No encontró a nadie que le siguiese haciendo el trabajo sucio y se le escapó una buena oportunidad. Valverde, siempre muy bien colocado, tampoco se movió. Sagan es más rápido que él en una llegada como la de Sheffield ya se sabe que a esos niveles de calidad, nadie le va a regalar nada a un compañero peligroso.
A Nibali, que buscó ganar, le dejaron irse. Una de las constantes que rigen en el mundo del ciclismo es que hay unos corredores que están más marcados que otros, más vigilados. Son ruedas calientes. Las de Sagan y Valverde, ardían.
Lo que sí permitió ver la etapa es que ni Froome, ni Contador, pretenden sembrar más dudas que las que le pueda dar la prueba. De hecho, están entre los diez mejores de la general.
Ninguno de los que cuentan para hacer la carrera en situaciones comprometidas pasó problemas, pero eso sí, en el momento crítico de la etapa todos estuvieron delante. El pelotón fue rápido, sin rodar a velocidades de vértigo, dejando la media horaria en los 39,1 kilómetros por hora.
Cavendish, tocado
Se mantuvieron siempre delante, muy atentos, ellos y su equipos, en un día marcado de nuevo por una escapada y también por el abandono de Mark Cavendish, que deja a la prueba sin una de sus estrellas.
No es la primera vez que Cavendish sufre una caída. En el Tour del año pasado en la décima etapa ya tuvo problemas con Tom Veelers. Se abalanzó sobre él, pero no le descalificaron. Quizá la más sonada de toda las que tuvo fue en la Vuelta a Suiza de 2010, cuando se enganchó con Haussler a pocos metros de la línea de llegada y y treinta corredores se fueron al suelo.
También ha tenido incidentes en Catar y en el Giro, pero nada comparable a lo de este domingo, en su propio país, ante su gente, en una de esas oportunidades que normalmente no volverá a tener nunca más en lo que le quede carrera.
Poder ganar, vestirse de amarillo, hacerlo en Inglaterra y muy cerca de la casa donde vivía su madre es uno de esos cuentos que no tuvo un final feliz. Cavendish ya es historia en este Tour y siembra dudas sobre si es el corredor más rápido del mundo en estos momentos. Ese puesto parece que lo va a coger en propiedad Marcel Kittel.
Las llegadas quedan más abiertas todavía para el alemán con un equipo preparado única y exclusivamente para él, que se centrará en aquellos finales en los que sus posibilidades de vencer resulten nítidas.
Más que físicamente, el problema de Cavendish es moral, con una temporada que tendrá que reconducir y buscar una alternativa. Esperó siete años para volver a Inglaterra, la primera etapa del Toru terminaba a escasos metros de donde vivía su madre y tuvo que cambiar el podio por el hospital.
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