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Monterovere, cuesta entre túneles sobre el lago de Caldonazzo, es un paraíso natural. Mikel Landa, su ambición, lo convirtió en un patíbulo para Joao Almeida. Cuando el dolor les subía a todos desde los pedales, el alavés se desabrochó. Fuego. Sólo dos, los de siempre, ... pedalearon a su sombra: el líder, Carapaz, y el segundo en la general, Hindley. Los tres del Giro. «He sufrido mucho», confesó Hindley. «Lo tenía todo bajo control», replicó Carapaz, maglia rosa con 3 segundos sobre el australiano y 1 minuto y 5 segundos sobre Landa. Almeida se aleja a dos minutos. El Giro se reduce a tres dorsales a falta de dos etapas de montaña y la contrarreloj final de Verona. Un ecuatoriano, un australiano y un alavés. Siempre juntos hasta ahora.
En la tapia de Monterovere, Landa, con el apoyo de Poels, echó paladas de tierra sobre Almeida, el muerto que no muere nunca. Pero esta vez le dejó tocado, semihundido, le alejó un minuto y le arrebató el tercer cajón del podio. Landa ya ocupa su lugar. Para escalar más tendrá que tumbar a los únicos que siguen a su altura y que, sal sobre la herida, le quitaron unos segundos en el repecho final de Lavarone, donde, venda sobre la herida, ganó un compañero del alavés, el joven colombiano Santiago Buitrago, el mejor de la fuga. Hace unos días había entrado llorando y disculpándose por ser segundo tras Ciccone en la meta de Cogne. También lloró esta vez, pero por ser el primero. A la luz de esas lágrimas gritó su felicidad. «He tenido sangre fría. Sabía que podía coger a Van der Poel y Leemreize». Lo hizo en Monterovere, la bella montaña donde Landa se subió al podio.
El día amaneció a oscuras. La nube bajaba hasta al cintura del Tonale, el primer puerto. El viento, el frío y la lluvia azotaban la salida del Giro desde Ponte di Legno. Temblequera. Escalofrío. Además, había que calentar los músculos porque esta etapa invernal partía cuesta arriba. Landa con perneras. Carapaz con guantes largos. Chubasqueros a manta. Tras dos semanas de verano anticipado llegó de repente un coletazo glaciar. Cambio climático en el tramo decisivo de la 'corsa rosa', la carrera que más hielo y nieve tiene en su historia. A los ciclistas, que a estas alturas son poco más que pellejo y huesos, el frío les atemoriza. Si te ataca, te congela. De ahí el miedo a los descensos hacia los valles de viñedos del Trentino.
La estufa de la etapa la encendió una fuga temprana. La del Tonale. Y concurrida. De 25 dorsales, incluidos Van der Poel (en manga corta), Martin, Hirt, Leemreize, Arensman, Ciccone, Rosa, Pedrero, De la Cruz y un gregario de Landa, el colombiano Buitrago. El Bora de Hindley no colocó a nadie en ese vagón. El Ineos de Carapaz no les concedió mucho crédito en el largo y mojado descenso del Tonale. La carretera brillaba como un cuchillo bajo unos intermitentes rayos de sol. El día cambió, elevó su temperatura al paso por Giovo, cuna de Francesco Moser y Gilberto Simoni. Y la fuga, tras cruzar los valles de oro líquido (vino) del Tirol, se metió en la niebla del largo Passo del Vetriolo. En su descenso sobre una carretera parcheada, Van der Poel y el joven Leemreize arriesgaron más. Detrás, el Bahrain de Landa empezó a pinchar con alfileres las piernas de sus rivales. El alavés enseñaba su carta. Sacó el hacha para hacer leña.
La bajada era cardiaca. Sístole y diástole. Van der Poel, hecho en el ciclocross, salvó con su pericia natural una curva mal dada. El riesgo le alimenta. Se fue con su vecino Leemreize, alto y buen escalador. Entre la meta y ellos se elevaba la montaña de Monterovere. Magnífica. Y ya al sol. Fuera ropa. El Giro se iba a desnudar en una montaña con 4 kilómetros por encima del 10%. Esa cifra convoca a los escaladores. Como Buitrago, que con paciencia, frío cazador, inició su remontada hasta ejecutar primero a Van der Poel y luego, casi en la cima, a Leemreize. Y como Landa. Le gusta flotar sobre la ley de la gravedad. Sus fieles Novak y Poels estiraron la cuerda con la que se agarraba Almeida, ciclista sufriente. La cuerda se transformó en una soga.
Al portugués se le vino la cuesta encima. No le alcanzaban los pulmones. Landa escuchó su agonía. Y atacó. A su manera: manos abajo y sobre un desarrollo duro, muscular. Carapaz y Hindley se colgaron de su ritmo. Llevan casi tres semanas ocupando el mismo metro. Poels se les unió y tiró de ellos en el engañoso descenso hacia Lavarone. Landa pagó allí con unos segundos su derroche para distanciar a Almeida. Caparaz y Hindley se pelearon por esos metros finales. Ese es el duelo de este Giro si Landa, tercero ya, no lo desmiente el viernes en el Santuario de Castelmonte y, sobre todo, el sábado en el Pordoi y la Marmolada. Al Giro le quedan tres candidatos, paredes por salvar y la ambición y experiencia del alavés. Nada más llegar a Lavarone, Landa corrió a abrazar a Buitrago, que seguía llorando. Sus gregarios son su mejor arma.
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