Una leyenda irlandesa invita a los niños a buscar el final del arcoíris, donde espera una olla llena de oro acumulado por los duendes. Carlos Coloma lleva, desde que era un crío, a la caza de ese tesoro que ya probó una vez. No es ... oro, sino un simple maillot con siete colores estampados en el pecho. Un trozo de tela para los ajenos al mundo de la bicicleta pero la obsesión de los ciclistas. Y, sobre todo, de Carlos Coloma.
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Hoy, en Lenzerheide (Suiza), el albeldense correrá su vigésimo Mundial consecutivo. La cifra es apabullante porque a las citas mundiales se llega por decisión de un técnico tras acumulación de méritos. Coloma no ha fallado nunca, desde que irrumpió en el mundo semiprofesional en 1999. Fue en Are (Suecia) donde logró su título de campeón del Mundo por relevos. «Llevaba buscando este título desde que comencé a andar en bicicleta y por fin se ha cumplido», decía entonces un chaval de 17 años.
Ahora, a punto de cumplir 37, nada ha cambiado. «Para mí, los Mundiales y los Juegos Olímpicos son lo máximo», recalca el medalla de bronce en Río de Janeiro. «Miro atrás y me parece que la carrera de Are fue ayer, aunque hayan pasado 20 años. Mis ganas de vencer no han cambiado y esa es mi motivación. Y lograr el maillot arcoíris, mi mayor ilusión», incide.
De esa cita recuerda que era «un chaval con ciertas cualidades que logró dos medallas para España». Ahí empezó su idilio con la bicicleta de montaña y una confianza casi absoluta en sus posibilidades que, cuando se apoyaron en la madurez y el trabajo desgarrador, han dado resultados. Porque ese título le llegó muy pronto. Pero Coloma es de los que piensan que nunca es tarde para vencer. «Mi objetivo es salir a ganar. No le vamos a regalar el maillot a Nino [Schurter] aunque sea el favorito. Sinceramente, estar entre los ocho primeros sería un súper-resultado, pero siempre me pido más», analiza un corredor que con su vigésimo Mundial hace historia.
En el retrovisor, muchas citas y países, incluido otro bronce por relevos en el 2001. Pero, sobre todo, un recuerdo: Pietermaritzburg 2013. «Llegaba tras dos operaciones en cinco meses, la última a 55 días del Mundial. Pero el seleccionador confió en mí. Aunque sólo pude dar dos vueltas al circuito, ese día supe que seguía siendo ciclista», dice.
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Ahí se entregó a fondo hasta cincelar su gran obra en Río. Su mente cambió. «Los golpes te recuerdan que cada carrera puede ser la última», indica el albeldense. Por eso hoy, ante los mejores del mundo y después de un año pensando en Lenzerheide, a las 15.30 (en Teledeporte, desde las 16.00) tiene su oportunidad de volver a soñar sobre un trazado que conoce de sobra. «Saldré en vigésimo séptima posición, en cuarta fila. Habrá que tener paciencia al principio e intentar adelantar en la primera o segunda vuelta, pero sin meterme en problemas», dice. Y mirar a las raíces del suelo y al cielo. Porque si llueve, «será como correr sobre jabón». Pero si hay agua y sol, saldrá el arcoíris, el que hoy intentará capturar Coloma.
Ayer se disputaron las pruebas sub-23. La madrileña afincada en Lardero y compañera de Coloma, Rocío del Alba García, acabó séptima tras una gran carrera. En la cita masculina, el entrenero Vlad Dascalu sólo pudo ser 22º. Séptimo fue Jofre Cullell.
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