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Carlos Molina pudo expresar este viernes en Logroño lo que ha sentido en los últimos días en Ucrania, cuando intentaba salir del país tras el inicio de la invasión rusa. Pudo convertir sus sentimientos en palabras, pero si no lo hubiera logrado habría expresado igualmente ... lo vivido. Su rostro le delataba, su tono de voz también. Y, desde luego, lo hacían sus lágrimas al relatar lo acontecido desde que el 23 de febrero su equipo, el Motor Zaporiyia, se enfrentara al Kielce polaco en la Liga de Campeones de balonmano.
Ahí arrancó una historia que hace unos días parecería sacada de una película de guerra en blanco y negro, pero que ahora es una realidad. El ex del Ciudad de Logroño acabó aquel partido con su equipo ucraniano y tanto él como varios compañeros le pidieron al presidente de la entidad quedarse allí. «Durante un mes se llevaba hablando de que Ucrania iba a ser invadida, muchos queríamos quedarnos en Polonia, pero él nos dijo que la situación no era, ni mucho menos, crítica», recuerda.
Poco tardaron en comprobar que el presidente se equivocaba. «Estábamos a punto de aterrizar en Zaporiyia, pero nos enteramos de que el aeropuerto estaba cerrado y volamos a Kiev», explica el cordobés, afincado en Santo Domingo de la Calzada, de donde es su pareja. La pesadilla había empezado ya que lo primero que se encontraron al llegar a la capital era que había que evacuar el aeropuerto. «Entonces escuchamos cuatro o cinco bombardeos y a los aviones de combate volar», explica. «Te entra la risa nerviosa de no saber bien lo que pasa, pero ahí sentí que el país estaba en guerra y que tenía que salir de ahí como fuera», añade.
Ese objetivo no era sencillo. La primera parada fue un hotel de Kiev y después un autobús le llevó destino a Zaporiyia. «Me despertó el golpetazo de una vecina y el sonido del WhatsApp: 'Carlos, baja cuanto antes, estamos todos en el sótano, hay aviso de bombas aéreas'», le dijo. «No supe reaccionar, me quedé parado y para cuando bajé ya estaban subiendo porque había sido una falsa alarma», recuerda. Falsa alarma que fue el detonante para la decisión definitiva de marcharse.
Molina llamó a dos compañeros, el lituano Malasinskas, ex del Logroño, y el bielorruso Bohkan; y juntos arrancaron un largo viaje hacia la frontera con Polonia (1.100 kilómetros, aproximadamente). Se quedaron a poco más de 20, pero no encontraban el modo de salir de ahí. «Me sentí solo, abandonado, mal», se lamenta. Con temperaturas de hasta -10 grados y sin una solución clara hasta que Malasinskas habla con la embajada de su país y le dicen que otro lituano está más cerca de la frontera, a 5 kilómetros.
El objetivo era llegar hasta él, un desconocido, para ver si podían subir a su coche y pasar a Polonia. Había plan B, pero podía eternizarse. «La idea era ir andando, dejar el coche a 22 kilómetros y caminar, pero el problema era el frío y que cada 2 kilómetros había un control y en cada uno de ellos podías estar seis o siete horas hasta que pasaran todas las mujeres y los niños», explica.
El primer intento de llegar hasta el otro lituano no fructifica y entonces toman una decisión. «Había que comprarlos (a los controladores) y nuestros coches fueron la llave de paso», rememoró Molina. Le ofrecieron los dos automóviles a uno de los controladores y su respuesta no se hizo esperar. «Nos dijo 'hombre, claro, por favor' y en 5 o 10 minutos estábamos a cinco kilómetros de la frontera», se congratula. Allí contactaron con el lituano y pasaron a Polonia (el día 28, tal y como publicó Diario LA RIOJA) para regresar donde había comenzado todo. A Kielce.
El 28 de febrero acabó la odisea de Molina. Físicamente estaba ya en Polonia, pero en su cabeza permanecía todo lo que había vivido. «Mucha gente me dice que soy un héroe, pero yo me siento solo un afortunado», afirma el cordobés. Para él, los héroes son otros. Por un lado, Malasinskas. «Él nos ha sacado de todo esto, me cogió la mano y me dijo que de esta íbamos a salir juntos; nunca me ha dejado atrás», recalca.
Los otros héroes son los que vio Molina desde el coche durante el trayecto a la frontera. «He visto a mujeres con niños caminar 40 o 50 kilómetros y he visto muchas lágrimas de padres», relata. «Yo soy padre, me pongo en esa situación y...». Ahí Molina no pudo contener este viernes las lágrimas. «He vivido cosas muy dramáticas, que no se las deseo a nadie», añadió una vez retomado el aliento.
Las lágrimas regresan a los ojos del ex del Logroño al explicar cómo se siente ahora. «Tengo la cabeza llena de emoción, de tristeza; son muchas experiencias las que he vivido en estos días y muchos los compañeros que he dejado atrás», recalca. «Hasta el día de antes, todo el mundo estaba tranquilo y mis compañeros decían que esto no iba a llegar a nada, pero todo cambió cuando aterrizamos en Kiev y escuchamos los primeros bombardeos. Ahí sí que sufrieron. Yo tengo a mi familia aquí a salvo, pero ellos...», se lamenta.
Familia con la que Molina ya se ha reencontrado, incluido su hijo de solo dos años. «Llevaba dos meses sin verlos y no sabía cómo reaccionar; es como si necesitase tiempo», reconoce. «Esta es una experiencia que te marca para toda la vida», concluye.
Desde que salió de Ucrania, Carlos Molina ha recibido muchos mensajes de personas que le piden ayuda para tratar de huir de la guerra. En algunos casos, como el de otro español que vive en Zaporiyia, ha podido atender esa petición. «Coincidía que el fisio de mi equipo iba a salir y le ha podido llevar hasta la frontera», se congratulaba. En otros casos, esa ayuda es imposible. «Me duele porque ni yo ni nadie puede hacer nada», se lamenta. En cuanto a la ayuda humanitaria, el cordobés explica que ahora se necesitan medicinas y diferente material médico. «Lo que ocurre es que se queda en la frontera hasta que alguien puede entrar a llevarlo», cuenta.
Ya desde La Rioja, Molina sigue con preocupación lo que sucede en Ucrania. Por eso, el deporte ha quedado relegado a un plano muy secundario. «La última semana la he vivido como si fuera un mes y ahora no estoy para jugar al balonmano», asegura. «Tengo la cabeza muy afectada y en lo último en lo que pienso es en coger una pelota y en ponerme a entrenar, por respeto a mí y los compañeros que no pueden salir de Ucrania», añade. «No me puedo permitir jugar esta temporada», concluye.
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