Quizá sea por mis propias limitaciones físicas (reconozcámoslo, no soy muy alto) pero un servidor siempre ha tenido predilección por los centrales bajitos. En un deporte -el balonmano- dominado por los centímetros y los kilos, cuando un deportista de unas condiciones físicas normales llega a ... jugar entre los mejores es porque tiene algo especial, muy especial. Y Pablo Cacheda es de esos.

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El pasado sábado nos retorcimos en el asiento cuando el central gallego se fue al suelo y se echó la mano a la rodilla. ¡No puede ser! ¡Otra vez no!

Nos temimos lo peor. Todos. Pablo el primero. Al final del partido fui al banquillo a darle ánimos. Lloraba con la mirada perdida, sin consuelo, abrazado a su inseparable Cristina. Rubén Garabaya y Pedro Terrero le ayudaron a llegar al vestuario. Y ahí siguió llorando. Y sus compañeros con él. Lágrimas en equipo, lágrimas de equipo.

Lo que no sabe la mala suerte es que no va a poder con Pablo Cacheda. Cada lágrima que derramó el sábado le ha hecho más fuerte, más grande, mas insustituible. Es especial, como todos los bajitos, y no existe mal fario o kriptonita que pueda con él.

El de Lalín empezó a vencer al destino con la resonancia de ayer. De lo malo, lo mejor. Esguince del ligamento lateral interno de la rodilla derecha. Adiós a lo que queda de temporada pero comenzará la próxima pretemporada con el resto de sus compañeros.

"Prometo que me dejaré la piel en recuperarme de la rodilla y que la temporada que viene me respeten las lesiones para dar mi mejor nivel y poder disfrutar con esta afición de 10 (al fin de semana me remito)", escribió el gallego ayer.

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No sé tú, pero yo voy a reservar ya mi carnet de socio para la próxima temporada. El Naturhouse ha fichado a Pablo Cacheda.

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