Un 5 de mayo de los de primera década de los 70, casi recién aterrizado en el patio del colegio de los Maristas de Logroño, el hermano Agustín Olleta cumplía años. Pongamos que 40. Su chavalería, o sea, el apunte de equipo de minibásket que ... el religioso había empezado a entrenar unos meses antes, le regaló un libro. Un libro de baloncesto, claro. Un libro de un entrenador americano, que por aquel entonces era lo más que se podía encontrar en España. Pongamos que el autor era Lou Carnesseca, aunque bien podría ser otro cualquiera. Aquellos chavales a los que le sobraba tanta ilusión como camiseta, se arrancaron con una dedicatoria en la página de guarda de aquel ejemplar: «Para el hermano Agustín, para que nos haga campeones de España». Y firmaron todos debajo de aquella frase caligrafiada con tinta de su sueño compartido.
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Agustín Olleta (Cáseda, 1934) fue marista más por vocación deportiva que estrictamente religiosa. Pensó que en el seminario hallaría un lugar donde desarrollar su afición y dotes ¡futbolísticas! y allí que se fue. Pero los caminos del Señor siempre inescrutables le llevaron a cruzarse con el baloncesto, y aunque jamás lo practicó como jugador, su afán deportivo le hizo convertirse en un sobresaliente entrenador de base. Empezó en el colegio Marista de Valladolid al final de la década de los cincuenta y siguió enseñando a botar a la chavalería bajo las canastas del desaparecido centro marista de Pamplona. En 1971 llegó al colegio San José de Logroño para empezar una labor impagable, e impagada, que duraría más de tres décadas.
Agustín, el hermano Agustín, pescaba centímetros y talento en el patio del colegio San José, donde no dejó un metro cuadrado sin cubrir por una cancha ni una columna huérfana de una canasta. Y como quien siembra trigo en regadío, pronto le llegó abundante la materia prima y no tardó en reunir algunos equipos a los que atendía como podía cada día a la salida de las clases. Se ocupaba de todos, pero enseguida se inclinó por unos niños nacidos en el 63. Chiquillos de 8 o 9 años a quienes el balón de mini les pesaba un mundo y a los que empezó a moldear con paciencia de orfebre bizantino y olfato de elefante africano. Su truco era entrenar, entrenar y entrenar. Donde no llegaba el talento o las cualidades naturales, llegaría el trabajo, tenía claro 'el cura', como luego le llamarían sus chavales. Y con aquella muchachada trabajó a destajo. Agustín los hechizó, o así, quizás por su voz quebrada, y con aquella tropa fue capaz de ordenar un conjunto armónico de jugadores que incondicionalmente caminaba tras él con una inaudita voluntad de aprender.
No fue Agustín, seguramente, el entrenador que más baloncesto sabía. De hecho ni lo pretendió ni presumió jamás de ello. Pero algo tenía que le hizo ganarse el respeto absoluto de todos tanto aquí, entre los suyos, como en otros lugares adonde llegó con sus equipos; con el del 63, primero, y luego con otros a los que fue dedicando su tiempo, su empeño, su conocimiento y, en fin, su vida. Tanto de todo regaló que aquellas canastas colgadas en las inabarcables columnas del patio del colegio San José, como luego el cenitán colorado del polideportivo colegial, se convirtieron en la más ubérrima cuna de jugadores que ha dado esta tierra. Una nómina de cientos de jugadores en el cole y no pocos nombres que forman parte de la historia de oro de nuestro deporte pro que en esta ocasión omite el autor de estas letras porque son letras de reconocimiento hacia Agustín Olleta Úriz, el hermano Agustín, el marista Agustín, 'el cura', el padre deportivo de tantos que tanto le debemos.
Agustín volvió a La Rioja hace algunos años. Hoy, casi con 90, convive con otros religiosos en la casa de retiro de los Hermanos Maristas de Lardero. Allí, en su habitación guarda algunos recuerdos, pocos, de su vida en el baloncesto. Algunas fotos y algunas medallas. Entre ellas, la del primer campeonato de España que ganó con aquel equipo del año 63. El de los chavales que le regalaron un libro de baloncesto y su sueño escrito con caligrafía escolar: «Para el hermano Agustín, para que nos haga campeones de España». Y él los hizo.
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--Este texto se publicó hace unos días en la revista de la Federación Riojana de Baloncesto--
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