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Luismi Cámara
Lunes, 8 de septiembre 2014, 00:26
El partido que cerraba los octavos de final era un regalo para los amantes del baloncesto, la gran batalla de esta eliminatoria. Argentina y Brasil se disputaban la supremacía sudamericana y una plaza en los cuartos. Uno de los favoritos a la medalla se iba ... a quedar fuera a las primeras de cambio.
Pese a que la 'albiceleste' cuenta con Luis Scola, el mejor anotador del torneo (solo el puertorriqueño Jose Barea, ya eliminado, supera su media), Julio Lamas tenía claro que el poderío interior del rival también provocaba debilidad exterior, y apostó por mover el balón con velocidad y fiarse del tiro triple. Campazzo y Prigioni (tres triples y 15 puntos en la primera mitad) se tomaron al pie de la letra los mandatos de su técnico y dominaron el partido en el cuarto inicial (13-21) ante unos rivales espesos y fallones. Al base de los Knicks ya se le conocían todas sus virtudes por estos lares, pero la nueva incorporación madridista se presentó en sociedad en la que va a ser su pista mostrando todo el desparpajo del mundo, carácter y capacidad de liderazgo.
Tuvo que saltar a la pista el veterano Goivannoni, un 2,08 con buen tiro y y fobia a postear, para aportar el acierto exterior que faltaba a los de Magnano, el capitán argentino de la armada 'canarinha'. Con el partido igualado, los campeones olímpicos de 2004 se esmeraron en defensa, pese a la inferioridad física y a las dos faltas de Scola y Nocioni. Siempre dispuestos a bajar al barro y a hacer sudar cada canasta al contrario, se mantuvieron por delante en el marcador. Mientras, los primeros veinte minutos se fueron rápidamente, casi sin que nadie se diera cuenta, y con todo pendiente.
Argentina se atascó tras el descanso, incluso el fiable Scola falló cuatro tiros libres consecutivos, y Brasil aprovechó un parcial de 7-0 para tomar el mando y abrir una pequeña brecha. La 'albiceleste' parecía quedarse sin fuerzas ante la efervescencia 'verdeamarela'.
Pero a estos jugadores hay que matarlos para que dejen de intentarlo. Se volcaron en remontar ante un sólido rival, muy superior en el rebote y liderado por Marquinhos Vieira -un alero muy alto y con buena mano que nadie entiende cómo no ha acabado en algún equipo importante de Europa (tuvo un breve paso por la NBA).
Brasil se mostró entonces como un martillo pilón que percutió lento pero constante, con un Neto espectacular, ante unos adversarios cansados y que remaban contracorriente sin más recursos para ello que la casta de la generación de oro, esa que dice adiós al Mundial y, posiblemente, a su adorada selección Argentina. Herrmann, Scola, Gutiérrez, Prigioni o Nocioni seguirán en breve el camino hacia la despedida que ya abrió Manu Ginóbili. La hinchada albiceleste les despidió como los héroes que fueron, como los héroes que son.
Les sobró el último cuarto, el que mostró que esta selección brasileña ha llegado a este Mundial para hacer, por fin, algo importante.
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