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Puede que la inestabilidad política, económica y social de la Cuba de la década de los setenta no fuera el mejor escenario para formar a las futuras promesas del deporte nacional. Con mayores complicaciones y menores recursos, los deportistas cubanos que exportaron su maestría al ... resto del mundo demostraron que la resiliencia es un hecho y que la lucha corre por sus venas. La jugadora del Jacobeo de Alberite, Licet Castillo, es muestra de ello al anunciar su retirada a los 51 años tras una vida superando barreras y cumpliendo sueños en las canchas.
La cubana comenzó a dar botes a un balón de baloncesto a la temprana edad de ocho años al seguir los pasos de su hermano mayor. «Yo no sabía ni en qué consistía este deporte, la verdad, porque a mí lo que me gustaba era la gimnasia artística», rememora Licet entre risas. Fue entonces cuando se despojó de sus mallas para anudarse unas zapatillas que tardaría más de cuarenta años en colgar de manera definitiva.
Aprendió todo lo necesario dentro de la Escuela de Iniciación Deportiva de su Pinar del Río natal recalando en la selección de Cuba a los catorce años. Su destreza y velocidad dentro de la cancha fueron suficientes para que Licet despuntase desde un principio dentro del equipo nacional, con el que llegó a competir, en tres ocasiones, en los Juegos Olímpicos.
Colgarse el bronce en Barcelona fue, sin duda, uno de los hitos más importantes de su carrera. «Mis primeros Juegos comenzaron sentada en el banquillo, pero terminaron con mi titularidad en la discusión por la medalla con las americanas», relata la jugadora, a la vez que añade que «fue una de las mejores experiencias de mi vida al ver cómo, siendo tan joven, ya estaba alcanzando las metas que yo misma me había marcado para la selección».
A este importante palmarés se le añade otro tercer puesto en el Mundial celebrado en Malasia, varios oros en los Juegos Centroamericanos y del Caribe; y diferentes trofeos dentro del Campeonato FIBA Américas. «Tengo para escribir un libro», asegura emocionada Licet. Y no resulta raro después de una vida de dedicación por y para el baloncesto.
Pero su andadura nacional se vería truncada por la edad. A los 28 años, la cubana tuvo que emigrar hacia Hungría al no sumar minutos dentro del equipo porque, «supuestamente, estaba ya mayor», explica la cubana. Licet sabía que su carrera aún no había acabado y así lo demostró hasta el pasado domingo.
Su presencia en España se hizo un poco más de rogar ya que no fue hasta el 2008 cuando la jugadora fichó por el Mallorca para cumplir uno de sus sueños. «Tenía muy claro que quería jugar aquí ya que, para mí, es la segunda mejor liga del mundo». De La isla pegó un salto hasta Lleida, donde compitió con la elástica de la Seu D'Urgell durante unas temporadas hasta que el Campus Promete se topó en su camino.
Cogió sus maletas y se trasladó a una comunidad que, desde el principio, ha sentido como su hogar. «Estoy muy agradecida a La Rioja por haberme arropado y haberme hecho ilusionarme de nuevo con el baloncesto», asegura la jugadora. Y es que, después de un parón de siete años, en los que según ella «no iba a volver a jugar», el Jacobeo le hizo volver a las canchas.
En este equipo, Licet ha ejercido las funciones de jugadora mientras también daba órdenes dentro del vestuario. «He querido transmitir a mis compañeras todo lo que yo he aprendido en estos años aunque ya es hora de decir adiós». Y así fue cómo la cubana colgó oficialmente las zapatillas el pasado domingo aprovechando que las suyas disputaban un partido en el Polideportivo de Alberite.
Su retirada, tal y como ella misma relata, no ha sido una decisión sencilla aunque puede que sí sea la más acertada. «Estoy mal de las rodillas y no quiero pasar mi vejez cojita», lamenta Licet. Su planes, de momento, están alejados de las canchas de baloncesto, incluso están lejos de La Rioja. Y es que la cubana ha decidido primar su vida personal reuniendo al fin a su familia en Estados Unidos, donde ya reside su marido.
Pese a doblar la edad de muchas de sus compañeras del Jacobeo, los años nunca antes habían frenado las aspiraciones dentro de la cancha de Licet. Aunque éstos pasen para todos. Muestra de ello han sido las continuas dolencias en sus rodillas, sobre todo en la izquierda. Antes de que vayan a más, la cubana ha decidió colgar las zapatillas a los 51 años aunque, tal y como ella misma asegura, «si no tuviera esta lesión seguro que seguiría jugando al baloncesto porque es mi vida». Su obligada despedida durante el partido del domingo, en el que estuvo jugando con las rodillas inflamadas, no desluce sus grandes años dentro de un deporte que la ha visto llegar a lo más alto. «Me voy contenta y feliz», concluye.
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