Juan Carlos Traspaderne | Maratoniano internacional

«El Mundial que yo corrí no se parece en nada al de ahora. Son otros tiempos»

El fondista llegaba a la capital finesa como campeón de España de maratón, y en la prueba mundialista de Filípides, concluyó en la duodécima posición con un tiempo de 2h11.34 que suponía un nuevo récord de España y que, además, le abría las puertas de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles que se habían de celebrar doce meses después.

– ¿Se parece mucho aquel Mundial en el que usted estuvo al que comienza ahora?

– Afortunadamente en casi nada, y digo afortunadamente, porque ahora ya parece que la gente comienza a ver atletismo. Algo que antes no ocurría.

– ¿Qué recuerda de su carrera y de su récord?

– Hay que tener en cuenta que eran otros tiempos. En carrera no había indicadores parciales y yo no llevaba reloj. Sabía que iba bien y tenía buenas sensaciones, pero no fue hasta que entré en el estadio cuando vi la marca que iba a hacer, que era un marcón.

– ¿Y qué pensó cuando vio su tiempo?

– ¿Sinceramente? Me acojoné. Lo primero que pensé es, ¿y si me lesiono ahora? Me dio miedo. Tanto es así que hubo dos atletas que me pasaron en los últimos 200 metros porque no me atreví a cambiar, a pesar de lo cual, hice el último 200 en 31 segundos. No fue hasta cruzar la línea de meta cuando fui consciente y ya sí que sentí emoción.

– Era una gran marca y en un Mundial con mucho nivel en el maratón.

– Es una marca que te seguiría abriendo puertas hoy mismo a las competiciones internacionales, y en un Mundial en el que la media de los 15 primeros no ha sido superada hasta hace muy poco tiempo. También hay que decir que se dieron las condiciones ideales para correr: nivel del mar, nada de viento, buena temperatura, circuito sin curvas...

– Sí, las condiciones para correr serían las idóneas, pero no así su preparación. Usted preparó el Mundial a la vez que trabajaba (a turnos) sus ocho horas diarias.

– Es que aquello era otra historia. Ortega, que tuvo el récord antes que yo, era médico y trabajaba de ello y De la Parte, que fue quien me lo quitó, también trabajaba de conserje.

– ¿En aquella época no había profesionales?

– No. Los primeros fueron Abascal y González. Dar el salto era arriesgado. Es cierto que cuando yo hice esa marca, me dieron una beca con la que podía vivir un mes...

– ¿Y cómo entrenaba?

– Es muy fácil. Cuando iba de mañana y doblaba, volvía de la fábrica (en el polígono) corriendo. Comía, descansaba y por la tarde hacía el segundo entrenamiento. Si trabajaba de tarde, por la mañana entrenaba y por la noche a eso de las 22.30 horas, hacía la segunda sesión. Los entrenamientos largos los hacía el fin de semana. Pero yo curraba mis ocho horas.

– Ahora entiendo porqué se le veía entrenar siempre solo.

– Bueno, una razón era por horario, y la otra es que siempre he preferido entrenar solo porque tenía que ir a mi ritmo. Con la única persona con la que entrenaba bien era con mi amigo Atilano de la Fuente.

– No obstante, usted siempre ha dicho que no era un maratoniano de grandes entrenamientos.

– No, yo la semana que más hacía, corría 140 kilómetros que ahora sería muy poco, pero yo ni podía (no tenía tiempo) para hacer más, ni me interesaba.

– Usted tiene acreditados esas 2h11. Y las hizo trabajando sus 8 horas diarias y a turnos, sin psicólogo, sin nutricionista, sin entrenador (solo Óscar Calvé le entrenó tres meses) y, por supuesto, sin las zapatillas que hay ahora. Pues no se ha avanzado tanto...

– La verdad es que ahora se corre, y se corre más que antes, pero también es cierto que las marcas han progresado poco. Creo que se podría correr más. Según dicen, con las zapatillas modernas que se han desarrollado ahora se corre en torno a 4 kilómetros más rápido el maratón, pues entonces Kipchoge corre ahora más despacio que lo que lo hacía antes con las otras zapatillas... aunque también es cierto que cuando se está más cerca de los límites es más difícil avanzar. De todos modos, es que mi época y la actual no se puede comparar.

– ¿Y el reconocimiento? ¿Al menos en un lugar pequeño como La Rioja, valorarían ese récord?

– Mira, nada más llegar a Logroño ya recibí la primera lección de humildad. Llegué en autobús y me estaban esperando. Nada más bajarme había gente y me colocaron una corona de laurel al cuello, después de saludarme, allí en la estación me quedé yo con la corona de laurel, la maleta y mi mujer con mi hijo recién nacido... nos fuimos a casa andando.