El aperitivo del recreo debería tener su propio nombre como lo tienen el resto de las comidas. Hablamos de desayuno, comida, merienda y cena, pero nada tenemos que defina ese manjar en papel de aluminio que te preparan en casa para el descanso entre las ... clases de la mañana. Yo propongo que se llame 'algo'. Sí, así: algo. En mi casa, cuando mis hijos eran pequeños, era el término que lo definía. «Papá, ponme algo para el recreo». Ese bocado se ha convertido hoy para los chavales en una comida imprescindible. El crimen de irse al colegio sin desayunar cotiza al alza.
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Hay muchas costumbres, o por lo menos algunas, que deberíamos corregir las familias para conseguir que los críos desayunen bien también de lunes a viernes. La fundamental es cenar pronto para acostarse antes y levantarse sin sueño. Nos retiramos muy tarde. También deberían evitarse en la cama los teléfonos móviles y las tabletas. La idea es sentirse descansado por la mañana para disponer de los veinte minutos que se requieren para compartir en familia un desayuno completo, con cereales, fruta y leche... De todas estas y otras cuestiones habla el pediatra José Manuel Moreno, de la Clínica Universidad de Navarra (CUN) en Madrid, en su libro 'A comer también se aprende', donde dedica un apartado especial al picoteo del recreo.
«El desayuno –detalla el experto para Jantour– tiene la misión de romper el ayuno prolongado de la noche y proporcionar al organismo energía suficiente como para hacer frente a las asignaturas más complicadas, que se programan a primera hora del día. No podemos saltárnoslo», insiste. La idea nefasta de suprimirlo para ganar tiempo o querer cubrir el expediente con un vaso de leche a toda prisa concede al 'algo' del recreo un protagonismo mayor del que le corresponde.
Pero aún pueden hacerse las cosas peor. El colmo se completa metiendo en la mochila del chaval una palmera de chocolate industrial con un brick de zumo de vaya usted a saber qué. ¡Hala, cariño, para que lo disfrutes a media mañana...! ¡Pues no! Los ultraprocesados matan y cuando se utilizan como apagaconciencias maleducan. «Los padres –detalla el experto– enseñamos con el ejemplo permanentemente». Los hijos nos copian. Lo que se aprende en la infancia impacta a lo largo de toda la vida; y en lo que a nutrición respecta se estima que un 80% de nuestros hábitos alimentarios son el resultado de lo que aprendimos de críos en la casa de nuestros padres.
El tentempié matinal, complemento del desayuno, debería ser algo así como una pieza de fruta o un lácteo, un poco de queso con pan o un yogur para beber. Lo ideal es ir variándolo. Un bocatín vegetal o de jamón con tomate también resultan ideales, porque les darán fuerzas para sostener el apetito hasta la hora de comer. Otro día puede ser un poco de pan con aceite o una pequeña tartera con trozos de fruta.
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El recreo llega después de dos horas de clase y aún quedan otras dos antes del comedor. Va a pasar mucho tiempo entre una comida y la otra, pero tampoco queremos que luego se sienten a la mesa sin apetito. Hay que organizarse. El desayuno y el algo del recreo deben suponer el 25% de la ingesta del día. No son meros trámites.
«No es cierto que la vida les enseñará a comer», alerta el pediatra José Manuel Moreno. El que no aprenda en casa, jamás aprenderá. Lo pagará su salud y se perderá uno de los grandes placeres de la vida, que es la mesa. Feliz fin de semana.
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