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Susana Eguizábal prácticamente nació en una cocina. Esta chef heredó de sus abuelos paternos, que abrieron la primera cantina de Arnedo, El Churrupete, su pasión por la cocina. Antes que ella, su padre y sus dos tíos también habían decidido continuar con la tradición familiar. ... Y ahora es la tercera generación la que se ha convertido en todo un referente en la gastronomía riojana. Susana y su hermano Alberto –tienen otro hermano que es cocinero en otro restaurante– son la 'alma mater' del restaurante Sopitas de Arnedo.
– Con una ascendencia tan marcada por la hostelería es difícil imaginar no dedicarse a ella.
– Mi pasión viene desde chiquitina. Prácticamente he nacido detrás de una barra. Con trece años ya estaba echando una mano en cocina.
– ¿Recuerda cómo fueron esos inicios?
– Mi padre tenía un restaurante en Arnedillo y una cafetería en Logroño. Mis primeros años los pasé ayudando a la familia hasta que me fui a estudiar Hostelería a Santo Domingo de la Calzada. Estuve allí cinco años. Cuando terminé me puse a trabajar en un hotel de cuatro estrellas de Logroño, el Herencia Rioja; después, en el restaurante Ríos en San Adrián (Navarra) y luego en otro en Soria. Tras vivir en Logroño una temporada, regresé a Arnedo. Ya han pasado dieciocho años desde que empecé a trabajar en el Sopitas; llevo desde que abrió.
– Desde pequeña ha estado muy unida a la cocina. En su niñez, ¿qué plato era su preferido?
– Las patatas a la importancia que hacía mi madre. En general, todos los guisos. Y ahora es también lo que más me gusta preparar. Esos guisos tradicionales, los de la abuela, como pueden ser el patorrillo, el corderito guisado... Evidentemente, les doy un toque de cocina nueva.
– ¿Y cuál sería ahora?
– El patorrillo. Pero tanto hacerlo como comerlo. Fíjate, es la base del pincho con el que nos hemos presentado al Campeonato oficial de Tapas y Pinchos de Hostelería de España (celebrado esta semana en Madrid).
– ¿Cómo definiría su cocina?
– Sobre todo, tradicional. Y me fijo mucho en el producto de cercanía; en las verduras y carnes que tenemos en nuestra zona.
– Hablando de la cocina de nuestras abuelas, de ellas han heredado muchos chef las recetas y su pasión por la cocina. Sin embargo, da la impresión de que las mujeres cocineras tenéis menos visibilidad. ¿Se habla más de ellos?
– Va muy ligado con el tema personal y familiar. Para mí no ha sido fácil llevar tantos años en hostelería y seguir a día de hoy dedicándome a lo que me gusta y apasiona, que es la cocina, y compaginarlo con la vida familiar. Tengo mucho que agradecer a mis dos hijos, Marco y Dylan, el apoyo que me han dado siempre. No he podido estar casi con ellos. Es lo que tiene la hostelería; no te permite estar todo el tiempo que quieres y trabajas más los fines de semana que es cuando todo el mundo está de fiesta. Mis hijos han sufrido esa falta, esa carencia mía. Y les agradezco su apoyo; ellos saben que esta es mi pasión.
– ¿Qué le diría a quien esté formándose para ser chef?
– Es sacrificado. Todo el mundo lo dice. A mí me da pena porque es una profesión que de primeras llama mucho, pero luego el 95% de los chavales y de las chavalas que se meten en este oficio no llegan a finalizar. Yo les animaría, porque es una profesión preciosa. Es cierto que hay que tener mucha dedicación y es muy sacrificada, pero si realmente te gusta, es muy bonita.
– ¿Quiénes son sus referentes en cocina?
– Primero, mis abuelos y mi padre. Ellos fueron los primeros en los que me fijé. Luego, a medida que vas creciendo, observas a otros cocineros; la verdad es que hay pocas mujeres cocineras a la vista. Estamos un poco detrás.
– Además del Sopitas, ¿qué restaurante recomendaría?
– Recomendaría dos. El de mi gran amigo Ventura (Martínez), Chef Nino; y en Préjano, la Posada del Laurel, de mi gran amigo Dámaso (Navajas).
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