Almuerzos laxos, banquetes y otros pícnics

Entre lo sensorial, laxo y fugaz, pero consistente, quien no recuerda ese momento de quietud y de extrañeza que se filtra durante una sobremesa de verano al aire libre. El cine ha reflejado banquetes campestres, barbacoas interminables, reuniones generacionales, junto a unas viandas y pícnics ... de todas las texturas y sabores. También comidas festivas y populares o citas familiares de encuentros y desencuentros, entre comidas y recetas. Con los años el almuerzo en público comenzó a ser un rito que, con mayor o menor sofisticación, ha evolucionado hasta el presente. Pero esa mezcla de intrascendencia, ligereza y fugacidad proporcionada por el encuentro en a naturaleza con la presencia de la comida y la gastronomía como factores vertebradores ha tenido en la historia hitos tan irrepetibles como el de esa joya, a modo de mediometraje. que es 'Una partida de campo', de Renoir. Basada en un relato de Guy de Maupassant, esta obra, limitada en tiempo por la falta de medios, paradójicamente queda convertida en un rapto de vida y cine entrelazados por una delicada hoja de ruta impresionista. Una fusión de la mirada del cineasta y el homenaje a su padre, el pintor Pierre-Auguste Renoir. Y el emplatado mezcla intensidad, encanto y unos ingredientes graves pero presentados con enorme naturalidad y encaje. Frente a este bocado sensual de frescura y espontaneidad, caben ficciones donde la comida es una perfecta excusa o un pragmático mecanismo narrativo como el pasional, erótico drama de 'Pícnic', de Joshua Logan, por no hablar de esa obra maestra tan olvidada, 'Pícnic en Hanging Rock', de Peter Weir, donde la excursión adolescente muta en levitación sensual, etérea, casi mística. Y esas huidas hacia adelante, de los filmes de Wes Anderson entre comidas campestres y personajes inclasificables. Hasta la 'Barbacoa con amigos' de Eric Lavaine y los 'Happy hour' de Hamaguchy, o esa rareza documental metacinematográfica y metateatral que es 'Los comensales' de Sergio Villanueva.