Medio siglo de tigres
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El bar 5 Pesos de Logroño cumplió, el pasado 7 de julio, 50 años de vida. La familia Peso lo abrió en 1970 y Martín sigue al frente del negocioSecciones
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El bar 5 Pesos de Logroño cumplió, el pasado 7 de julio, 50 años de vida. La familia Peso lo abrió en 1970 y Martín sigue al frente del negocioEl 5 Pesos es uno de esos establecimientos que forman parte del ADN de una ciudad. El bar de la calle República Argentina fue, durante mucho tiempo, más que el lugar donde la gente acudía a tomar algo. Era un centro social. Especialmente para la gente del deporte que encontraba en él una de las tres pizarras de la ciudad (junto al Carabanchel y el Negresco) que iban recogiendo los resultados del fin de semana.
El 7 de julio de 1970, la familia Peso abría las puertas del local. Regentaban la pensión El Rápido, en la calle Gallarza –la mantuvieron hasta el año 1973– y ahora los cuatro hermanos Peso (Evaristo, Chente, Tino y Martín) bajo la supervisión de su padre, Faustino, se colocaban detrás de la barra en un bar que se situaba casi al límite de la civilización (Logroño no llegaba mucho más allá), pero justo en la ruta que seguían los aficionados al fútbol camino de Las Gaunas. El 5 Pesos era parada obligatoria cada día de partido, como lo era camino de 'las barracas' en San Mateo o San Bernabé.
Además de su estratégica ubicación, el 5 Pesos contaba con dos valores añadidos. Por una parte, en el establecimiento se vendían entradas para eventos deportivos. Por supuesto, para ver al Logroñés, pero también para los partidos de pelota o incluso para veladas de boxeo.
El otro valor del bar eran sus tigres. El 5 Pesos no se concibe sin los tigres. Evaristo Peso tuvo la visión de renunciar a cualquier otro pincho y centrarse en uno. Y acertó.
Medio siglo después, Martín, el pequeño de la saga sigue sirviendo este pincho basado en el mejillón «y una bechamel que no puede estar muy ligera porque si no, es como leche; ni muy sólida para que no sea dura». Todo ello con un ligero toque picante «no mucho porque vienen niños con la familia, y si al crío le pica y no le gusta, no va a querer venir, y eso hará que ni el padre, ni el abuelo vengan», explica Martín.
A sus 67 años, Martín sigue abriendo la puerta cada día; y lo hará mientras esté bien, pero sabe que en el momento en el que él decida no abrir, ninguno de su familia lo hará: «Ni mis hermanos ni yo vamos a tener continuidad en la hostelería. Los hijos no quieren. No les gusta», admite.
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