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Adolfo Sáenz, con su placa en el bar El Muro. Sonia Tercero

La Laurel despide desde el corazón al hostelero de El Muro

Homenaje ·

Adolfo Sáenz, anterior propietario del bar, recibe una placa de la Asociación de Hosteleros en reconocimiento a su trayectoria

María Aguirre

Logroño

Jueves, 13 de marzo 2025

La calle Laurel ha sido en la mañana de este jueves, concretamente el bar El Muro, el escenario de un homenaje a Adolfo Sáenz por parte de la Asociación de Hosteleros de la zona. Han sido Ricardo García, el presidente de la agrupación, y Conrado Escobar, alcalde de Logroño, quienes le han entregado una placa, que ha llegado acompañada de un claro mensaje por parte de Escobar: «Personas como él hacen que este espacio sea algo maravilloso y singular».

El motivo de este homenaje es despedirle después de sus 36 años en la calle Laurel. El pasado 28 de febrero, Adolfo decidió despedirse de lo que fue su segunda casa desde los 21 años. A esa edad fue cuando, tras la barra, recibió a los primeros clientes. A sus 57 años, y debido a un problema de corazón, cierra la puerta para dejar entrar a José Antonio y Noelia, de La Esquina del Laurel y La Fontana, respectivamente.

Serán ellos quienes, a partir de ahora, se encarguen de seguir el legado de Sáenz. Que no es poco. Y es que tantos años dan para mucho, sobre todo para dejar con buen sabor de boca a todos aquellos riojanos -y gente de fuera- que han pasado por su bar. Pero no sólo por alguno de sus pinchos más famosos, como el cojonudo, el embuchado o el ferrero, sino también porque «gracias a personas como Adolfo, se entiende la vida de la hostelería y la felicidad que reparte», comentaba el alcalde. «Para mí La Laurel lo es todo, y hay que ser conscientes de la calidad de los pinchos y del vino que hay aquí», añadía Sáenz.

Quién le iba a decir a ese chavalín de 21 años que un bar con aire acondicionado y lavavajillas -algo revolucionario por aquel entonces en La Laurel- y con un nombre que aludía a la caída del Muro de Berlín y a la película de 'The Wall' (El Muro) de Pink Floyd iba a ser el comienzo de una larga historia que empezó y termina desde el corazón de su hasta ahora propietario. «Dejo atrás mucho sacrificio y trabajo. Pero, sobre todo, muchas alegrías. El bar se queda en buenas manos», sostenía. Sonriente, y con un brindis esperando, concluía diciendo que «ha sido emocionante. No me esperaba esta placa». Un final al que Escobar se sumaba deseando «larga vida a Adolfo».

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