La gente acomete la empresa de recorrer los setecientos y pico kilómetros de la ruta jacobea por diversos motivos. Unos son religiosos, otros buscan resolver algunas rencillas que tengan consigo mismos, otros intentan superar una enfermedad grave e incluso algunos pretenden afianzar lazos familiares. Pero ... nunca oí que alguien recorriera el Camino de Santiago para adelgazar. Hace años hice el camino en tres tramos, uno al año. Y cada una de las veces, constaté que regresaba a casa con algunos kilos de más respecto al peso de salida. En estos momentos, mientras leen estas líneas, recorro de nuevo el camino, esta vez en compañía de mi hijo. Y he decidido reflexionar con ustedes sobre este efecto de lo que podíamos denominar 'el engorde jacobeo'.
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La clave está en que España es uno de los países del mundo donde mejor se come y se bebe. Fíjense que, respecto a la bebida, recorremos unas cuantas denominaciones de origen de gran calidad. Así que empezando por los de Navarra y, acabando con los vinos gallegos, no hay quien se resista a dar algunos tragos de tan deliciosos caldos. Y para los remisos, hay iniciativas como la de bodegas Irache, que lindan con el camino y han instalado una fuente de vino, pública y gratuita, donde el peregrino puede beber todo el vino que quiera, con la única prohibición de llenar recipientes. ¡Y qué decir de la comida! Los desayunos son abundantes, por aquello de cargarse de energía. Luego, a media mañana, te encuentras esa aldea, con una casa con dos sombrillas de publicidad y preguntas: '¿Tiene algo para comer?' Y te sacan un queso de cabra hecho en casa, un vino delicioso también del pueblo y un pan de los que ya no se encuentran.
La ruta jacobea, además, recorre un amplio abanico de las excelencias gastronómicas españolas. Para aquellos a los que nos gusta comer nos resulta muy difícil no ir catando las exquisiteces de cada pueblo, de cada región que vamos atravesando. Y, como en el caso del vino, sirven de ayuda en ese afán gastronómico los magníficos 'menús del peregrino' que a buen precio y excelente calidad te ofrecen la multitud de locales de restauración que te vas encontrando.
Nunca olvidaré el banquete que disfruté, hace años, en Puente la Reina: de primero unas pochas con chorizo, de segundo un chuletón, que se salía del plato, con pimientos fritos, y de postre, una cuajada, todo regado con tinto navarro. ¡Casi no podía levantar la mochila!
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Finalmente, otro de los recuerdos es cuando se desciende el puerto del Pollo, en Galicia, y se llega a Triacastela. Lo primero que te inunda es un delicioso olor a pulpo. Y claro, ¿quién resiste una ración de pulpo con hogaza gallega y un buen vino de la tierra?
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